Críticas

«Challengers» (2024): otro punto de quiebre

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Cuando empecé a ver Challengers (2024), la extraña fantasía erótica de Luca Guadagnino, me puse a pensar en el potencial cinematográfico del tenis y su capacidad para narrar y transformar distintas historias. Debo admitir mi evidente sesgo al respecto (sigo devotamente el tour ATP y WTA cada semana) pero creo que eso puede ser una ventaja y no una limitación: ver tanto tenis (y de distintos niveles) te permite comprender su ritmo y su lenguaje, sus tensiones y posibilidades, la creciente conjunción mente-cuerpo, corazón y razón, en cada tiro y cada jugada. El tenis es un deporte de escalas y contradicciones, un deporte aparentemente sencillo que desentraña una infinidad de roles, confidencias, puntos ciegos, actos de fe y manipulaciones: mover la raqueta hacia un lado y pegarle para el otro, sortear el movimiento del rival desde el saque y la devolución, sostener una ventaja o responder ante un quiebre sabiendo que tú -y solo tú- tiene control sobre el espacio-tiempo del juego, con la evidente presión (y en vivo y en directo) que todo eso implica. 

Y mientras avanzaba Challengers, forzando su narrativa a partir de un solo partido de tenis, una final de un torneo sin mucho prestigio ni valor en el ranking, pensé en que este potencial bien estaba desaprovechado. Películas sobre tenis hay muy pocas, y sus logros son cuanto menos limitados, sino esquivos: Wimbledon (2004), Battle of the Sexes (2017), y otras películas han pasado sin pena ni gloria por el circuito de cine comercial, sin darle al tenis un lugar meritorio en la industria del cine. Pensando en libros, recordé los deliciosos ensayos de David Foster Wallace (reunidos en «El tenis como experiencia religiosa», 2016) que elaboraban una suerte de reconocimiento canónico a la iluminadora presencia de Roger Federer en la cancha, y una suerte de acto de fe comprometido con el poder espiritual del tenis y quienes lo practican. Recordé también ese pasaje de «Sábado» (2005), la magistral novela de Ian McEwan, que narra, con una prosa muy vívida y rica en detalles, un partido de tenis entre dos amigos, una suerte de tensión creciente e incontenible con cada saque y golpe de raqueta, a pesar de que nada malo parezca estar sucediendo en la historia. ¿Qué hace que el cine le tema tanto al tenis? Puede que, a diferencia de la palabra escrita, la imagen de cine  no pueda replicar nada nuevo, que el tenis es lo que se ve y lo que se recrea, y que poco o nada valdría volver a narrarlos en la gran pantalla. 

Challengers parece demostrar lo contrario. No es que narre el tenis de forma convencional, tampoco. Es una película sexi, muy sexi, atrevida y algo violenta con la audiencia, dispuesta a la manipulación y al divertimento, una película que concibe al partido de tenis como un acto escandaloso y un juego de poderes, que desentraña la ambición y el deseo en esta surte de binomio entre disciplina y sexo, entre tiro ganador y orgasmo. Es una película filmada desde la despreocupación y la desfachatez, narrada de forma caótica, a modo de racconto, que indaga en lo más perverso -y natural- del juego de tenis, que no es sino una forzosa alegoría del juego de la vida, en que siempre parece haber un ganador, aunque esté no parece saberlo y aunque ganar pueda estar más que sobrevalorado. Para los protagonistas de Challengers, envueltos en una red de mentiras a medias y deseos sin consumar, ganar puede parecer todo, pero termina significando nada. 

Esta paradoja funciona por la forma en que Justin Kuritzkes (firmando su primer guion) decide contraponer a los tres protagonistas de la historia. El tenis, dado su formato en rankings y en llaves formadas a partir del ranking, suele ser un deporte de claros ganadores y claros perdedores, pero esta aseveración solo es mantenida en la previa, dado que la cancha, en su 1-1 frontal y desmedido, parece colapsar toda jerarquía y permitirse cierto grado de homogeneidad y balance, o al menos su simulación. Puede jugar el número 1 y el número 150 del ranking, y es probable que, al inicio, cada quien preserve su juego de saque, que el marcador se mantenga en empate. Y es posible, a veces muy posible, que ese 150 gane y gane bien; todo depende de tener un buen día. Es de esta premisa que parte Challengers. Un ex número 1 y una estrella del tenis mundial, Art Donaldson (Mike Faist, que se roba más de una escena), se recupera de una lesión en aras de llevarse el US Open, el último Grand Slam de su carrera. Su entrenadora y esposa, Tashi (la implacable Zendaya, en su mejor papel en el cine), le saca de los torneos competitivos y le fuerza a competir en un torneo Challengers, de esos que no significan absolutamente nada más que el boost de confianza para quien lo gane. ¿Y el rival de Art? Una antigua promesa del tenis, actual número 275 del mundo, Patrick Zweig (Josh O’Connor), quien parece llevar una muy particular rivalidad contra Art y Tashi. 

De plano, Art tiene todo para llevarse la final contra Zweig. Eso no quiere decir que no sea quien tiene más o menos que perder. Sí, es cierto que, en caso pierda, aún seguirá en la cima y podrá competir para llevarse el título en el US Open, mientras que para Zweig la derrota lo condena en lo más bajo del ranking y la incapacidad de siquiera clasificar. Y, aún así, para Art hay mucho más para perder. Una derrota más para Zweig (y contra un top en el ranking) no significa mucho. La derrota para Art es básicamente la humillación. Es la paradoja del campeón: toda victoria no significa nada nuevo y toda derrota trae consigo una chance de absoluta calamidad. Este es el dilema original. Pero esta es una película de Guadagnino, y es poco probable que las cosas se mantengan así: los constantes e incisivos flashbacks revelarán una muy íntima relación entre Art y Zweig, perdida en el tiempo, y la rivalidad y confidencias producidas por su relación con Tashi, una antigua jugadora que dejó la cancha por una lesión, aunque nunca deja de competir por lo que quiere. 

Para nuestro bien, el estilo de  la película es muy Guadagnino: tomas trabajadas cuidadosamente, música pop a todo volumen, personajes que reaccionan impulsivamente, el tándem entre placer y restricción, deseo y tabú. Parece que Kuritzkes escribió la historia para él. El erotismo de Challengers, a diferencia del espectáculo de las escenas de tenis, es particularmente restringido y sutil, sin mostrar casi nada de carne, un estilo de casi besos, casi caricias, una forma de entender el deseo a partir del no-deseo, de la competencia y la manipulación, de la necesidad de vincular el deseo con algo más, con la ambición o una fuente de sentido, con la intimidad como única forma de encontrarse de vuelta en este mundo luego de haber pasado todo el tiempo buscando trascender, haciendo como que se forja un legado. Guadagnino deja que las escenas de mayor tensión erótica duren más de la cuenta, las filma con ángulos fijos, tomas bastante estables, con cierta fijación por la simetría y una composición rígida. Embellece el sexo mientras muestra su lado más perverso. 

Quizás la mejor decisión del director está en el contraste entre estas escenas y las escenas del partido. Curiosamente, el tenis, como la mayoría de deportes televisados, corre el riesgo de verse algo rígido y esquemático en la pantalla, dada la común decisión de filmarlo en tomas muy fijas y sin mayor innovación con los ángulos y movimientos en la cámara. El tenis que filma Guadagnino es totalmente diferente. Es muy rápido, volátil y violento. Se mueve al ritmo de la música, replica el grito de una batalla o de un orgasmo, nunca para, siempre se eleva, siempre más rápido. Es el tenis como se siente y el tenis cómo se juega. Claro que, como la posibilidad de atender a un partido de 5 horas o más, el estilo es un gusto adquirido. Algunas escenas pueden aturdir demasiado y el estilo bombástico puede no siempre funcionar. Una vez que te acostumbras, sin embargo, el juego de tomas del director se vuelve su principal virtud. Es un cine muy vivo. 

Me gusta el tipo de películas que usa el racconto de forma inteligente, que no le tienen miedo a la narrativa fragmentada y a la posibilidad de narrar el pasado a partir del presente. Challengers crece con cada nueva revelación, y, como un buen partido, la emoción de llegar a la mitad parte de desentrañar todo lo que sucedió antes y cómo afectará la tensión más adelante. Por eso, y por la excelente puesta en escena y el convencimiento de los actores con sus personajes, es que podemos disfrutar del film sin tener que hallarle más sentido que el aparente. Challengers es parcialmente superficial (aunque no vacía), y no te dice más que lo que sugiere desde su premisa, y eso es muy bueno. Es un film sobre el tenis y el deseo, y cómo ambos pueden ser lo mismo, aún cuando los personajes no lo sepan. En eso el film se parece a una partida de tenis, o al acto mismo de jugarlo: jugarlo siempre significa lo mismo, con las mismas reglas y supuestos, pero el cómo es lo que más importa, el cómo es infinito. Challengers dice poco, pero lo dice muy bien, y ninguna se parece a la otra. Ahora se viene un Masters 1000 y luego Roland Garros. Espero ver más partidos así.

Esta entrada fue modificada por última vez en 8 de mayo de 2024 22:06

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