Paisaje en la niebla (1988)


Topio stin omichliTopio stin omichli
Dir. Theo Angelopoulos | 127 min. | Grecia / Francia / Italia

Intérpretes:
Michalis Zeke (Alexandros), Tania Palaiologou (Voula), Stratos Tzortzoglou (Orestis), Vassilis Kolovos (Truck Driver), Ilias Logothetis (Seagull), Mihalis Giannatos (Train Station Guardian)

Esta es una bella y extraordinaria película, realizada con los medios más simples y sencillos que quepa imaginar, pero con una significación y riqueza estéticas difíciles de igualar. Nunca como en este filme se podrá comprobar la importancia de la ambientación, no sólo para la creación de una atmósfera determinada, sino también para generar el sentido general de esta obra. Conforme avanza la acción, lo que parece un trasfondo se va convirtiendo en un destino y el viaje de dos niños en busca de un ilusorio padre en Alemania deviene en un trayecto vital que rebasa la anécdota y se proyecta hacia otros contenidos.

Topio stin omichli

Esta es una bella y extraordinaria película, realizada con los medios más simples y sencillos que quepa imaginar, pero con una significación y riqueza estéticas difíciles de igualar. Nunca como en este filme se podrá comprobar la importancia de la ambientación, no sólo para la creación de una atmósfera determinada, sino también para generar el sentido general de esta obra. En ese sentido, el título está completamente justificado, no se trata de un mero trasfondo para un relato de carretera sino que, por el contrario, lo convierte en una ruta hacia la trascendencia en su sentido más amplio.

Para empezar, el «paisaje» de la película es muy distinto del que habitualmente nos ofrece Grecia en sus promociones turísticas. No hay aquí el luminoso sol de las islas griegas, ni las casitas blancas con sus techitos azules en espléndidos acantilados y playas al pie de un mar fulgurante. En cambio, la acción transcurre casi totalmente en exteriores, en zonas marginales y desoladas, donde aparecen ocasionalmente instalaciones industriales y en carreteras, todo ello «bañado» por la niebla y llovizna casi permanente, con predominio de los tonos grises que nos hacen recordar el invierno limeño. La única ciudad identificada es Salónica, pero sólo se la ve a lo lejos, desde las orillas del Egeo. Los interiores son tan precarios como escasos: un pueblo casi abandonado, cafeterías en la carretera, una discoteca poco concurrida, el vagón de un tren, todos lugares de paso.

Landscape in the MistConforme avanza la acción, lo que parece un trasfondo se va convirtiendo en un destino y el viaje de dos niños en busca de un ilusorio padre en Alemania deviene en un trayecto vital que rebasa la anécdota y se proyecta hacia otros contenidos. Los dos pequeños protagonistas descubren, una el sexo y el amor, y el otro el mundo del trabajo; en ambos casos, el tratamiento es objetivo y distanciado. Sin embargo, el planteamiento inicial del filme y el comienzo de la aventura de los niños –gracias a la citada ambientación– ya ha enganchado emocionalmente al espectador. Pero, luego, esta road movie empieza a desperdigarse un poco. Junto a estas y otras acciones definidas en el filme, hay también una serie de situaciones indeterminadas; y, entre ambas, por obra justamente de este cierto desorden, surge un juego de sugerencias que constituyen la clave de esta película.

En principio, aparece y reaparece un joven conductor (y motociclista) de una compañía de actores que deambulan sin rumbo fijo y él mismo reconoce que anda perdido por la vida. Más adelante se sugiere una condición homosexual del personaje, lo que frustrará a la joven heroína. En cuanto a los actores, éstos lucen algo alucinados, aunque sus dichos corresponden a la represión (o traición, según se vea) de los comunistas tras la Segunda Guerra Mundial, impuesta por los acuerdos entre Churchill y Stalin para los Balcanes. En consecuencia, podemos suponer aquí que Angelopoulos muestra a la joven generación (representada por el motociclista), desorientada ideológicamente y a la vieja generación (los actores) en decadencia debido a el citado trauma político de posguerra. Estas sensaciones de derrota, fracaso y soledad de estos personajes se acentúan con el paisaje, que adquiere aquí toda su real dimensión ideológica. Al ver esas aisladas plantas e instalaciones industriales estamos viendo realmente ruinas, pero no los restos arqueológicos de la cultura griega, sino las mismas ruinas de la modernidad. El desconcierto no es otro que el producido por la desintegración de los paradigmas de una era histórica dominada por el industrialismo y la inexistencia de un paradigma alternativo o sustitutorio. Y cuando vemos esa fascinante escena del helicóptero que extrae del mar la escultura de esa mano gigante, pareciera que las ruinas de lo que se considera la raíz de la cultura occidental estuvieran más vivas que esas fábricas que subsisten en medio del descampado.

