Dir. Ron Howard | 122 min. | EE.UU. – Reino Unido – Francia
Intérpretes: Frank Langella (Richard Nixon), Michael Sheen (David Frost), Sam Rockwell (James Reston, Jr.), Kevin Bacon (Jack Brennan), Matthew Macfadyen (John Birt), Oliver Platt (Bob Zelnick), Rebecca Hall (Caroline Cushing), Toby Jones (Swifty Lazar), Andy Milder (Frank Gannon), Kate Jennings Grant (Diane Sawyer), Gabriel Jarret (Ken Khachigian), Jim Meskimen (Ray Price), Patty McCormack (Pat Nixon), Geoffrey Blake (Director de la entrevista), Clint Howard (Lloyd Davis)
Estreno en Perú: 05 de marzo de 2009
Ron Howard es un buen artesano de Hollywood, responsable de algunas películas interesantes –como Una mente brillante o El Periódico– y otras meros éxitos comerciales. Esta película narra el “detrás de cámara” y la puesta en escena de la única entrevista concedida por el ya ex presidente Richard Nixon, tres años después de haber sido obligado a renunciar por el escándalo Watergate. Puntos a favor de esta cinta son todas las negociaciones –tanto financieras como políticas– para llegar a la entrevista; incluyendo la fuerte y experta asesoría profesional que contrató Frost para prepararla.
Ron Howard es un buen artesano de Hollywood, responsable de algunas películas interesantes –como Una mente brillante o El Periódico– y otras meros éxitos comerciales. Entre las primeras deberíamos incluir también a Apolo XIII, sino fuera porque en este filme el director ofrece una de las típicas distorsiones de la industria audiovisual norteamericana. En este caso, convertir lo que fue uno de los peores desastres de la industria espacial yanqui en lo contrario: un salvamente exitoso, e incluso épico. Basta ver la cinta para entender que esa aventura pudo terminar trágicamente debido a fallas no detectadas a tiempo y de simulaciones que debieron hacerse antes del vuelo –y no en el momento, como sucedió– para identificarlas y poder resolverlas oportunamente.
En otras palabras, la cinta no se centra en los responsables de las graves fallas que pusieron en riesgo la vida de la tripulación hasta el último momento del retorno, sino que se dedicó a resaltar los esfuerzos por rescatarlos. Así, la parte más increíble que muestra el filme es cuando los técnicos y científicos, usando y adaptando chapuceramente repuestos “hechizos” (es decir, improvisados) reconstruyeron la situación en cabina; en vez de haber diseñado y probado con anticipación posibles escenarios ante emergencias. Más o menos como ocurre en ciertos talleres donde empeñosos “maestritos” reparan carcochas que aún circulan en gran cantidad por Lima.
No obstante lo anterior, la cinta se caracteriza por un acabado técnico impecable, un buen manejo del viejo procedimiento de la “salvación de último momento” (aunque solapando que ello ocurrió en realidad por un golpe de suerte o un milagro). Asimismo, por unos singulares planos de los astronautas en tierra, tomados desde el punto de vista de la Luna.
Me he extendido en Apolo XIII, porque en Frost/Nixon ocurre más o menos la misma impostura histórica; pero aquí producto de una manipulación más sutil. Esta película narra el “detrás de cámara” y la puesta en escena de la única entrevista concedida por el ya ex presidente Richard Nixon, tres años después de haber sido obligado a renunciar por el escándalo Watergate. La entrevista fue concedida por el astuto político a David Frost, un periodista británico dedicado a programas de concursos y entrevistas a personajes de la farándula, con la esperanza de salir bien librado; y parece que lo logró. Sin embargo, el filme de Howard plantea exactamente lo opuesto, es decir, que Frost –en épica batalla– obligó a Nixon a pedir perdón a los estadounidenses (aunque, en realidad, lo que cabía era que reconociera sus delitos).
