Un film convencional para un hombre revolucionario
Cuando Bob Dylan le preguntó a James Mangold, director de A Complete Unknown, de qué trata su película, Mangold le respondió que es la historia de un joven que se sentía sofocado, se reinventó y volvió a sentirse ahogado. Ante la prensa, el cineasta aseguró que no se trata de un biopic, sino de la revisión de una época puntual en la historia de la música. Bob Dylan dijo en redes sociales que es una película sobre él en la que Timothée Chalamet interpreta una versión creíble de él o de “alguna versión” de él. Chalamet sostiene que la película es más bien una fábula. El que más ha acertado en la descripción es el verdadero Dylan. Un completo desconocido, como título, hace referencia a un verso de Like a Rolling Stone, pero también describe lo que parece ser para Mangold y para Chalamet la figura del mítico músico: un personaje al que no pueden abarcar, no saben cómo comprender. Esta versión de Dylan es entregada en un formato tradicional de biopic correcto, pero con limitaciones.
Mangold describió su película como “altmanesca”, haciendo referencia a las películas coral o hyperlink cinema de Robert Altman, en el que los arcos narrativos de cada personaje tienen una importancia equitativa y se van entrelazando hasta el desenlace del relato. De hecho, el libro base para este filme no es una biografía, sino Dylan Goes Electric!, del periodista musical Elijah Wald, un texto que revisa el ocaso de la escena folk norteamericana hasta 1965, cuando Dylan empieza a usar la guitarra eléctrica. Ha sido una buena decisión centrarse en un solo aspecto, en vez de recorrer sus más de 80 años de vida. Sin embargo, difícilmente podemos afirmar que esta es una película coral, pues no hay horizontalidad en las líneas narrativas de Bob Dylan, Joan Baez, Peter Seeger y Johnny Cash. El eje de esta historia y a quien sigue el público es a Dylan.
Es natural que los momentos icónicos del curso de la historia inspiren a los creadores en sus obras. Mangold definitivamente tiene cariño por el momento en el que Dylan se para frente al público a pesar de los abucheos y responde a la audiencia que lo tilda de ‘Judas’. Hay registros audiovisuales de ello, como el de la secuencia final del documental No Direction Home, de Martin Scorsese. La ficción de Mangold construye encuadres que no han quedado documentados. Las luces frontales y tomas a contraluz le remarcan a los espectadores que lo que están presenciando es un instante único (y casi mágico) para la escena musical y para el mismo Dylan. Lo que no han podido recrear -ni el director, ni el guion, ni el performance de ‘Timmy’ Chalamet– es el hartazgo y el enojo crudo de Dylan, la insatisfacción de estar en un mundo que se cae a pedazos por mano de sus compatriotas y que, aunque él sabe que la música no puede salvar al mundo, lo único que le nacía hacer era cantar.
Los personajes femeninos pueden no ser centrales en esta película, pero las performances son logradas. Joan Baez no solo es una artista que no estuvo a la sombra de Bob Dylan, sino que tuvo un papel importante en el impulso de su carrera, cosa que el filme deja en claro. Monica Barbaro es consistente encarnando a una compositora neoyorquina más experimentada y bastante más segura que el joven Bobby. Le habla con confianza, lo mira a los ojos, juega de igual a igual en la seducción y relación amorosa que mantuvieron parcialmente oculta. Además, Barbaro interpreta ella misma todos los temas de Baez en vivo, tal como lo hace todo el elenco, pero lo suyo destaca. Elle Fanning hace un buen trabajo con su interpretación de Sylvie Russo (personaje basado en Suze Rotolo), el primer gran amor de Bob. En conversación con Elle Fanning -en una conferencia de prensa virtual-, la actriz nos comentó que siente que Dylan aún le da a Suze una importancia muy grande en su vida, pues solicitó que no emplearan su nombre real para la película. No solo es la persona que estuvo presente a nivel sentimental mientras el músico buscaba hacerse un lugar en Nueva York y los festivales de folk, sino que también fue una suerte de cable a tierra que lo regresaba a quien él es interiormente cuando su ascenso en la fama crecía. “Y puedo entender eso”, agrega Fanning, pues “hay cierto comfort ahí, en esas personas que conociste antes. Ellos sabían quiénes eres antes. El activismo político de Suze tuvo un gran impacto en Bob”.
Es probablemente esto lo que hizo la diferencia entre el trabajo de Chalamet y el de sus colegas, especialmente las dos estrellas femeninas. Mientras que ellas se enfocaron en las emociones de sus personajes, sabiendo que no podrán ser iguales a ellas, pero sí tratar de empatizar y conectar en sensibilidades con ellas, Chalamet se concentró en la interpretación en vivo de guitarra y voz de las canciones de Bob Dylan. Lo consigue de forma bastante respetable, tomando en cuenta que se trata de un artista con unas formas particulares de cantar. Aprendió tan bien sus ademanes que hasta podemos sentir, a veces con las virtudes del maquillaje y la melena alborotada, que vemos a Dylan. Pero como lo dijo el mismo Bob en su carta de agradecimiento por el Nobel, Shakespeare hizo literatura sin preguntarse si califica como literatura. Hizo dramaturgia preguntándose si el personaje estaba en el lugar adecuado, si el actor es el adecuado o no, incluso si el presupuesto alcanza para lo necesario para la escenografía, pero la última de sus preguntas sería si esto calificaba ante los demás como algo que es literatura. Y parece que Mangold, en medio de sus preguntas, se preguntó demasiado pronto si es que su película es una buena candidata para el Oscar.
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