[Crítica] «Los Fabelman», la nueva fábula de Spielberg

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Se sabe desde hace tiempo ya que “Los Fabelman” es una película autobiográfica para Steven Spielberg. No es solamente su primer crédito como guionista desde “A.I.: Inteligencia Artificial”, sino también una interpretación de su propia infancia en los años 50 y 60. Es, además, el tipo de película que cualquier cinéfilo o cineasta debería amar —un filme que retrata de manera prácticamente perfecta el amor de Spielberg por el cine, la manera en que el ve al mundo —especialmente a través del lente de una cámara—, y por supuesto, la forma en que su crianza y su familia influenciaron su vida y su trabajo. “Los Fabelman” es una historia extremadamente personal, traída a la pantalla grande (o chica) de manera experta por uno de los cineastas más reconocidos de la industria estadounidense.

Al comenzar la película, nos encontramos con un Sammy Fabelman de 7 años (Mateo Zoryan); un niño común y corriente, de familia judía, que vive con sus hermanas y con su padre, el ingeniero Burt (Paul Dano), y la ama de casa Mitzi (Michelle Williams). Sin embargo, una primera visita al cine cambia por siempre su vida. Lo que parece ser primero una fascinación por los trenes de juguete (la película que vieron fue “The Greatest Show on Earth”, y la escena del choque de tren causó un gran impacto en el niño) termina convirtiéndose, en realidad, en una fascinación por el cine. Utilizando la cámara de 8mm de su padre, Sammy comienza a grabar lo que ve y lo que tiene… una ocupación que se torna más ambiciosa cuando lo vemos más grande.

El Sammy adolescente (Gabriel LaBelle), utilizando una cámara más avanzada y hasta consiguiendo un equipo de edición lineal, es capaz de dirigir cortos más complicados, presentando muchos de ellos a sus compañeros boy scouts. Pero su padre, un hombre un poco cuadriculado y que siempre piensa en lo tangible, en lo construible, quiere que su hijo se dedique a otra cosa. El conflicto familiar se acentúa, además, cuando los Fabelman deciden mudarse, primero a Phoenix, Arizona, y luego a California. Y también cuando Sammy descubre un secreto que involucra a su madre, y a su divertido tío Bennie (Seth Rogen), el mejor amigo de su padre. Sin importar lo que pasa en su vida, eso sí, una cámara parece estar siempre acompañando a nuestro protagonista.

Admito tener cierto sesgo a la hora de escribir sobre “Los Fabelman”. Después de todo, también soy cineasta, y también tengo recuerdos de mi infancia con las cámaras caseras de mi familia, y luego, de mi adolescencia, con la cámara que utilicé para dirigir dos largos en la secundaria. Además, nunca he ocultado mi fascinación por Spielberg —uno de mis cineastas estadounidenses favoritos, y un director extremadamente versátil, incluso en esta etapa más reciente de su carrera. Lo que estoy admitiendo también, entonces, es que “Los Fabelman” es el tipo de película que parece haber sido hecha para mí; un filme que transmite en cada escena y en cada fotograma el amor que Spielberg siente por el cine, pero también el que tiene por su familia, por más de que muchos de sus miembros ya no se encuentren con nosotros.

Es una película aparentemente sencilla, si se quiere ver de manera superficial, pero que en realidad debe haber sido compleja de escribir y dirigir. Después de todo, lo que hace Spielberg acá es balancear los elementos más personales de la historia —la relación entre Sammy y sus padres, sus experiencias en el colegio, su primer amor— con los temas más relacionados al cine —sus aventuras grabando cortometrajes con amigos, su amor por el montaje analógico, su primera visita al cine, y por qué no, cierta escena (que sirve como epílogo para la película) que involucra a un director famoso interpretando a otro director famoso. No daré detalles sobre este último momento; solo diré que debería ser suficiente como para justificar el precio de la entrada para ver “Los Fabelman” en el cine.

Fuera de los elementos autobiográficos —los cuales, debemos asumir, la mayoría de espectadores no conoce—, “Los Fabelman” funciona muy bien como un drama bien actuado e impecablemente dirigido. Sammy es desarrollado como un chico inteligente y ansioso, al que no le interesan mucho ni las ciencias ni las matemáticas, y mucho menos los deportes (algo con lo que ciertamente me puedo identificar). Es esa sensibilidad artística la que a veces lo pone en problemas, pero también lo que lo convierte en alguien especial, que puede entablar una relación relativamente cercana con su complicada madre, y hasta conseguir una enamorada en la secundaria casi sin querer queriendo. Sammy es retratado, pues, como alguien complejo e inseguro, que necesita, muchas veces, de un empujón extra para seguir sus sueños.

Las actuaciones ciertamente ayudan a que uno se involucre en la historia, aunque curiosamente, quien me decepcionó ligeramente fue Michelle Williams. No es que su interpretación de Mitzi sea mala, sino que, por momentos, parece pertenecer a otra película —a una un poco más exagerada y estilizada. Se entiende que el personaje es algo complicado y excéntrico —y según la familia de Spielberg, Williams aparentemente hace un excelente trabajo convirtiéndose en la madre del afamado director—, pero Williams está en un código distinto al de sus compañeros (especialmente Dano), lo cual hace que resalte por lo aparatosa y expresiva que resulta su actuación.

El resto del reparto, sin embargo, no cuenta con esos problemas. Gabriel LaBelle logra interpretar a Sammy como un chico delicado pero que es capaz de valerse por sí mismo. Por un momento, parecía que la película iba a caer en los clichés de las historia juveniles entre nerds y bullies en el colegio, pero tanto Spielberg como LaBelle hacen un buen trabajo dándole un giro interesante a aquellos elementos narrativos. Paul Dano, por su parte, tampoco cae en estereotipos. Puede que Burt sea un hombre aparentemente incapaz de conectar bien con los niños, muy ensimismado en su trabajo y en sus intereses tan específicos, pero Dano le otorga cierta calidez, cierta cercanía entre él y LaBelle, que nos hacen recordar que sí quiere a sus hijos. Seth Rogen destaca como el divertido tío Bennie, y como se dijo líneas arriba, cierta escena memorable le pertenece a un director famoso interpretando a un cineasta legendario. Mejor no mencionar de quién se trata.

Si hay algo que puede asustar a ciertos espectadores, es que “Los Fabelman” es una película larga. Más de dos horas y media que no se llegan a justificar del todo, especialmente considerando el ritmo pausado y ciertas escenas que muy fácilmente podrían haber sido obviadas. Y por supuesto, no se puede dejar de mencionar a Williams; una gran actriz que, quizás, debió abordar a estar personaje de manera distinta. Pero nada de eso, felizmente, logra arruinar la experiencia en general de ver “Los Fabelman”. Combinando elementos altamente personales con un claro amor al cine, y una narrativa dramática pero nunca telenovelesca, lo que tenemos acá es una muy buena película de Spielberg. Quizás no es de sus mejores, pero de hecho es superior a la mayoría de dramas que se estrenan en cines y streaming año tras año.

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