Puntos a favor de esta cinta son todas las negociaciones –tanto financieras como políticas– para llegar a la entrevista; incluyendo la fuerte y experta asesoría profesional que contrató Frost para prepararla. Pese a semejante apoyo, y como el filme también lo muestra, el entrevistador cedió la iniciativa a Nixon en gran parte de la entrevista –que se desarrolló en seis sesiones de una hora, durante varios días–. O sea que cuando vemos, en el tramo final, que “la tortilla se vuelve” a favor del entrevistador, inmediatamente empezamos a sospechar que algo raro está pasando. Y, efectivamente, distintos autores han evidenciado importantes “inexactitudes” históricas sobre este episodio y sobre lo dicho por Nixon en esta parte final de la entrevista.
Fred Schwarz, en la edición on line del Nacional Review sostiene que “Frost/Nixon es un intento de usar la historia, con amplias licencias dramáticas, para convertir retrospectivamente a un perdedor en ganador”, aduciendo que “muy poco o ninguna nueva información fue puesta al descubierto. Y nadie que no hubiera seguido la carrera de Nixon fue sorprendido en lo más mínimo por sus manipulaciones y evasivas” durante ese evento periodístico. En su artículo cita a Bob Woodward, quien calificó la entrevista poco menos que como un refrito que arrojaba muy poca luz sobre el escándalo Watergate; otros periodistas de aquella época testimonian en el mismo sentido.
Por otra parte, Jonathan Aitken, biógrafo oficial del ex gobernante, sostiene que la escena clave del filme, en la que un Nixon borracho habría llamado a su entrevistador la noche previa a la última sesión, nunca ocurrió y “es una invención artística, de comienzo a fin, por parte del guionista Peter Morgan”. Clave porque, según el filme, tal llamada habría acicateado a Frost y lo habría empujado a investigar datos comprometedores para el ex mandatario y a adoptar una actitud más punzante y agresiva ante cámaras. Aitken refuta esto diciendo que desde un punto de vista periodístico, la entrevista fue un fiasco debido a que Nixon era “un maestro de las evasivas y de irse por las ramas”. Y recuerda que “Frost no emboscó a Nixon durante la entrevista final logrando una perjudicial admisión de culpa. Que el ex presidente ‘confesara’ sobre Watergate fue un acto cuidadosamente planeado. [Y contrariamente a lo que se muestra en la película] Fue luego de considerable ayuda y consejo de los asesores de su adversario, que Frost logró que éste cambiara su fiera actitud y adoptara una aproximación más suave”. En otras palabras, fue su asesor Jack Brennan quien presionó a Nixon no sólo para que diera la entrevista, sino para que ensaye una débil aunque sincera excusa sobre Watergate.
Por otra parte, este autor sostiene que antes que una victoria de Frost, la entrevista rindió beneficios a ambos. Al entrevistador, porque logró que pudo lograr una audiencia importante y demostrar que podía con un peso pesado. Nixon, por su parte, no resultó un derrotado en absoluto, ya que uso su “confesión” como trampolín para reinventarse políticamente y, liberado de la acusación de no haberse disculpado, presentarse bajo una nueva luz ante la opinión pública. Posteriormente, el ex gobernante sería consultado sobre asuntos de política exterior por los presidentes Carter, Reagan, Bush padre y Clinton; y escribió hasta nueve exitosos libros sobre el tema, lo que desbarata la conclusión de la película, que deja a Nixon como un perdedor total.
