Críticas

«Asteroid City» (2023): Divagaciones de un artista

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Partiendo del posmodernismo más arduo, la última película de Wes Anderson resulta en un ensayo lúdico sobre la ficción y la realidad. Sirviendo al mismo tiempo como ejercicio de autoanálisis, es una propuesta que acoge a la metatextualidad desde su concepción, siendo esta una sucesión de capas narrativas en donde las paredes invisibles se rompen constantemente y las emociones humanas salen a flote. Al tratarse de su décimo primer largometraje, es un proyecto que termina deconstruyendo ese estilo “alienígena” que tanto le ha caracterizado a lo largo de su carrera.

Más allá de los reconocibles elementos visuales y sonoros, Asteroid City logra superar esa barrera artificial que rodea a la obra del autor gracias a una muestra autoconsciente (casi paródica) de su propia esencia. Mostrándose cómica y particularmente vulnerable, es una cinta que, incluso jugando con tres ficciones en simultáneo, captura esa magia que nace de la mera necesidad de contar y escuchar historias. Con tropos de la filmografía de Anderson que se van repitiendo en cada nivel de “realidad”, es un filme que podría parecer tramposo debido a la subjetividad que propone, aun cuando esta constituye su componente más sustancioso.

En sí, puede leerse al mismo como una invitación a abrazar la simpleza de las cosas sin dejar de lado su innegable profundidad. En ese deseo por crear algo, es el propio escritor y/o director (Edward Norton / Adrien Brody / Wes Anderson) quien opta por modificar su forma de narrar, ya sea mediante metáforas o mensajes cuasi encriptados que exigen cierto esfuerzo al espectador. Sin deslegitimar la complejidad del proceso, el autor estadounidense cuestiona su propio método intrincado para poner en pantalla estos relatos, consiguiendo así un resultado que, dentro de todas sus pretensiones artísticas, termina haciéndose irónicamente sincero con la audiencia. Para llegar a abrir los ojos es necesario soñar, acción que se ve impregnada desde lo más profundo de la cinta en su cualidad como obra de ficción sobre el proceso creativo en sí.

Incluso si existen personajes en el filme que se muestran contradictorios y complejos, son las pequeñas anécdotas que suceden alrededor de ellos las que terminan por desentrañar su verdadero valor. Como una muestra de esa extraña melancolía que rodea el mundo adulto en contraste a la incesante curiosidad de los más jóvenes por comprender la vida, la respuesta a las dudas que rodean a nuestros protagonistas (ya sea dentro de su personalidad teatral o no) vuelve a recaer en el espacio más modesto, uno lejos de las estrellas pero familiar a la condición humana. Al final, la paz puede encontrarse en esa necesidad intrínseca por sentir más que por saber, siendo lo emocional parte fundamental de las artes y el mismo cine.

Muy ligado a esto, es posible destacar la pintoresca personalidad de la cinta, especialmente en su apartado cómico. Recurriendo al ya conocido humor seco del director, este elemento se vuelve mucho más juguetón, rompiendo constantemente con las reglas entre sus universos ficticios y dando rienda suelta a la ironía mediante situaciones particulares. La facultad de los personajes como seres de ficción se vuelve el elemento primordial, siendo muchas de sus acciones inesperadas o directamente caricaturizadas. La simpleza para decir las cosas en el medio resulta extraña dentro de todo, pero su carga y densidad vienen hacia nuestro mundo al momento de interpretar, siendo una simulación que estamos dispuestos a creer en su facultad tanto de entretenimiento como de pieza artística. Es con esta ambivalencia entre lo simple y lo complejo donde se mueve la obra de teatro dentro de la película, sirviendo como espejo tanto para quienes la escribieron en ese universo como para el mismo Anderson, una gama de contradicciones que encuentran sentido en su equivalencia con la naturaleza humana.

En cuanto al apartado técnico, su producción es impecable como de costumbre, estando los sets milimétricamente calculados en oposición a lo imperfecto de sus personajes. En sí, la magia está en observar a personalidades tan inestables convivir en un mundo nacido del arte, lugares cargados de color y vida a diferencia del blanquinegro de la realidad. Asimismo, la banda sonora no se queda atrás, con artistas reconocibles y música original que dota de cierto tono juguetón al filme. 

Lejos de ser una práctica autoindulgente de belleza superflua, es una propuesta que se deja disfrutar de inició a fin sin negarse a explorar ideas con cierta profundidad. En esa extraña relación entre creador y creación reside una intención mucho más significativa: la de llegar a un público por medio de una voz propia. Más allá de responder a las grandes dudas del universo creativo, es una cinta que se forja desde la transparencia del mismo. Un sueño hecho realidad.

Esta entrada fue modificada por última vez en 20 de agosto de 2023 23:45

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