[Crítica] “Beau tiene miedo”, y Ari tiene problemas


Luego de que su estreno en salas comerciales locales fuera cancelado, por fin tenemos la oportunidad de ver “Beau tiene miedo”, lo último de Ari Aster (“Hereditary”, “Midsommar”) en la sala del Centro Cultural PUCP. Y habiendo ya visto el filme, puedo entender el por qué de ese estreno comercial. Lo que tenemos acá es una película que desafía cualquier tipo de encasillamiento, haciendo uso de elementos propios de diferentes géneros, y favoreciendo la metáfora y lo ilógico por sobre una narrativa convencional. Es así que “Beau tiene miedo” se convierte en la producción menos accesible de Aster hasta ahora, y en una experiencia que pondrá a prueba la paciencia de más de un miembro del público.

De hecho, en la función a la que asistí, se terminaron retirando unas diez personas de la sala, muchas de ellas al darse cuenta de que recién iban en la segunda hora de las tres que dura la película. Y con justa razón: “Beau tiene miedo” no es una cinta para todo el mundo. Mezclando surrealismo con elementos de comedia negra, crueldad, y un tono que la hace parecer una pesadilla continua y de resolución insatisfactoria, lo que ha hecho Aster es incluir todas su preocupaciones y neurosis y ansiedades en un solo paquete. Un paquete que, lógicamente, no será del agrado de todo el mundo, y que termina sintiéndose más como una sesión de terapia absurdamente costosa, que como una película narrativamente interesante o al menos temáticamente relevante. “Beau tiene miedo” es una cinta de muchas ideas, pero de ejecución frustrante.

Joaquín Phoenix interpreta a Beau Wasserman, un hombre cuarentón que vive en un barrio infernal, en una ciudad de nombre desconocido. Cada vez que regresa a casa tiene que escaparse de criminales y asesinos, y cada vez que va a ver a su terapeuta (Stephen McKinley Henderson), sale con más preocupaciones que respuestas, y con nuevas pastillas que debe tomar. Las cosas se tornan incluso más complicadas, sin embargo, cuando se entera de la muerte de su exitosa madre (interpretada por Zoe Lister-Jones en flashbacks, y por la gran Patti LuPone en el presente). Es por eso que decide salir de casa, lo cual se convierte en una odisea de épicas proporciones. Beau pierde el vuelo que tenía reservado para ir donde su madre, es atropellado, termina en la casa bajo el cuidado de una sospechosa pareja (Nathan Lane y Amy Ryan), y hasta termina adentrándose en un bosque mientras es perseguido por un soldado con estrés postraumático. Ir al funeral de su madre, entonces, no será tarea fácil para Beau.

No obstante, y como se dijo líneas arriba, la narrativa no parece ser una prioridad para Aster. “Beau tiene miedo” es una película en la que las cosas simplemente suceden; las casualidades son pan de cada día, y la violencia y la mala suerte parecen estar acechando a Beau todo el tiempo. Estructuralmente hablando, este no es un filme que se ciña a las convenciones del cine comercial hollywoodense; más bien, Aster parece haber desarrollado la historia como si fuese una pesadilla continua, en la que Beau se va metiendo en situaciones cada vez más alocadas, tratando de escapar de un mundo que parece estar siempre en contra de él. Destacan, por ejemplo, un montaje visualmente espectacular que nos narra una vida alterna para Beau, así como los enfrentamientos que tiene con la hija psicopática (Kylie Rogers) de la pareja que lo rescató del accidente.

En papel todo esto suena fascinante, pero en la práctica, se ha convertido en una película obtusa, por momentos graciosa y de construcción fascinante, pero en general frustrante. El mundo que Aster construye al inicio, por ejemplo, violento y ridículamente caótico, es abandonado rápidamente para pasar a lo siguiente. Y a lo siguiente. Y a lo siguiente. “Beau tiene miedo” es una película de muchas ideas, demasiadas ideas, casi como si Aster quisiera contarlo todo en una sola producción, con miedo de no poder plasmar todos estos conceptos y preocupaciones en alguna otra cinta. Por ende, “Beau tiene miedo” no llega a desarrollar bien ninguna de sus ideas centrales —ni las preocupaciones freudianas o edípicas de Aster (ojalá el cineasta haya tenido una buena conversación con su madre luego del estreno), ni las aparentes parodias que incluye de diferentes aspectos de la sociedad (el tratamiento de la salud mental, la dependencia a las pastillas, el arte como terapia).

