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Premios Oscar 2024: Un balance, parte 1

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Parte 1: política, ciencia, mujer, cancelación

Los premios Oscar 2024 se han caracterizado por las muy buenas películas en competencia, a la vez que hubo un cierto consenso sobre lo previsible de las premiaciones en las principales categorías, a diferencia de años anteriores. Asimismo, tienen un fuerte contenido político, tanto las premiadas como varias de las nominadas; muy aparte de algunas denuncias políticas puntuales –aunque importantes– ocurridas durante la ceremonia. Aquí mis primeras impresiones sobre este emblemático evento.

Altos valores cinematográficos

Las dos obras más premiadas –“Oppenheimer” de Christopher Nolan (ganadora en 7 categorías principales) y “Pobres criaturas” de Yorgos Lanthimos (galardonada en 4 categorías importantes) – destacan por la excelencia en el manejo de recursos creativos audiovisuales, tal como las hemos descrito con detalle en nuestras reseñas aquí enlazadas. 

Nolan desde un enfoque hacia la complejidad, con fuerte recargamiento formal (montaje, música y fotografía virtuosas, entre otros) y una estructura temporal tripartita en la que dos interrogatorios intercalados en años distintos van desarrollando –en un tercer plano narrativo– un biopic sobre el constructor de la bomba atómica; incluyendo contenidos científicos propios de la física teórica, así como elementos simbólicos (a nivel de lenguaje audiovisual), dramáticos y políticos de alto voltaje. 

Lanthimos, en cambio, apunta más hacia la estilización para “envolver” su relato lineal en escenarios, vestuario, maquillaje, efectos especiales y fotografía coloristas, con una creatividad subyugante cuyo resultado es activar la capacidad de asombro del espectador ante una fantasía propia de cuentos de hadas, con parafernalia infantil y contenidos adultos (incluyendo sexo variado), para componer un peculiar relato de aprendizaje salpicado de imágenes surrealistas y angulares de cámara expresionistas.  

Si bien ambos filmes comparten de distinta manera este recargamiento formal, debe decirse que están entre las películas más “accesibles” de sus realizadores, hasta el momento; lo que también revela mucho sobre las delimitaciones de estos emblemáticos premios (accesibilidad y taquilla). 

Desde el punto de vista del lenguaje audiovisual, Nolan tiene películas superiores en complejidad, en las que crea sensaciones a partir de conceptos abstractos –aunque correlacionados y rayanos en la reflexión filosófica y la física teórica– como el tiempo (“Interestelar”), los sueños (“Origen”), la memoria (“Memento”); para no hablar de la súper compleja “Tenet” (la reversión del tiempo), inferior a las mencionadas y a “Oppenheimer”, la que a su vez podríamos ubicar del lado de “Dunquerque”, “Insomnia”, “El gran truco” y la trilogía de Batman. Dicho de otra forma, la gran ganadora de la noche es mucho menos compleja pero igualmente brillante que las del primer grupo mencionado.  

Mientras que Lanthimos marca una diferencia con sus anteriores películas, más experimentales, perturbadoras e incómodas. En comparación con esas, “Pobres criaturas” es un filme mucho más creativo en el plano formal, en los términos arriba descritos; mientras que los elementos más inquietantes y provocadores (que también los tiene) están mediatizados al ser una comedia con elementos dramáticos, absurdos, de ciencia ficción y con final feliz. Aunque algunos de estos componentes aparecen en su filmografía, no están integrados en una sola obra y que esta resalte por su fantasía e imaginación; lo que establece un fuerte contraste con sus trabajos previos.

La tercera película importante –pese a recibir solo dos óscares (Mejor sonido y Mejor película internacional)– es “Zona de interés”, la que comparte con las anteriores el enfoque estilizado y complejo, aunque en menores dimensiones y, en cambio, incorpora elementos minimalistas, aunque altamente significativos. El recargamiento formal reposa justamente en una banda sonora bastante minuciosa, por momentos remota aunque omnipresente, reveladora del horror de los campos de exterminio nazis y contrastante con las escenas idílicas de la familia del jefe del campo que muestran las imágenes. 

La parte visual utiliza y reitera encuadres, planos y montaje aparentemente básicos pero que, sumados, terminan por reforzar la sutil complejidad de la cinta, al asociar las rutinas del proceso industrial de exterminio humano con las rutinas propias de la vida de una familia auto denominada como “modelo” para los planes expansionistas nazis. Estas características hacen que la película sea narrativamente audaz, a la vez que más exigente para el público.

