“Superman” (2025): cuando ser bueno no es una debilidad


Tras haber pasado tres años desde que se presentó al mundo como Superman, Kal-El, conocido en la Tierra como Clark Kent, deberá afrontar una prueba muy importante. Con ayuda de sus aliados, deberá descubrir el complot de Lex Luthor, un millonario obsesionado con el kryptoniano, que amenaza con destruir su legado y desatar una crisis global.

Con esta nueva adaptación del emblemático superhéroe, se marca una vez más, otro inicio dentro del universo cinematográfico de DC Comics. El encargado de dirigirla es James Gunn, quien no es ajeno a este tipo de películas. Haciendo memoria, sabemos que su fuerte radica en potenciar figuras que parten desde un lugar marginal. Ya sea con la trilogía de Guardianes de la galaxia (Guardians of the Galaxy), con su versión de El escuadrón suicida (The Suicide Squad, 2021) o incluso fuera del terreno de los cómics, como en Super (2010), es posible darse cuenta de que hay un patrón en su estilo. Además de su irreverencia característica, hay suficiente corazón como para que uno sienta empatía por individuos con falencias muy evidentes, ayudándolos a salir de ese terreno marginal y cumplir su anhelo de hacer el bien, aunque sea de un modo poco convencional.

Esa manera de hacer cine de Gunn era justamente lo que me motivaba y, a la vez, me generaba ciertas dudas respecto a este nuevo proyecto. Me preguntaba cómo encajaría una figura que siempre se ha caracterizado por su perfección en una narrativa repleta de sujetos de moral dudosa. Por un momento pensé que lo adaptaría a su estilo, convirtiéndolo en otra subversión del héroe que ya se ha visto hasta el hartazgo. Bueno fue darme cuenta que me terminé equivocando, porque lejos de hacer eso, opta por una opción que, aunque más segura, resulta refrescante en pantalla grande. Y lo logra sin que su estilo personal se vea comprometido.

Un primer aspecto positivo que quisiera destacar es que Gunn le devuelve a este personaje el espíritu luminoso y optimista del pasado. No soy un experto en Superman ni en sus adaptaciones cinematográficas, pero creo que esta versión está más cerca del Superman de Christopher Reeve o el de las caricaturas de los años 40 de Max Fleischer. En nuestro panorama actual, eso me parece un acierto. Tal parece que, en su afán de leer el mundo moderno, Gunn comprendió que era necesario regresar a las bases del personaje. 

En tiempos donde es fácil infligir daño y donde la gente poderosa ya ni disimula su falta de empatía, esta película expone esas falencias y posiciona a Superman como una suerte de resistencia frente a la ola de maldad que nos rodea. Más importante aún, se nos presenta un Superman que es tanto héroe como hombre. Así como enfrenta amenazas concretas, también debe lidiar con conflictos emocionales propios de cualquier persona. Atrás quedó el dios de pocas palabras y discursos solemnes. Ahora lo vemos con una fragilidad más humana, atravesando sufrimientos y mostrando vulnerabilidad si las cosas no resultan como él esperaba.

También es inevitable mencionar el rol que tiene Lex Luthor como villano. A Gunn le importa poco darle un trasfondo complejo respecto a por qué hace lo que hace. Su odio hacia Superman basta para entenderlo y eso se evidencia en su accionar. Según la trama, y en coherencia con preocupaciones actuales, ese odio se basa en la condición inmigrante del héroe, un discurso que el director enfatiza de manera directa, llevando ese temor al “otro” a un extremo que no resulta tan alejado de la realidad.

Sin embargo, lo realmente significativo está debajo de ese odio. Al presentar a Luthor como un antagonista de maldad desbordada, casi caricaturesca, la película demuestra que es la antítesis ideal para Superman. Luthor, millonario y manipulador, se apoya en lo artificial, apropiándose de recursos ajenos para intentar equipararse a alguien que actúa sin segundas intenciones. Ahí yace la verdadera prueba del héroe: enfrentarse a un mal que, al no poder tener su mismo don, lo imita. Así, Superman debe probarle a los demás y a sí mismo que no necesita ser perfecto, sino alguien de buen corazón, capaz de salvar al mundo sin importar las circunstancias.

