Dir: Luchino Visconti | 185 min. | Italia – Francia
Intérpretes:
Burt Lancaster (Príncipe Fabrizio Salina), Claudia Cardinale (Angelica Sedara / Bertiana), Alain Delon (Tancredi Falconeri), Paolo Stoppa (Don Calogero Sedara), Rina Morelli (Princesa Maria Stella Salina), Romolo Valli (Father Pirrone), Terence Hill (Conde Cavriaghi), Pierre Clémenti (Francesco Paolo)
Sicilia, segunda mitad del siglo XIX. La lucha por la unificación italiana llega para alterar la forma de vida tanto de ricos y de pobres. En medio de esta pugna se encuentra la figura del Príncipe de Salina, uno de los pocos aristócratas que comienza a entender el derrumbe de su mundo e intenta adecuarse a la “nueva sociedad” pero sin dejar de ser lo noble, orgulloso y temperamental que corresponde a su linaje. Un ser que lamenta encontrarse dividido entre dos mundos y que decide buscar la manera de hacer sobrevivir hasta las últimas consecuencias toda su tradición aún a costa de la más terrible decepción. Luchino Visconti fue el mejor retratista de aquella época, en esta película amplia y opulenta. Un cineasta de noble estirpe como sus protagonistas pero consciente de los grandes cambios y hasta adepto a ellos. Con maestría se adueña de un género definido como melodrama para hacer de él la apoteosis de un determinado momento histórico en el cual sus criaturas funcionan como cajas de resonancia.
Visconti hizo de todo su cine una visión elegiaca a la decadencia. Consciente como nadie, estando desde las alturas, se conocía al detalle este proceso dentro de lo que alguna vez fue el oropel de dominar la pirámide social e incluso la escala de valores. Su arte siempre se inclinó por este acercamiento preciso a circunstancias de derrumbe o destrucción social o individual. Realmente intenciones de este tipo y más aún incrementadas por sus inclinaciones socialistas hubieran acercado este proyecto al panfleto absoluto, pero toda la sensualidad del melodrama y el refinamiento de su estilo le otorgaron una apariencia muy especial a su cine.
De ello da cuenta magistralmente esta película basada en una novela de Guiseppe Tomasi Di Lampedusa, trasladándonos a toda la convulsión de la era de Garibaldi por medio de este desencantado y adolorido guía interpretado brillantemente por Burt Lancaster (famosa es la historia de la reticencia de Visconti por tener a la estrella hollywoodense de protagonista de su película y su rectificación tras ver el resultado). Convertido en Fabricio Falconieri, el gatopardo del título, quien protegerá a su casa de Salina aún a costa de morir en su ley. El inevitable contacto habrá de suscitarse así en su propio palacio ante griteríos que distraen y superan en volumen a sus plegarias diarias.
Es así que con toda elegancia ejecuta sus movimientos. Apoya la unificación y sus ceremonias democráticas, recibe a los antiguos plebeyos convertidos en poderosos terratenientes para convertirlos en amigos antes de que tarde o temprano se conviertan en los destructores de su linaje y siguiendo casi la línea de un oculto revolucionario apoya el rápido ascenso de su sobrino en el escalafón establecido para dar próximo inicio a la era contemporánea (el conservador noble tendrá que conceder aún el desplante a su familia). La era donde, como en la más cruenta guerra, lo vale todo. La especial idiosincrasia de los sicilianos y su lúcida melancolía encontrarán una extraña forma para seguir conviviendo. Pero a pesar de ello el olor a decadencia ya se les sale por todos lados (magistral también el plano de la misa con los empolvados miembros de su familia convertidos en casi reliquias).
La compleja mirada de Visconti se concentra en esta despedida nostálgica a una forma de vida por la necesaria entrada de otra, como dice el príncipe en un momento “sin el viento, el aire olería a agua podrida”. Viaje contemplativo a través del paisaje violento de la madre patria de mafias y vendettas conseguido por el genio y detallismo extremo de su creador (acompañado por unos acordes expresivos y desgarrados de Nino Rota que deben haber sido los que convencieron a Coppola para convocarlo para The Godfather). Al final del camino el príncipe vencido por el tiempo caerá en cuenta que este nuevo orden no es sino el mismo pero en otras manos. La extraordinaria hora final en el baile de gala será la claudicación ante esta generación de recambio adaptada a otras técnicas y mañas para sobrevivir y ascender.
En la ambigüedad de su personaje se encuentra gran parte de la riqueza de esta monumental revisión a un momento crucial de la historia italiana, concebida casi como una reclama a haber sido la cuna de la posterior era fascista de varias décadas después. Finalmente como se dice en un momento la motivación de todas sus acciones fue la necesidad de que “las cosas deban cambiar para que puedan permanecer como son”. Obra maestra y expresión ejemplar de la vocación y arte tan ambiguo como fue el de Visconti.
Jorge Esponda
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Encontré la pelicula demasiado plana.
un cuadro-película de este genio italiano, especialista en el detalle llevado acá hasta niveles astronómicos, al igual que en muerte en Venecia, el manejo artístico de las tomas es impresionante, me emociona bastante.