Aunque Aitken es un historiador respetable y que, además, tuvo contacto directo con el círculo íntimo de asesores y familiares del ex gobernante, de todas formas es un biógrafo oficial; mientras que Schwarz es colaborador de una revista conservadora y vocera de los republicanos. Cabría la sospecha, entonces, de que defienden a Nixon contra Frost. No es el caso, ya que Anthony Summers, autor de una biografía claramente crítica, deja bien en claro que en realidad Nixon jamás se disculpó. “Cuando [el presidente] Ford le pidió que realizara un acto de contrición, él se limitó a hablar de su ‘arrepentimiento’ y de la angustia que le habían producido ‘sus errores y juicios equivocados’. Posteriormente, cuando estableció las normas para la redacción de sus memorias, dijo a los que trabajaban con él: “no nos humillaremos, no confesaremos, no entonaremos el mea culpa… En público, jamás ofreció claramente sus disculpas”. (Summers, Anthony, Nixon, Barcelona: Península/Atalaya, 2000, p. 599). Y es que en la entrevista con Frost, Nixon nunca reconoció, sino que más bien negó enfáticamente, haber cometido delito alguno; por lo que tampoco se habría justificado su juicio y destitución como presidente, lo que el entonces gobernante conjuró presentando su renuncia.
En cambio, Summers sí acepta que Nixon “se fue de boca” en una parte de la entrevista, referida a un plan que daba carta libre a los servicios secretos para chuponear los teléfonos, revisar la correspondencia y realizar allanamientos a discreción de opositores a la guerra de Vietnam. “El plan nunca se llevó a cabo, recuerda este autor, [pero] su importancia histórica radica en que Nixon, por lo visto convencido de que tenía autoridad para infringir la ley, lo aprobó y se creyó con poder para hacerlo. ‘Cuando lo hace el presidente, significa que no es ilegal’, explicó Nixon años después, cuando el entrevistador David Frost le preguntó por el plan. Insinuó que había circunstancias en las que un presidente puede ordenar de manera justificada algunos delitos, como, por ejemplo, un robo. No rechazó de pleno la posibilidad de que un presidente tuviera derecho a ordenar un asesinato” (Summers, op.cit., p. 431). No obstante, estas declaraciones fueron un desliz de Nixon y no tanto producto de su rapidez de reflejos.
En suma, Frost/Nixon es, como Apolo XIII, el intento de convertir el fracaso en un triunfo. Debo aclarar que el cine no aspira a la fidelidad histórica, incluso en el caso de películas basadas en hechos históricos. Nadie discute aquí el derecho de los cineasta para manipular las circunstancias en función de desarrollar una trama ficcional que reconstituya el sentido de la verdad histórica; es lo que Vargas Llosa denomina “la verdad de las mentiras” en literatura. Pero para llegar a esa verdad, el cineasta debe operar con honestidad. Así, por ejemplo, en Amadeus, Milos Forman utiliza la falsedad histórica del asesinato de Mozart por Salieri, para ilustrar el tema de la envidia y destacar la verdad sobre el carácter y talento del gran compositor austriaco. Lo deshonesto, por ejemplo, hubiera sido que el filme presente a Salieri como más talentoso que Mozart, lo cual sería lo exactamente opuesto a la verdad histórica y artística (y también un disparate total). En el caso de Frost/Nixon, está bien que se quiera presentar el relato como un combate de gladiadores donde sólo uno de ellos saldría victorioso; pero lo que no se puede aceptar es que el resultado sea exactamente lo contrario de lo que ocurrió en realidad. Lo honesto –e incluso interesante (por polémico)– hubiera sido aceptar el enfoque de Aitken sobre esta entrevista como un trampolín para “aquella admirable y lenta recuperación” (Summers) de Nixon. Y en este contexto, también habría sido correcto introducir la citada llamada telefónica no demostrada, ya que su contenido está constituido por contenidos presentes en otros episodios de inestabilidad emocional y afición al alcohol en la vida del personaje. Pero, claro, ya estamos hablando de otra película.
Es por ello que los eventuales puntos de interés de esta cinta se desdibujan casi totalmente, ya que poco importa la descripción de las técnicas de entrevista que algo superficialmente se explican en el filme, o la reflexión sobre cómo la entrevista de televisión –y el juego de primeros planos– puede mostrar la sinceridad (o no) de un personaje. Lo que sí cabe reconocerle a Howard es asumir el riesgo de hacer una película basada en los diálogos y la calidad de los actores, ya que el tema no se prestaba tanto al cine como al reportaje televisivo.
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