El cine peruano puede ser un alimento cultural de alta cocina.
Por Jorge Bruce
Reconocerse y desconocerse
Las ultimas tres películas peruanas que he podido ver han sido Mariposa negra, de Francisco Lombardi, Días de Santiago, de Josué Méndez y Madeinusa, de Claudia Llosa. Entretanto, he asistido a la proyección de diversos filmes de otras nacionalidades. El punto es que ninguno de estos últimos, más allá de su calidad, ha sido capaz de remecerme con la radical sensación de extrañeza y familiaridad al mismo tiempo, que me han generado las películas peruanas. Es pertinente aclarar que no se trata de una apología de lo nacional por lo nacional: nadie está obligado a que le guste el cuy o el cau cau. Las tres producciones peruanas me crearon sensaciones opuestas y en ningún caso sentí una admiración sin fallas, ni nada que se asemeje a una fascinación acrítica. Por el contrario, todas me sometieron a procesos de discusión interna, prolongada y profunda. En el caso de Madeinusa, por ejemplo, hasta ahora me asaltan emociones y pensamientos contradictorios. Escucho los argumentos de uno y otro lado en la polémica que ese filme ha desatado (¿arte o racismo?), y estos me evocan interrogantes y perplejidad. Pero eso, lejos de descalificar el trabajo de la cineasta, lo hace más interesante, aun cuando produzca una inevitable ambivalencia.
Carlos Monsiváis, el gran ensayista mexicano, lo pone con todas sus letras, para que lo entienda hasta el más subcultural de los funcionarios: «En sus más de cien años de vida, el cine latinoamericano le ha sido esencial a millones de personas que a sus imágenes, relatos y sonidos deben en buena medida sus acervos de lo real y lo fantástico. No obstante el predominio del cine norteamericano, las variantes nacionales en America Latina han conseguido a momentos una credibilidad inmensa» (Aires de familia: Cultura y sociedad en América Latina). El buen cine no solo refleja: pone en marcha procesos de reflexión que hasta ese momento estaban inertes. Aviva el seso y despierta, como pedía Manrique. Lo ideal es que se complemente con la lectura y la frecuentación de las otras artes. Pero hasta entonces, es un instrumento con un potencial transformador y enriquecedor extraordinario, por su llegada masiva y paradójicamente -esta es su magia- de una intimidad incomparable.
Creatividad y envidia
Con una inversión reducida (7 millones de soles), que es la que manda la ley, se podría contribuir a desarrollar una actividad generosa y rentable en provecho de millones de personas, como anota Monsiváis, trabajadores y espectadores. Esto va mucho más allá de las fronteras nacionales, tal como ya se ha visto con los logros extraordinarios de quienes han sacado adelante sus proyectos, contra los vientos de la desidia y las mareas de la indiferencia de los sucesivos responsables, desde 1994. Señores del Gobierno: hagan su trabajo y utilicen bien el dinero de nuestros impuestos, fomentando la creatividad y sin malgastarlo en envidia destructiva.
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La Ley de Cine sirve sólo para quesos frescos como Lombardi quien tiene todo lo de oportunista, pero nada de lo cineasta.