Fuertes contenidos políticos

Lo que nos conduce al componente político de la premiación. La gran ganadora de la noche –“Oppenheimer”– narra la compleja vida de un notable científico que, a la vez, fue un notorio simpatizante del Partido Comunista de los EEUU, cuyas esposa y amante fueron militantes de la citada organización, al igual que su propio hermano, al que reclutó para el proceso de construcción (el “Proyecto Manhattan”) y prueba (“Trinity”) de la primera bomba atómica. 

Esta es solo una faceta del personaje, no siendo la principal (pese a que se muestran sus actividades de apoyo al movimiento universitario), ya que el dilema central de Robert Oppenheimer era moral (por las consecuencias destructivas del conocimiento científico), pero de este se desprenden también posiciones y actividades políticas: el control de la carrera armamentista (atómica), su oposición a la bomba de hidrógeno durante la Guerra Fría, a lo que se añade su deriva hacia las posiciones pacifistas, compartidas por buena parte de la comunidad científica estadounidense.

Adicionalmente, la película –si bien exhibe las contradicciones, dilemas y hasta enjuicia la personalidad del personaje– también lo defiende con bastante minuciosidad de la vendetta política de la que fue víctima durante la época del macartismo hasta su rehabilitación final. Lo cual –simplificando un poco– encajaría en una visión política de centro izquierda en oposición a la extrema derecha estadounidense de entonces (quizás menos radical que la actual).

En esa misma línea, “Pobres criaturas” muestra un proceso de auto aprendizaje, auto conocimiento y empoderamiento de la mujer, en contraposición con la moralidad conservadora victoriana, evidenciando el patriarcalismo en diversos ámbitos (academia, familia, sociedad). A lo que se suma una reivindicación de la libertad sexual, a lo que se opone decididamente el fundamentalismo religioso, opuesto en diversa medida al conocimiento del sexo y el género. 

Cierto que la cinta de Lanthimos está enmarcada por la ciencia ficción y elementos fantasiosos, pero también se encuentra ubicada en el acápite “retrofuturista”, lo que la convierte en un filme en cierta medida histórico (al igual que “Oppenheimer” y “Zona de interés”) y, por esa vía, expone un punto de vista políticamente feminista en aquella época, el que se puede extrapolar claramente hasta el presente; evitando cualquier didactismo y mostrando no teorías o ideologías sino actitudes y comportamientos en el marco de la acción dramática, las que abren vías y a la vez se fundamentan en características de la condición humana.

En tal sentido, otro elemento pertinente es la reivindicación del racionalismo en la esfera científica y asociado también a la lucha de las mujeres. Esta visión de la ciencia y el pensamiento racional es muy importante en el presente, donde prima de manera explícita la irracionalidad tanto en la arena política (por el fundamentalismo religioso transversal a buena parte del espectro político) como social (redes sociales y especialmente tuiter). La reivindicación del método científico, la evidencia empírica y la objetividad son fundamentales ante el auge de los “mundos paralelos”, las teorías conspirativas y la desinformación, consecuencias del irracionalismo hoy en boga.

Por su parte, “Zona de interés” –al igual que “Oppenheimer”– muestra cómo la ciencia y la tecnología no son neutrales, sino que pueden ser destructivas a escala continental y planetaria, como lo fue el diseño industrial y técnico del Holocausto contra los judíos (y otros) y la esclavitud de los pueblos eslavos. La teoría del “espacio vital”, que los nazis reformularon para sus fines y aplicaron mediante la guerra y el genocidio, es expuesta a través de la vida cotidiana de una “típica” familia alemana que coloniza territorios conquistados y cómo este proceso ha sido internalizado y naturalizado.

Es inevitable asociar, como lo hizo su director Jonathan Glazer en una breve declaración, esta obra con la masacre que está ocurriendo actualmente en Gaza. Lamentablemente, su mensaje se quedó corto al no plantear alternativas de solución y, en parte por ello, ha sido cuestionado por un grupo de miembros judíos de la industria.

Como consecuencia, el debate pudo devenir en ese formato tipo diálogo de sordos que caracteriza a tantos otros en X (Twitter), la gran mayoría improductivos, poco constructivos y, mas bien, destructivos. (Entiendo por debates constructivos aquellos en los que los participantes se comprometen de antemano a llegar a consensos. En la universidad me enseñaron que eso se llama comunicación; lo contrario, por lo general, conduce a la incomunicación o la destrucción).

En todo caso, y volviendo a lo dicho por Glazer, asociar no significa establecer una equivalencia con el Holocausto ya que Israel está defendiéndose de un ataque terrorista con secuestros de más un centenar de personas, aunque a un costo humano monstruoso (aniquilación miles personas desarmadas) e inaceptable (muerte de miles de niños inocentes); pese a lo cual el Estado judío no está aplicando una política de exterminio bajo patrones industriales, ni de limpieza étnica (aunque algunos miembros de su gobierno sí la han propuesto). 

Lo que tampoco implica esperar a que el conflicto escale hasta adquirir las dimensiones de un holocausto palestino real. Fueron por ello pertinentes los pedidos públicos para un alto al fuego inmediato en la zona por parte de algunos participantes de la ceremonia, como Mark Ruffalo y otros. 

Esto en línea con las relativamente antiguas denuncias sobre la conversión de Israel en “un Estado colonial”, según personalidades como el marqués Vargas Llosa o el escritor judío –ya fallecido– Amos Oz, entre otros (los que difícilmente podrían ser relacionados con el terrorismo); un Estado donde se acosa y discrimina a la población palestina, por razones religiosas.

Así como el reciente pedido de acordar (léase, relanzar) una política de “un país, dos Estados” propuesta por el gobierno estadounidense y por un sector de la sociedad israelí. Esta es una solución de puro sentido común (aunque complicada en el contexto actual, la que requeriría una estrategia de medio plazo), ya que parte de una realidad evidente: en los hechos, dos pueblos habitan y comparten un mismo territorio. La única solución lógica y racional es que se reconozcan mutuamente y convivan pacíficamente como Estados, bajo una fórmula negociada y consensual, en el mismo espacio en el que están.   

Sin embargo, los hechos o la evidencia factual no interesan a los grupos fanatizados porque estos enfrentan a la idea religiosa del “pueblo escogido” o “predestinado” por Dios para ocupar un determinado territorio; creencia que es prima cercana de la visión nazi de la “raza superior” que requiere un “espacio vital” a costa de terceros (las “razas inferiores” o los “infieles”, según sea el caso).

Naturalmente, estas creencias no se limitan al fundamentalismo religioso judío (hoy a cargo del gobierno israelí) sino también a sus opositores de Hamas y otros gobiernos extremistas y grupos terroristas en esa y otras partes del mundo. Se mantiene entonces un entorno de tensión perpetua y conflictos recurrentes (como se ilustra en el desenlace de “Múnich”, la notable cinta de Spielberg); cuyos gérmenes se incuban en esos debates circulares, de suma cero, que pululan en las redes sociales.  

Pero volviendo a la película, lo más interesante es cómo un mecanismo cinematográfico (el contraste sistemático entre banda sonora e imagen) puede, a su vez, representar a la perfección la naturalización del racismo y la discriminación institucionalizados. La fuerte sensación que deja el filme resulta de la acumulación del horror imaginado (en la banda sonora) con la “normalización” (evidenciada en las imágenes), tensión que no llega a resolverse en ningún momento. 

Mientras que el extraordinario final –que contrasta al protagonista en los pasillos y escaleras vacías de las oficinas nazis (en el pasado) con imágenes actuales en los pasadizos del museo de Auschwitz– traslada intacta esa tensión acumulada hasta el presente. No hay propiamente un clímax, ni catarsis, ni desfogue emocional. Uno se va a casa con esa especie de nudo en el pecho, irresuelto, insoportable. 

De tal forma que el filme interpela al espectador en el sentido de lo expresado por Glazer: desde “mira lo que hicieron entonces” (Holocausto) hasta “mira lo que hacemos ahora” (Gaza). Sentido que puede hacerse extensivo hacia otras realidades del presente, en las que el fundamentalismo religioso o su pareja, el nacionalismo populista, intentan “normalizar” la discriminación y/o implantarla mediante la guerra.

Lo cual nos conduce a “20 días en Mariúpol”, dirigida por Mstyslav Chernov y ganador de la categoría de Mejor largometraje documental, el cual pone sobre el tapete un episodio relativamente reciente del asedio ruso a Ucrania, obra que muestra los horrores de la guerra, en particular para la población civil (un escenario parecido al de Gaza), y el rol de los corresponsales de prensa en ese contexto específico. Un premio que, independientemente de los relevantes valores artísticos y testimoniales de la obra, representa una crítica a la invasión rusa de ese país.

La «dictadura woke»

Entre las nominadas (incluyendo las de Mejor película internacional) hay otras cintas que incluyen temas, sino del todo políticos, al menos importantes en el debate público actual. Así, “Anatomía de una caída”, de Justine Triet, muestra los prejuicios contra las mujeres profesionales, con agencia y bisexuales, en el contexto de una pesquisa judicial sobre un crimen de resolución tan ambigua como magistral. “Barbie” de Greta Gerwig, gira en torno a la visión marketera-feminista sobre una popular muñeca (y sus numerosas versiones coleccionables), lo que ya de por sí es la invitación a una polémica con varias aristas, dentro y fuera del feminismo. 

“Los asesinos de la luna”, del veterano Martin Scorsese, va por el lado histórico en su denuncia al exterminio metódico del pueblo indígena Osage, en la que se muestran acciones racistas, discriminatorias, paternalistas y de subordinación indígena a la sociedad y autoridades blancas en Oklahoma, Estados Unidos. Mientras que “Yo capitán”, de Matteo Garrone, cinta italiana trata sobre la migración africana mediante el periplo de un joven senegalés hacia Europa; travesía en el que se insertan sus tradiciones culturales originarias, así como penurias sin fin. Ambas cintas presentan evidentes contenidos sobre discriminación y migración, con inocultables derivaciones políticas.

A estas alturas, los contenidos políticos que venimos mencionando han provocado reacciones poco felices en los predios políticos puestos en evidencia en estas cintas. Así lo ejemplifica el siguiente tuit reproducido por algunos fans de la extrema derecha: “‘La sociedad de la nieve’ no ganó ningún Oscar porque no sigue la línea de la dictadura ideológica woke: son hombres, heterosexuales y creyentes religiosos. Una vergüenza que la Academia ahora sirva sólo como vitrina política y no valore el esfuerzo real de artistas”.

No me detendría ni un minuto en este tipo de comentarios sino fuera porque quienes lo emiten tienen o representan a un sector con mucho (y creciente) poder en el mundo. Tampoco lo refutaré ya que en los comentarios a su post lo aclaran casi totalmente, sobre la base de imágenes, datos y hechos bastante evidentes; por personas mediana o incluso mínimamente informadas sobre cine. Sin embargo, incluso a estos les faltó mencionar que también se nominaron y premiaron a películas que critican la supuesta “dictadura woke”.

En tal sentido, entre las nominadas en la categoría de Mejor película internacional tenemos al filme alemán “El salón de profesores”, dirigido por İlker Çatak, el que incluye asuntos como racismo, xenofobia y la llamada “cultura de la cancelación” en el marco del relato de una docente primeriza en una clase de secundaria donde se producen una serie de robos; los que activan todo tipo de prejuicios entre alumnos, profesores y padres de familia. 

Y, entre las galardonadas, la que obtuvo el Oscar al Mejor guion adaptado: “Ficción estadounidense”, opera prima de Cord Jefferson; filme donde su protagonista, un escritor afroamericano, es puesto en la picota desde la primera escena por sus alumnos (especialmente una alumna blanca) la que se queja de que en la pizarra se mantenga una expresión despectiva (hoy considerada ofensiva) hacia los afroamericanos, extractada de una novela de la escritora sureña Flannery O’Connor.

En un contundente giro argumental posterior, se revelará cómo esta excesiva “sensibilidad” hacia tales expresiones ofensivas en obras del pasado tiene su origen en sentimientos de culpa (en el presente) que se “compensan” en la selección de obras plagadas de estereotipos sobre las poblaciones, ambientes y personajes negros en EEUU, en desmedro de la calidad literaria (específicamente de otras obras del protagonista, un escritor afroamericano) por la industria editorial. En consecuencia, los excesos relacionados tanto con el maximalismo identitario en el ámbito universitario y la esfera editorial (o sea, la cancelación ‘woke’) como el paternalismo blanco en el que se basa son criticados a fondo en esta obra.        

De esta manera, el filme deja en evidencia el funcionamiento de las mentes reduccionistas, limitadas y dogmáticas –que pueden ser de derecha, izquierda, ‘progres’ o lo que sea– y el peligro que representan para el arte y la cultura (que algunos de ellos, a su manera y en su fanatismo, creen defender). Vale la pena detenerse brevemente en estas reacciones porque resultan muy ilustrativas del debate en la esfera pública actual. 

El problema principal es que juzgan el arte (o cualquier otro campo de la actividad humana) no desde su propia especificidad cultural (o artística, técnica o incluso económica), sino desde sus particulares anteojeras ideológicas, con las que distorsionan todo, llegando a niveles bastante básicos de desconocimiento (¡y desinformación!), como es el caso del autor del tuit arriba citado.  

