Festival de Lima: «Tiempos futuros», la ciudad que nunca ha llorado

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Escrito por Muki Sabogal – actriz y creadora

Al fin se estrenará en Perú, en el Festival de Cine de Lima, la singular cinta peruana Tiempos futuros, que viene sorprendiendo al público internacional con su representación de nuestra Lima gris. Todavía plagado por el realismo, el cine sudamericano cuenta con pocas películas de ciencia ficción, por ello esta cinta destaca como una rareza que, a pesar de su bajo presupuesto, logra construir un mundo distópico con una atmósfera envolvente y asfixiante.

Al ver esta película podemos presenciar dos grandes debuts: el de su director Víctor Manuel Checa, con un primer largometraje coherente, meticuloso y con personalidad definida; y el de Lorenzo Molina, el protagonista Teo, quien teniendo apenas 12 años debuta en la pantalla grande con una honestidad muy bonita. Además está acompañado por la experiencia de Fernando Bacilio (quien el 2013 fue elegido el Mejor actor protagónico en el Festival de Locarno, con “El mudo”), transmitiendo también, pero de otro modo, una emocionalidad reprimida.

El tono de la película, así como sus colores y metáforas constituyen un todo complejo y coherente. Visualmente melancólica, con una paleta de colores bien definida en la dirección de arte (Sandro Angobaldo) y de fotografía (Fergan Chávez-Ferrer). Quienes han vivido en Lima reconocerán lo que a veces transmite la ciudad. En este caso se muestra penumbrosa, húmeda y vacía; algo ocurre mientras la ciudad duerme y la vida se desarrolla entre cuatro paredes o al interior de un auto. Las ranas en una pecera reflejan el ambiente desolador y la sensación de estar estancado y atrapado. La atmósfera sonora está sumamente cuidada y nos sumerge en esta ficción distópica.

Análisis de la película

El film retrata el anquilosamiento de una emocionalidad masculina reprimida. El padre (Fernando Bacilio) dice que la ciudad que habitan, húmeda pero donde no llueve, “es como alguien que tiene una pena muy grande pero que nunca ha llorado”, y con su invento pretende liberarla. La máquina sin embargo es un reflejo de su propia frialdad e incapacidad de escucha, y a su vez el corazón de la tensión con su hijo; la máquina funciona a modo de antihéroe y es un ente casi vivo. 

Como suele pasarle a los niños que se sienten responsables de cuidar a un adulto o de cumplir con sus expectativas para sentirse valorados, Teo (Lorenzo Molina) “madura” demasiado pronto, reprimiendo así a su niño interior. En cambio cuando hace equipo con los jóvenes delincuentes, que resultan mostrarse más sensibles que su reservado padre, encuentra que puede permitirse ser más relajado y expresivo. Hay un notorio contraste entre la verticalidad del padre y la horizontalidad con que el líder de la banda (Jeremi García) integra a Teo; las historias de ambos personajes se reflejan y hay un aprendizaje mutuo. Entrando a la adolescencia es natural que Teo tenga una pulsión de rebeldía y deseo de emancipación; con gestos sutiles Lorenzo Molina nos transmite la lucha interna del personaje que siente compasión por su padre. Rodeado en su familia por premiados actores y directores, Lorenzo capta con agudeza la expresividad contenida que requiere la actuación para el cine. 

El padre fundamentalista, que no tolera puntos de fracaso, termina siendo destruido por su obsesión al igual que Ícaro. De modo que el sueño de cambio que tenía termina convirtiéndose en una pesadilla, esto se asemeja en lo político a regímenes complejos, donde la gente lucha por un ideal utópico alimentando sin saberlo una máquina destructiva. 

Conversamos con el director

Víctor Manuel Checa.

En el Festival de Guadalajara, en junio pasado, Víctor Checa nos contó que al escribir el guion partió de lo íntimo, la relación padre-hijo, y luego expandió esta intimidad construyendo el universo que rodea a los personajes. El realismo no necesariamente refleja la realidad, o se vuelve insuficiente; de hecho el cine más crítico fue, por ejemplo el cine ruso de ciencia ficción que se disfrazaba de fantasía para esquivar la censura. Los textos filosóficos de Deleuze también inspiraron a Víctor; especialmente las potencias de lo falso que son liberadas cuando abandonamos el modelo de verdad. Al dejar de querer controlar la vida, la vida se manifiesta, nos atraviesa y nos transforma. Así es como cuando el padre intenta, mediante su máquina, controlar lo incontrolable, su sueño romántico/utópico se convierte en un desastre, tanto si llega a llover en una ciudad que no está preparada, como si no, por la frustración que le genera.

La realización de la película se prolongó más de lo esperado, tomando 6 años, Checa nos cuenta que le fue útil intentar estar siempre en el presente, sin pensar en qué va a pasar, sino en qué está pasando, qué material tenemos, qué nos dice, cómo lo podemos mejorar, y trabajar sobre eso. La pandemia también influyó en el resultado final: el tiempo de incertidumbre, el futuro incierto. A pesar del ambiente melancólico y gris, esta película invita a vivir y externar las emociones y entregarse con humildad al futuro. “Lo único que queda es tener esperanza, pero para eso hay que tener voluntad, no es automático. Si lo proyectas vendrá, dicen, pero hay que trabajar la voluntad”.

Por último le preguntamos por cine peruano que relacione con Tiempos futuros y mencionó: Metal y melancolía, documental de la recientemente fallecida Heddy Honigmann; Videofilia (y otros síndromes virales) de Juan Daniel F. Molero; Vía satélite, en vivo y en directo de Armando Robles Godoy, y los cortometrajes de Aldo Salvini.


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