Festival Al Este: “Vermiglio” (2024), secretos y tradición


Ambientada a finales de la Segunda Guerra Mundial en un remoto pueblo alpino del norte de Italia, la película gira en torno a la amplia familia Graziadei, liderada por Cesare, el maestro del lugar, su esposa y sus numerosos hijos. Todo cambia con la llegada de Pietro, un soldado siciliano desertor, cuya presencia trastocará la vida familiar.

Hablar de la familia en el cine puede implicar muchas cosas. En muchas ocasiones, cuando se hace, es por un afán de exploración personal, lo que podría llevar a develar un pasado tal vez no muy amable o simplemente a mirar con añoranza un tiempo que ya pasó. A su vez, hablar de la familia también permite observar un pasado y ver qué es lo que se ha dejado atrás y qué se ha conservado en el presente, como si se tratara de hacer un repaso por una tradición específica.

La directora Maura Delpero mezcla un poco de ambas cosas en su cuarto largometraje, tomando el nombre de todo un pueblo ubicado al norte de Italia para centrarse en una sola familia que, además de estar inspirada en la suya, tranquilamente puede representar a muchas otras. Lejos de hacer una radiografía de todo Vermiglio como lugar y de la gente que lo compone, como hizo alguien como Federico Fellini en Amarcord, la directora decide cerrar ese mundo con los Graziadei, una familia amplia cuyo patriarca es el encargado de impartir la educación en el colegio del pueblo.

Este doble rol, como cabeza de familia y como faro de la educación, resuena lógicamente en todo el lugar, pero especialmente en sus hijos, ya que la relación con cada uno será distinta, reconociendo sus diferentes niveles de potencial, los cuales, desde luego, serán expresados con dureza. Delpero, lejos de ver esto con un ojo crítico, opta por simplemente tener un rol observador, tratando de entender a los personajes y al contexto como propios del tiempo en que transcurrieron.

Ella sabe que sería muy fácil juzgar con severidad muchas de las cosas que suceden, como las actitudes del padre frente a sus hijos o el rol que desempeñaban las mujeres, viéndose reducidas a la reproducción, la crianza (con sus derivados en sus escasas oportunidades laborales) o, en el “mejor” de los casos, a una vida dedicada a la religión. Lo que ella prefiere hacer es ir a fondo en lo que respecta a las dinámicas propias del entorno, motivo por el cual, además de ser una película sobre la familia, también es una sobre la tradición, esa que por un lado se hereda y por otro debe ser dejada atrás para así mirar hacia el futuro.

En más de un momento, gracias a su gran trabajo de composición visual, vemos a los personajes enmarcados, como si justamente fueran parte de esas viejas imágenes que uno ve en la casa de la familia. Por supuesto, en muchas de estas imágenes se da un peso especial a los grupos, enfatizando lo numerosas que eran las familias antes, pero no se olvida del rol de ciertos individuos que desempeñaron un papel clave en el destino familiar, como también puede ser, no necesariamente de forma positiva, alguien como Pietro.

Es con él que, al igual que con las tradiciones, se aborda otra idea importante: la de los secretos que rodean a la familia. Estos no son necesariamente revelaciones muy oscuras que los marcaron para siempre, sino que pueden ser también secretos pequeños, nacidos de la complicidad entre los distintos integrantes. Los secretos tienen muchos niveles en la cinta, porque serán estos mismos los que irán moviendo la trama, ya que más allá del desenvolvimiento de las diferentes dinámicas que la rodean, no se cuenta con una narrativa precisa ni con un objetivo claro al que se deba llegar.

Creo que justo en este punto debo abordar la principal falencia del filme de Delpero, y está relacionada justamente con el poder de sus imágenes. Lamentablemente, por más poderosos que sean sus planos, personalmente se me complica conectar del todo con lo que se ve. Desde luego, esto no invalida todo lo que he dicho previamente, ya que sí creo que las bases con las que quiere elaborar sus ideas están muy bien y, como mencioné, no cae en el lugar común de criticar el pasado con ojos del presente.

Sin embargo, creo que es precisamente esa falta de rumbo en lo que respecta a su narrativa (la cual se vuelve más clara recién una vez pasada la primera hora) lo que impide seguir la película con una misma energía. Eso es lo que, a mi parecer, hace de Vermiglio una película buena, pero sin la chispa suficiente para llegar a ser excelente.

Es imposible demeritar el trabajo de la realizadora en cuanto a su manejo de la composición y puesta en escena, siempre al servicio de lo que desea contar, pero no termina de dar ese golpe final que redondee todo, que una narrativa más convencional le pudo haber dado. Dejando de lado eso, es una película cuya fuerza radica en el modo en que bebe de esa tradición del pasado, tanto de su misma familia como del cine italiano.

En ese sentido, Vermiglio logra sostenerse con dignidad como una obra íntima y contenida, en la que la mirada se mantiene firme incluso cuando las emociones apenas se insinúan. Puede que no conmueva de forma directa, pero su respeto por las memorias, por lo que se elige contar y lo que se calla, deja huella. Una huella tenue, pero duradera por su humanidad.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *