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[Crítica] «Napoleon» for dummies

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Napoléon Bonaparte es una de las figuras históricas más fascinantes y polifacéticas. Es muy difícil ofrecer una visión medianamente coherente y que haga honor a sus numerosos dones, talentos, aportes, visión, errores, horrores y crímenes, así como a su enorme influencia en varios campos, registrada durante su trayectoria y, desde entonces, a lo largo de la historia europea y mundial. 

Se han hecho muchas películas y publicado miles de libros sobre el personaje, pero hasta la fecha ningún producto audiovisual parece haberle hecho un adecuado reconocimiento; salvo la clásica cinta de Abel Gance, durante la época del cine mudo. Por tanto, para ofrecer una versión de tan complejo personaje quizás sea más apropiada una miniserie y, de hecho, se hizo una dirigida por Yves Simoneau en 2002, que al menos tiene la virtud de ser mucho más informativa y muestra más episodios históricos relevantes; los que faltan en la recientemente estrenada (y esperada) “Napoleón” de Ridley Scott. 

La miniserie –que puede verse en YouTube, aunque con pésima calidad audiovisual– permite formarse una imagen más amplia de tan desmesurada figura histórica; pero nada más. Pese a la presencia de superestrellas como Gerard Depardieu, John Malkovich o Isabella Rossellini, la serie se ve lastrada por una interpretación sosa y convencional del personaje, a cargo de Christian Clavier.  

También es posible que, exteriormente, Bonaparte no tuviera el aspecto físico o –a primera vista– careciera de un aura acorde con su genio militar, talento político y visión histórica; lo que hace todavía más complicado tanto una interpretación mínimamente adecuada como un marco cinematográfico al menos satisfactorio. Dadas estas circunstancias, el director británico ha escogido centrar su película en dos grandes líneas de acción intercaladas: la relación sentimental de Napoleón (Joaquin Phoenix) con Josefina Beauharnais (Vanessa Kirby) y una selección de sus grandes batallas; unidas sumariamente por algunos episodios políticos –algunos muy bien realizados (como el golpe de Estado contra la asamblea Nacional que instauraría el Consulado con él a la cabeza)– o biográficos, todos anecdóticos y apenas hilados entre sí. 

Si conoces poco o nada del personaje, esta película te parecerá muy interesante y entretenida, pues ofrece un resumen básico, claro y, a la vez, sencillo sobre la vida adulta de Napoleón y sus logros militares, presentados con una riqueza visual superlativa. En cambio, si lo conoces por lecturas u otras fuentes, posiblemente te parecerá una cinta más bien limitada, superficial y hasta decepcionante; pese a la innegable calidad y fastuosidad de la producción (fotografía, ambientación, vestuario, maquillaje), y especialmente por las espectaculares escenas bélicas.

En consecuencia, estamos ante un Napoleón para dummies, que muestra algunas facetas y hechos importantes de su vida a un nivel básico pero envueltas en un virtuoso ropaje cinematográfico. Lo único que se desarrolla con cierta amplitud es la relación entre Napoleón y Josefina, pero aun así esta se limita a sus hábitos sexuales, la asunción de su relación marital como una relación de y con el poder, y, desde el inicio casi, con la necesidad de tener un heredero (o sea, que Josefina se embarace). 

Esto es todo y lo demás es mostrado o mencionado expeditivamente. Salvo el primer amante de la emperatriz, que merece un brevísimo episodio, ninguno de los demás crushes (de ambos) aparecen; el propio divorcio también es otro episodio fugaz, mientras que el destino de su vástago oficial, las relaciones de Napo con su madre y hermanos, prácticamente se pierden en ocasionales menciones y efímeras presencias. Aunque, insisto, todo muy bien filmado.

Lo mismo ocurre con la trayectoria política y militar del protagonista, recortadas a lo mínimo. Así, figuras de primer orden como el siniestro ministro de Policía Fouché o varios de sus grandes mariscales aparecen pintados en la pared, presentados muy de pasada o son ignorados. Talleyrand figura alrededor de tres veces casi como simple enlace diplomático con los países enemigos del gran corso. A los emperadores de Austria y Rusia se les ve en conversaciones también breves, sin antes ni después, extractadas de contextos político-militares con el protagonista, los que nunca son desarrollados. Ni hablar de los aportes napoleónicos al Derecho, la Administración Pública, la Educación y la Cultura; así como su liquidación de lo que quedaba del feudalismo en gran parte de Europa, difundiendo la idea de la igualdad ante la ley. De esto, en la película, nada.

Una puesta en escena small y stretch por Scott

Debo aclarar que esta opción talla small (y encima stretch) de Scott es comprensible y legítima, no solo por la excesiva complejidad del personaje, sino también por un tema de duración: el filme dura más de dos horas y media; y, pese a su limitado contenido, no aburre por el virtuosismo técnico y la amplitud, detalle, variedad y espectacularidad de los episodios bélicos. Si bien uno siente que mucho contenido queda en el tintero, es posible que un filme de más de tres horas podría afectar la taquilla; aunque, según el realizador, el principal factor es el “dolor de trasero” en caso de películas demasiado largas. No obstante, el propio Scott ha revelado que lanzará también un director’s cut de hasta cuatro horas de duración para el estreno de la cinta en la plataforma de streaming Apple TV+, lo que está por confirmarse y quizás explique esta puesta en escena a la vez concisa en el fondo y exuberante en la forma. Veremos.

Mientras tanto, y aceptando “las tres S” (small, stretch y Scott) de esta puesta en escena, la película presenta otro problema: el peso de la historia de amor (que incluso trasciende el divorcio) termina por neutralizar el perfil épico de la película y rebajar el del protagonista. Ello porque la acción dramática en el filme no presenta grandes obstáculos a Napoleón, ni en la guerra ni en el amor. 

Él logra siempre sus grandes objetivos políticos y militares, gana todas las batallas que se muestran, salvo Waterloo; pero incluso en esta, su plan pareciera haberse frustrado por un factor climático impredecible. No hay, en general, una sensación de grave riesgo personal; salvo en un par de ocasiones, pero por lo general en un contexto que lo favorece. Y todo es acción externa, no vemos motivaciones ni conflictos internos en este ámbito ni en ningún otro.      

En cuanto a su relación con Josefina, también supera el obstáculo con un remplazo express con la hija del emperador austriaco, que le provee el ansiado heredero, después de lo cual no volvemos a saber nada más del asunto. De otro lado, no queda claro exactamente cuál es el atractivo de la dama antillana, al punto que mantiene el amor de Napoleón hasta el final e incluso despierta el interés del zar Alejandro. La película no lo muestra. Es cierto que la atracción física o emocional por otra persona es, en el fondo, inexplicable y misteriosa. Pero en una película esto debe evidenciarse a partir de mecanismos dramáticos y/o audiovisuales que evidencien e intensifiquen esa pasión. Falta algo que eleve los banales líos de faldas, frivolidades y dolorosa infertilidad a esas cumbres emocionales que, por ejemplo, Verdi alcanza –con parecidos ingredientes– a través de Violetta Valéry, la protagonista de “La Traviata”.

Lo que tenemos en la cinta es una visión realista y algo plana de una pareja codependiente (a medias, porque se omiten los amoríos de uno de ellos), pero que no profundiza en los orígenes de esta; por ejemplo, y especulo, ¿los unía el buscar superar el hecho de proceder de islas marginales a Francia o Europa (Córcega y Martinica, respectivamente)? Claro, esto quizás llevaría la película por otro rumbo, pero al menos indagaría narrativamente más a fondo en la relación entre ambos. Tal como está en la película, la relación funciona, pero sin mayor ilusión, pasión ni auténtico arrebato. Un problema derivado del stretch.   

Esto nos conduce a las actuaciones. El enfoque scottiano del protagonista es el de un soldado que, merced a su valor y talento como artillero, asciende rápidamente hasta general en plena revolución francesa. Se omitirán sus dotes de estadista, político y administrador, por la característica small que ya hemos mencionado. No hay duda de que Phoenix es un gran actor (como Kirby), pero su personaje prácticamente no evidencia una evolución; pasa de quedarse dormido en una conversación con Barrás a estar más avispado en sus encuentros con el embajador inglés, el zar o el emperador austriaco; pero nada más. Faltan las otras facetas que estimulen el desarrollo y maduración de su genio. 