Ahora, con todo lo dicho, podría parecer que estamos ante una cinta con un nivel de calidad similar a la hecha por Richard Donner a finales de los años 70. Lamentablemente, aunque la película garantiza un buen rato en la gran pantalla, no se libra de tener problemas importantes que le restan puntos a la experiencia. El principal está en cómo subraya en exceso sus mensajes, dejando muy en evidencia su intención discursiva. Desde un conflicto geopolítico apenas disfrazado hasta comentarios sobre la inmigración de Superman, la urgencia por complacer a un público masivo se siente forzada.

Esto es aún más frustrante porque Gunn termina dándole más vueltas a estos aspectos que a otros mucho más interesantes, como el dilema moral del protagonista sobre su deber con la humanidad. Sin dar detalles importantes, hay una revelación clave sobre su origen que pone en duda su capacidad como héroe, provocando la crisis que Luthor tanto anhela. El problema es que esa revelación se diluye durante gran parte del film y se resuelve de forma simplista con un monólogo final que, en mi opinión, arruina parte de la idea de esperanza que la película quiere transmitir. A nivel de guion, se siente pobre y hasta anticlimático.

En una situación como esta, sería pertinente compararla con The Batman (2022), ya que, a su manera, también habla de esperanza. En la cinta de Matt Reeves, el hombre murciélago atraviesa una evolución mucho más contundente y orgánica, con un arco narrativo donde pasa de ser un simple vengador a convertirse en un símbolo de justicia para Ciudad Gótica. No digo que ambas películas deban ser medidas con la misma vara, pero esa comparación permite entender mejor cómo Gunn termina debilitando el núcleo identitario de su protagonista al priorizar otros aspectos.

En ese sentido, el problema no está tanto en la intención como en la ejecución. Al no profundizar en ese conflicto interno que podía hacer crecer al personaje, lo que queda es una figura menos transformada. Ya por último, en el apartado formal (puesta en escena, fotografía, efectos especiales), si bien se agradece la mayor plasticidad de la imagen, con movimientos de cámara y texturas que buscan asemejarse a una historieta en movimiento, hay momentos en los que la calidad visual decae. Esto se nota especialmente en las escenas diurnas, donde el uso de la luz y los efectos ameritaban una segunda revisión.

En conclusión, Superman no es una película del todo lograda y se posiciona en lo más bajo de las adaptaciones de cómics dirigidas por James Gunn (sí, incluyendo la serie Peacemaker). Aun así, a pesar de sus falencias —como su tendencia a priorizar mensajes simplificados de problemas complejos y dejar de lado ideas más interesantes—, es una película que se agradece por devolvernos, aunque sea por breves momentos, esa gloria de antaño que caracterizó al Hombre de Acero.

Parte de ese mérito recae en su elenco. A pesar de la abundancia de personajes secundarios, el conjunto no se siente saturado. David Corenswet, Rachel Brosnahan y Nicholas Hoult destacan como Superman, Lois Lane y Lex Luthor respectivamente, aportando presencia, energía y carisma a una historia que, si bien no brilla del todo, consigue sostenerse.

James Gunn demuestra que, lejos del tono serio y realista que dominó el género en los últimos años, todavía hay espacio para algo lúdico, sin mayores pretensiones que disfrutar de las locuras que el mundo de las viñetas puede ofrecer. Tal vez, en el fondo, ese sea incluso el mensaje más contundente que la película transmite. Entre tanta penuria que nos acecha, todavía se pueden frustrar los planes de los malvados con una pizca de diversión y esperanza. ¿Y quién mejor que Superman para recordárnoslo?

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