Y el trasfondo (las anteojeras) normalmente es algún tipo de concepción que involucra al planeta como conjunto (visión totalizante), que ellos dividen generalmente en dos partes (binarias y polarizantes): ellos o nosotros (excluyentes). Luego hay que llenar y hacer encajar los hechos en este esquema, a como dé lugar, sin importar muchas veces su coherencia ni su veracidad. Como “refuerzo” se diseñan enemigos a imagen y semejanza de ellos (el “pensamiento único”), o sea, la suma cero. De esta forma, se crea un escenario donde la realidad (hechos, evidencia) es sustituida por los deseos o creencias. 

En un estadío superior de estas anteojeras, hay una o varias creencias absolutas, generalmente indemostrables: planes para “la homosexualización de los niños” por un “gobierno mundial” u otras misteriosas élites que persiguen “el exterminio de la especie humana por los abortos” y muchas (realmente, muchas) otras teorías conspiranoicas de similar lógica (totalizante, binaria y excluyente). 

Ante este tipo de creencias, todo se justifica. Más aun, cuando se asume como cierta una o varias de estas teorías irracionales, entonces ya se puede decir cualquier cosa, hay plena libertad para inventar o mentir, incluso contradecirse, desdecirse y, pese a ello, volver a repetirse. 

El caso de Donald Trump es paradigmático en ese sentido: según el Washington Post, durante su mandato el citado personaje hizo 15,413 afirmaciones falsas o engañosas,​ un promedio de aproximadamente 14.6 de este tipo de declaraciones por día; y en varios casos, posteriormente, negó haberlas dicho, pese a las evidencias. 

Es por ello que a ciudadanos como el autor de mencionado tuit no les preocupa quedar como ignorantes. En un espacio construido de desinformación y preeminencia del diálogo de sordos, este comportamiento es funcional y rinde réditos en términos políticos para construir realidades paralelas, contrapuestas y excluyentes; alimentándolas cotidianamente de “hechos alternativos”. Es el imperio de las fake news, la destrucción del tejido social y la incomunicación.

No se trata, entonces, de ignorancia. Pese a las apariencias, varios de estos comentaristas y políticos son gente culta y educada, incluso profesionales, pero cuya formación se ve limitada por las citadas anteojeras, que eliminan a veces áreas enteras del conocimiento (eventualmente, invisibilizando grupos humanos completos). En otros casos, se ponen límites al conocimiento por razones religiosas (seudo ciencias); algunos lo hacen por cinismo, otros por convicción, ambos por fanatismo.

El fundamentalismo de todo signo es compatible con los algoritmos de algunas redes sociales y prospera en esos espacios, reduciendo o eliminando sus ventajas. Las redes no solo absorben nuestros datos sino que también –en los casos de adicción (¡y las redes son adictivas!)– roban nuestra atención, mediante el escroleo constante y disperso solo de nuestras preferencias; lo que ya de por sí frena o limita nuestra libertad, al bloquear, limitar u obstaculizar el acceso a información opuesta, distinta o variada. 

Al mismo tiempo, reducen nuestra concentración y, por esa vía, nos vuelven más superficiales (léase, instintivos, impulsivos, a la vez que influenciables) ya que en estos espacios virtuales se va eliminando nuestro acceso al contexto y a la profundidad de la información. Se llega así fácilmente a la pérdida del principio de realidad. (Ahora bien, no todo es negativo hoy en Internet: es muy distinto ser adicto al tuiter que serlo a su opuesto, la Wikipedia). 

Quien quiera abundar en estos temas y ver a lo que nos puede conducir, le recomiendo “Dejar el mundo atrás” de Sam Esmail y leer mi crítica.      

No es extraño ni casual que cuando personajes como estos llegan al poder la emprendan contra el arte y la cultura (además de la ciencia), como está ocurriendo ahora mismo en Argentina. La razón es que el arte –y es el caso de las películas que aquí reseñamos– es un poderoso antídoto contra estas visiones limitadas (por dogmáticas).

Hasta aquí hemos comentado 9 de las 14 películas nominadas para las categorías principales y que se han caracterizado por sus aportes cinematográficos y contenidos políticos. Pero tanto estas como todas las cintas que estuvieron en competencia contienen muchos más aportes cinematográficos que comentaremos en la segunda parte de este recuento.  

CONTINUARÁ….

Esta entrada fue modificada por última vez en 25 de marzo de 2024 11:48

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