Porque al final del día, no es que “Beau tiene miedo” sea una película difícil de descifrar. No es que uno no la disfrute porque no la entienda —uno termina frustrado precisamente porque la entiende, y porque Aster para pensar que somos incapaces de entenderla. La película ha sido construida, adrede, como una experiencia desagradable, en la que seguimos a un eterno perdedor en una odisea cruel y deprimente, y en cada fotograma, se nota el desprecio que Aster le tiene a su audiencia. Esto no es algo necesariamente malo —de hecho, es una decisión creativa intencional por parte de un cineasta de mucho talento—, pero en este caso en particular, es algo que resulta en una experiencia insufrible y eterna, donde las tres horas de duración, por momentos, se sienten como cinco.

Lo cual es una pena, porque claramente Aster es capaz de atraer mucho talento a sus proyectos, y de desarrollar algo que, al menos, luce muy bien. La dirección de fotografía es frecuentemente hermosa, y se luce durante la sección ya mencionada de la vida alterna de Beau —presentada como un escenario teatral cambiante, mezclado con animación en 2D e imágenes impactantes. Y la construcción de este mundo, surrealista, ilógico, frustrante, por momentos nos da a entender que tenía el potencial de ser más. El contraste entre el hogar en el que termina Beau mientras se cura de sus heridas, y el barro donde vivía, por ejemplo, tenía el potencial de decirnos algo. Al igual que la caracterización de Mona, su madre —una mujer sedienta de cariño, que ve a su hijo tanto con amor como con odio, como un cobarde que nunca se atreve a hacer nada por sí mismo. Esto último, desgraciadamente, llega muy tarde, y como parte de un acto final que, francamente, se siente eterno.

Phoenix interpreta a Beau como alguien permanentemente confundido —como un ser aparentemente inocente que no pertenece a este mundo caótico y caricaturescamente agresivo. Es una interpretación coherente con la manera en que el personaje ha sido escrito, pero que por momentos puede ser, bueno, frustrante. Phoenix maneja la misma expresión durante buena parte de la película, y al ser completamente reactivo y nada productivo, no logra convertirlo en una figura particularmente interesante. 

Por su parte, el reparto secundario está confirmado por artistas famosos y no tan famosos, todos intentando pertenecer a este universo de caos constante. Resaltan Nathan Lane (como un doctor, aparentemente, de buenas intenciones), Patti LuPone (intensa como la madre de Beau), Kylie Rogers (como una niña psicopática y cruel), Parker Posey (que participa en una de las escenas de sexo más graciosas, perturbadoras e intensas del año), y Armen Nahapetian (un actor de verdad, no un personaje generado por computadora) como un joven Beau. De hecho, son los flashbacks en los que participa este último los que logran otorgarle, aunque sea, un mínimo de emotividad a la película. No rompen con el carácter surrealista de la producción, pero al menos contrastan con la crueldad constante que vemos en la línea temporal principal con el Beau adulto.

Por fin entiendo por qué “Beau tiene miedo” terminó siendo tan divisoria —y por qué terminó siendo un fracaso comercial en los cines de otros países. Lo que tenemos acá es una película casi inclasificable, que parece deleitarse en darle golpe tras duro golpe a su protagonista. Ni siquiera los pocos momentos felices que llega a tener duran mucho —todos son interrumpidos por momentos de violencia (física o psicológica) o caos puro. Evidentemente, Aster tenía mucho con qué desahogarse, y parece haber querido incluirlo todo en “Beau tiene miedo” —desde sus preocupaciones freudianas (hay una escena en particular en un ático que dejará traumado a más de un espectador), hasta comentarios sobre relaciones familiares y amorosas, traumas de la infancia, y la salud mental. Es demasiado y termina aturdiendo más que fascinando —no obstante, algo me dice que esa era la intención de Aster. Y valgan verdades, el simple hecho de que haya convencido a una productora de que le den treinta millones de dólares para realizarlo, es digno de admirar.

https://www.youtube.com/watch?v=uiInlFetS8U&ab_channel=TrailersInSpanish

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