Sería poco después que irrumpirían la Lovelace y su garganta para dotar a la gente del incipiente gremio de una posibilidad de formalización, aunque primero tuvieran que sufrir los correteos de la ley y el orden que se encontraban todavía asimilando la entrada de esta solicitadísima tropa.
Ya para mediados de los 70 la franja de lo explícito había desarrollado una incipiente estética e industria y eso le permitió al dotado héroe saborear las mieles entre los vapores (y ardores) dignos del propio star system. En esto no se encuentra muy lejos de todos esos héroes del cine independiente o serie B que fueron desde entonces ascendidos a la máxima categoría: De Niro, Nicholson, Hoffman. Como ellos, Holmes tendría su personaje definitivo, ajeno a tantos alias insignificantes que tuvo que utilizar anteriormente pues el guión era lo de menos. Johnny Wadd era lo máximo a lo que un porn-star podía aspirar: un personaje hecho a la medida de la ficción más idealizada, una suerte de investigador urgido de resolver crímenes y necesidades sexuales a cada paso de una intriga que al menos hacía lo suyo por lucir coherente en medio de su «función esencial», esa sombra mercenaria del negocio que acecha siempre a la creatividad, y que lo digan ahora Scorsese, Coppola, Cimino (entre varios de los chicos prodigio de la época).
Como resultado de esa transformación, el propio Holmes pasó a la decandencia absoluta. Ni siquiera había cómo disfrutar de un retiro calmado, listo para recibir premios o elogios en una todavía fantasiada mención honorífica a toda una trayectoria. Lo suyo quedó por sobrevivir en medio de la escasa sobriedad y una torpe carrera delictiva. Pero como dándole la contra al nostálgico F. Scott Fitzgerald, Holmes tuvo una nueva oportunidad para recuperar su trono. Golpe final que coronaría su leyenda, como el artista intransigente que muere antes de adaptarse a los nuevos tiempos. Pasaron ejercicios casi mecánicos por todo tipo de especialidades y nuevas estrellas (la Cicciolina entre ellas) que finalmente no duraron mucho. La enfermedad característica de nuestra era se lo llevó como si simbolizara una suerte de desgano más que desgaste. Con él murió también el cine porno (probablemente el único y verdadero cine kamikaze).
Corrieron con el tiempo diversas versiones de sus aventuras, de sus técnicas, de sus compañeros, su tropa y de su arte en suma. Hasta el propio cine no deja de recordarlo una y otra vez, sino basta ver el festivo homenaje que le hace P.T. Anderson en su Boggie Nights, colocándole un sosías perfecto a su Wadd: Dirk Diggler.
Aunque el hirsuto Ron Jeremy se ufane de ser el más longevo y omnipresente rey del porno, no podrá resistir con todo el peso de su videoteca una absoluta certeza: de que Holmes fue soberano de una era de leyenda en el cine underground.
(Vía El país)
Esta entrada fue modificada por última vez en 15 de marzo de 2008 12:38
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