Dir. Martin Scorsese | 90 min. | EE.UU.
Intérpretes:
Harvey Keitel (J.R.), Zina Bethune (Chica), Anne Collette (Chica en sueños), Lennard Kuras (Joey), Michael Scala (Sally Gaga), Harry Northup (Harry)
¿Quién golpea a mi puerta?, opera prima del gran Martin, es una pieza extraña en su ilustre filmografía, lo que la hace todavía más atractiva. Luce embrionaria, con el clásico look del joven autor talentoso que tiene una propuesta avanzada pero no completa, a la que le falta depurar, y exhibe abiertamente su búsqueda de recursos y experimentos expresivos, al punto de acercar el filme por momentos a la figura de un objeto de laboratorio, un ensayo, en el sentido escénico del término.
Antes del encuentro con Robert De Niro, ya está ahí la médula de su cine: trayectorias erráticas, irrupción del thanatos, omnipresencia de la formación religiosa, entorno viciado, propensión a la violencia. En la compañía descarriada y licenciosa que rodea a J. R., interpretado por el también debutante, jovencísimo, Harvey Keitel, se vislumbra la juvenil delincuencia de Calles peligrosas y el crimen organizado de Buenos muchachos, la explosión catártica de Taxi Driver y el rumbo autodestructivo de El toro salvaje.
Todo en un blanco y negro oscilante entre lo diurno y la nocturnidad, que pasa del tono fresco de cierto estilo de la nueva ola a la composición elaborada, en interiores y exteriores, con una insistente musicalización de toques baladistas y rockeros, que acompaña o contrasta las más diversas escenas: claves, secundarias, intensas, livianas, ralentizadas, en ritmo normal, en cámara fija, provistas de vértigo, románticas, amicales y pretéritamente familiares, siempre dotadas de intimismo y melancolía, de un sabor a pérdida pasada o futura.
Un rasgo que destaca en ¿Quién golpea a mi puerta? es el peso de la cinefilia en el protagonista. En ese aspecto también se conecta levemente con la afición de Travis Bickle en Taxi Driver, pero aquí J.R. realmente no deja de hablar de cine y así logra su primer acercamiento con la muchacha, entre westerns, Lee Marvin y John Wayne, en medio de una obsesión cinéfila y psicológica por los referentes de tipos rudos e imponentes, incluso “chicos malos”. En buena medida, se trata de un reflejo del mismo Scorsese, un eterno fascinado por la violencia, que en esa época recién había terminado su formación universitaria, bañada de estudio y práctica del cine, varios años después de abandonar la carrera eclesiástica. La huella que dejó esa influencia se puede rastrear a lo largo de cuarenta años, hasta Los infiltrados, la obra que, sin ser su mejor película pero conservando un alto nivel, finalmente le hizo ganar el Oscar, después de tres décadas de merecerlo. ¡Salud por eso!
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