Como militar, Phoenix muestra casi permanentemente un mismo talante olímpico y calmo, como si no hubiera aprendido o sufrido nada durante casi dos décadas de guerras europeas y profundas transformaciones sociales, políticas y de las corrientes de pensamiento y los imaginarios globales; mientras que, en lo personal, tampoco logramos captar la intimidad de su dolor en los momentos en los que este ocurre. Pero, sobre todo, no alcanza tampoco la cumbre épica, la fuerza y el poder, que encontramos en su mayor (y fugaz) homenaje en vida: la Sinfonía Heroica de Beethoven; dedicada a Bonaparte pero que el compositor descartaría al enterarse de que se había coronado emperador. 

Pese a participar y encabezar deslumbrantes y trágicos eventos bélicos, sucesivos y masivos, él termina como absorbido en medio del espectáculo de sangre, a veces solo como un espectador privilegiado; pese a que, en otros momentos, sí exhibe garra para vencer al temor y participar físicamente en el combate (su mejor momento, me parece, es al comienzo, en Toulon). No logra emerger como el mayor poder en la Europa de su tiempo ni como –según la frase atribuida a Hegel– la “encarnación del espíritu absoluto a caballo”. 

No pretendo ningunear el trabajo metódico y calculado del conocido actor, que –dentro de los lineamientos del director– trabaja una caracterización sólida, pétrea y también un poco salvaje, en la cama y en el campo de batalla; pese a lo cual, hubiera sido deseable algo de la sensualidad y refinamiento que exhibe Bonaparte en el famoso retrato en el palacio de las Tullerías por Jacques-Louis David, con su manito metida bajo el chaleco acariciando su ya prominente barriga y sonriendo con un aspecto ligeramente andrógino. Este refinamiento, respecto a sus inicios como soldado y general revolucionario, no aparece en la cinta (o lo hace de forma insuficiente). Lo que es otra muestra del corte stretch, que limita una visión más amplia y evolucionada del personaje.  

Aquí lo podría comparar con el caso de “Blonde”, el biopic sobre Marilyn Monroe, una película controversial (por su enfoque expresionista, oscuro y nada glamoroso del mito hollywoodense), pero en el que hubo consenso sobre la extraordinaria caracterización de Ana de Armas. Ella se alza por encima de los debates sobre la cinta y consigue una merecida nominación como mejor actriz en los premios Oscar. Eso no ocurre con la caracterización de Joaquin Phoenix, cuyo famoso personaje se ve encorsetado principalmente a su faceta militar. 

Lo mismo sucede con Vanessa Kirby, en cuyo caso, por ejemplo, su caracterización de la princesa Margarita en la serie “The Crown” es superior a la que realiza en el filme que comentamos. Si bien son personajes distintos, comparten una personalidad parecida: extrovertidas, amantes de la diversión, abiertas a relaciones disruptivas, atractivas, pero sometidas a restricciones de poder. En la serie sobre Isabel I, Kirby tiene una variedad de situaciones y sufre una evolución muy marcada, incluso en pocos capítulos; lo que se refleja en una interpretación más variada y exigente. Mientras que en “Napoleón”, su personaje lucha contra un solo obstáculo (darle un hijo), pero que parece no generarle un gran drama interior o, en todo caso, la película no lo muestra ni enfatiza. Esa exploración de su mundo interior no le permite profundizar en el personaje. Nuevamente, nos quedamos un poco en la superficie, en el stretch.                 

Imaginemos, por un momento –y especulo (por última vez)–, que en lugar de Kirby hubiéramos tenido a Isabelle Huppert en el papel y que este fuera similar al tipo de personajes que ella encarna: dura, transgresora, hedonista, perversa y sufriente. Ello hubiera exigido, más que rehacer, profundizar en aspectos solo insinuados o enunciados, pero no mostrados en el filme. Por ejemplo, cuando Josefina le dice a su furioso marido: “tú no eres nada sin mí”, eso no se manifiesta en ni es resultado de interacciones mutuas, ya sea en el sexo o en los espacios de poder o en cualquier otro ámbito narrativo. Tanto Phoenix como Kirby tienen las cualidades para haber dado otro giro –oscuro, ambiguo y misterioso– a esa relación. Pero de esto, en la película, nada, nada.