Topio stin omichliOtro contraste sugerido es el del pequeño pueblo donde descansan los protagonistas y ese paisaje desolado e industrial que describimos. Hay un poco de calidez y acogida en estas locaciones, incluso en la oscura y semivacía discoteca. El nexo (débil, como los demás que podamos encontrar) entre estos espacios y el ámbito del paisaje es la escena del izamiento de la bandera, que nos sugiere las relaciones entre lo ideológico y el desarrollo de lo meramente individual. Las escenas fuertes y dolorosas se combinan con otras casi surrealistas, pero todo transcurre como si nada pasara; no hay explosiones melodramáticas, pero sí mucho silencio y –sobre todo– un tempo lento que junto con la niebla nos va envolviendo en ese transcurrir frío y distanciado. Mientras el director nos va introduciendo con sus planos secuencias a esos ámbitos sugeridos, a esos entresijos que van dejando los contrastes arriba descritos. Lo determinado y lo indeterminado conviven y se oponen suavemente y destilan un tránsito y un devenir que alcanzan su plenitud en la secuencia final; luego de la incierta travesía para pasar al otro lado del río. Ese fluir no es otra cosa que el tiempo y a lo que éste aspira: la trascendencia.

Hay quienes discrepan con este desperdigamiento de acciones y situaciones durante la travesía de los dos protagonistas, lo que prolongaría innecesariamente el filme. Por ejemplo, Aarón Rodríguez (en su por otra parte conciso y notable comentario) piensa que «el director se enmaraña en sus habituales disquisiciones y (…) la cinta pierde algo de fuelle y de efectividad dramática (…) A Angelopoulos le falta el dominio de la elipsis (…) le falla, quizá, ese saber cortar en el punto exacto y no mostrar aquello que podría parecer superfluo o gratuito. Aunque no lo sea (…) en este Paisaje en la niebla uno tiene la sensación de que la historia se hubiera podido contar en hora y media, quizá en menos».

Mientras que otros, en cambio, piensan exactamente lo contrario, es decir, que la película es «redonda»; es el caso de Quin Casals: «Para mí, Angelopoulos es un gran director al que de vez en cuando se le va la mano, por lo que teniendo capacidad para hacer obras redondas, le acaban saliendo ovaladas. Ello no quita, reitero, que sigan siendo magníficas, superiores en todo caso a la media. La excepción es Paisaje en la niebla, la única suya donde percibo que nada sobra, que todo está en su sitio, que la cámara se mueve como el poeta escribe y que la lectura simbólica no es un guiño para iniciados sino una profunda, bella, introspectiva reflexión sobre la condición humana».

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En realidad, creo que en este caso es indiferente si se alcanza la redondez o no. En esta película (y contra todo lo que siempre he creído) pienso que dejar cabos sueltos es un síntoma de libertad por parte de Angelopoulos. Y que más bien conviene que hayan elementos de indeterminación, situaciones vagas, juego de sugerencias y tiempo para que estos elementos queden flotando en el aire, en nuestra mente y en nuestro recuerdo. La duración es fundamental en este director ya que el tiempo funciona tanto a nivel de la forma como del contenido de Paisaje en la niebla. A esto se refiere el director cuando en una entrevista dentro del DVD explica a su famoso guionista Tonino Guerra que mientras los italianos beben café, los griegos lo saborean, gota a gota. Y eso es lo que ocurre con el tiempo: el cineasta lo «saborea» minuto a minuto. Todavía ahora, después de una semana de haber visto esta película, siento nostalgia por algunos momentos sobre los que quisiera volver. Es admirable cómo el minimalismo de este director puede apelar a nuestros más profundos sentimientos, dejándonos una huella –valga la reiteración– duradera.

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