No comento al resto del casting porque en verdad su participación es tan puntual que no ameritan alguna mención especial, salvo quizás Rupert Everett como el Duque de Wellington, Edouard Philipponnat como el zar Alejandro y Paul Rhys como Talleyrand, los tres esforzándose por transmitir la personalidad de sus personajes en sus acotadas aunque eficaces apariciones.

Por tanto, recomiendo a quienes vayan a ver “Napoleón” que se concentren en el disfrute de la fotografía, la ambientación, el vestuario, el despliegue audiovisual de las batallas (estas sí variadas), así como en la narrativa y las actuaciones que –aunque limitadas en el sentido arriba indicado– proveen un entretenimiento esplendoroso. También merece mencionarse la banda sonora, que incorpora varias canciones populares de la época (a manera de comentarios de los acontecimientos políticos), mientras que la partitura de Martin Phipps ofrece buen soporte a las escenas bélicas.

***

Notas:

Para quienes quieran conocer más sobre el personaje, el escritor Arturo Pérez Reverté recomienda la biografía de Napoleón por Emil Ludwig, considerándola la mejor. Por mi parte, leí hace muchos años la de André Castelot y quedé fascinado con el personaje. Otro libro recomendable sobre la época es la biografía de Fouché, por Stefan Zweig; también autor de una biografía de María Antonieta (que aparece al inicio del filme), con cuya decapitación se inicia la obra. Ambos libros son realmente “enganchantes”. 

La película ha sido criticada, a mi parecer injustamente, por ser poco respetuosa con la verdad histórica. Los ejemplos que se dan son, en su mayoría, irrelevantes y recuerdan a esos espectadores que van con lupa en busca de errores. Por más biopic que sea, toda reconstrucción histórica sigue siendo ficción. Sin embargo, sí es cierto que Scott se excedió con el supuesto bombardeo de una pirámide egipcia, no solo debido a que fue falso sino porque, posiblemente, Napoleón jamás lo habría hecho. Más bien, de haber podido, se la hubiera llevado a París, como hizo con la piedra de Rosetta y otros bienes de interés científico de aquella civilización. Pero esto hubiera supuesto considerar otra destacada faceta del gran corso y de eso, en la película, nada, nada, nada…

Para los interesados en las inexactitudes históricas (y lamentables fallas de continuidad observadas en algunas líneas del libreto o guion literario), pueden leer este artículo, que ofrece un comentario más equilibrado sobre el tema.

Y para quienes les molesta el enfoque anti napoleónico de la cinta, les recomiendo “Los duelistas” (1977), la película inicial de Ridley Scott, donde dos soldados –un inglés y un francés, verdaderos alter egos de Wellington y Bonaparte– se enfrentan en encuentros más o menos fortuitos durante las guerras napoleónicas, hasta un (visualmente) espectacular duelo final (en el que el propio director “empuñó” la cámara). 

Ahí, la visión prejuiciosa de Scott sobre el emperador francés se muestra radicalmente y sin tapujos, pero a nadie molestó entonces, dada las grandes cualidades cinematográficas del filme, incluyendo una estructura narrativa más elaborada (e ingeniosa) y todo logrado con un presupuesto posiblemente muy inferior a la obra de madurez del realizador británico. 

En cambio, en “Napoleón” incluso ese sesgo negativo está muy atenuado por las tres “s” que citamos anteriormente. Por ejemplo, durante las batallas, la cinta no toma partido por la nacionalidad de alguno de los combatientes, sino que se focaliza la descripción audiovisual de las tácticas y desplazamientos militares. De otro lado, si bien se muestra el sufrimiento humano, este se coloca al mismo nivel que los contenidos militares. Pero, sobre todo, la obra se limita a ofrecer un espectáculo más estético que trágico y para nada nacionalista.     

Esta entrada fue modificada por última vez en 2 de diciembre de 2023 23:31

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