«F1: la película» (2025): el poder del trabajo en equipo


Protagonizada por Brad Pitt, F1: la película se siente como una versión de Top Gun: Maverick con carros de carrera. Lo cual no es casual, por supuesto, considerando que ambas películas comparten director (Joseph Kosinski, de Tron: el legado), productor (Jerry Bruckheimer de, bueno, incontables blockbusters), guionista (Ehren Kruger, de El aro) y director de fotografía (el chileno Claudo Miranda, de El curioso caso de Benjamin Button, también con Pitt). Pero también está el hecho de que ambas son súper producciones visualmente espectaculares centradas en personajes veteranos que regresan al deporte que les dio la fama para darle una lección o dos a sus compañeros más jóvenes y arrogantes.

Por supuesto, en F1, en vez de Tom Cruise tenemos a Brad Pitt, un buen actor de filmografía inconsistente, capaz de dar excelentes interpretaciones bajo la dirección de grandes cineastas como David Fincher (El club de la pelea, Siete pecados capitales), pero también actuaciones francamente paupérrimas en producciones que poco o nada la exigen a nivel creativo (como Troya, del Wolfgang Petersen). En este nuevo film, Pitt ha sido contratado simplemente para exhumar carisma y verse ridículamente bien para su edad, y eso es precisamente lo que hace. Ni más, ni menos. No va más allá de lo que está en el guion de Kruger, pero a la vez, uno entiende precisamente porqué los productores deciden contratar a una megaestrella de su calibre.

Fuera del trabajo de Pitt, F1 funciona básicamente gracias a las mismas razones por las que Maverick funcionó, pero con un producto final un poco menos emocionante y satisfactorio. Aparentemente, F1 está llena de errores técnicos y de verosimilitud, los cuales solo serán percibidos por los más acérrimos fanáticos del deporte. El resto nos quedamos con una experiencia frecuentemente tensa y espectacularmente dirigida, que funciona a pesar de su narrativa previsible y arquetípica, y no gracias a ella. No hay nada particularmente sorprendente a nivel narrativo en esta película, pero curiosamente, eso no importa mucho. Kosinski adorna el guion de forma muy habilidosa para que los clichés no se conviertan en un defecto considerable.

Pitt interpreta a Sonny Hayes, un ex piloto profesional de carreras que, a los casi sesenta años, se dedica a viajar por los Estados Unidos, corriendo en circuitos pequeños para gente como Chip Hart (el siempre infravalorado y acá desperdiciado Shea Whigham, de Misión imposible). No obstante, cuando un viejo amigo llamado Rubén Cervantes (Javier Bardem) le pide que forme parte de su equipo de Fórmula 1, el cual hasta ahora no ha ganado ni un solo punto en la competencia y está a punto de ser desintegrado, el veterano piloto no puede decir que no.

Es así que Sonny termina viajando al Reino Unido para competir junto al talentoso pero arrogante piloto Joshua Pearce (Damson Idris), bajo la dirección de Kate McKenna (la siempre excelente Kerry Condon), la primera directora técnica mujer del deporte, y la supervisión de Peter Banning (Tobias Menzies), el único miembro del directorio de la empresa que apoya a Rubén. Pero cuando Sonny y Joshua comienzan a llevarse a mal y cometer errores en la pista de carreras, nuestro protagonista se ve obligado a revaluar sus prioridades, y tratar de enseñarle la importancia del trabajo en equipo a su compañero más joven.

Nuevamente: no hay nada particularmente original en F1: la película, al menos en lo que se refiere a personajes o historia. El Sonny de Pitt es un maestro que llega al equipo de Ruben para darle un último intento al deporte que años atrás le trajo tanta gloria. Un tipo rudo, a veces maleducado, que sin embargo sabe mucho y termina siendo capaz de demostrarle al mundo que todavía tiene lo necesario para ganar, especialmente luego de muchos años de alcoholismo y apuestas desmedidas. Y por su parte, el Josh de Damson Idris es un chico talentoso pero arrogante; un tipo dedicado pero que, a la vez, se deja distraer por el marketing y las fiestas y las relaciones con influencers y marcas glamorosas. Pero como Sonny le dice: todo eso es ruido. Debería taparlo para concentrarse en conducir.

Y es precisamente en las secuencias de carrera donde F1: la película previsiblemente brilla. Kosinski hace acá con los autos de Fórmula 1 lo que hizo con los jets de combate en Top Gun: Maverick. Colocando cámaras en los costados y en la cabina de los carros, y combinando esos planos íntimos con imágenes de dron, cámaras móviles en el exterior, e interacciones entre los pilotos y Kate en los controles, las carreras se convierten en escenas verdaderamente emocionantes y tensas. Lucen verosímiles (por más de que, según algunos expertos en el deporte, no lo sean), y más importante, es a través de ellas que nuestros dos protagonistas van cambiando y madurando y mejorando en su relación profesional.

Lamentablemente, de los personajes secundarios no se puede decir mucho. Javier Bardem usa todo su carisma para convertir a Rubén en alguien más que un simple millonario bonachón (todo un oxímoron). Tobias Menzies hace lo que puede con un rol algo caricaturesco (que además cobra importancia un poco tarde en la historia). Sarah Niles brilla como Bernadette, la preocupada madre de Josh. Y la gran Kerry Condon (Almas en pena en Inisherin) tiene el rol algo ingrato de la directora técnica del equipo que además termina teniendo un amorío con Sonny. Obviamente ella está genial, pero creo que el rol hubiese sido más digno si es que Kosinski y compañía se deshacían de aquella subtrama “romántica” mal desarrollada.

Curioso, pues, que a pesar de sus deficiencias narrativas, uno salga con una amplia sonrisa en el rostro de la sala de cine. Nuevamente: el guion de Kruger no es el mejor (y ciertamente no ayuda que haya sido reestructurado en la postproducción, con subtramas como la que involucraba a un personaje interpretado por Simone Ashley siendo eliminadas por completo), pero la dirección de Kosinski, la cinematografía de Miranda, y el trabajo del talentoso reparto ayudan a que eso no importe. Además, resulta intrigante ver cómo es que la Fórmula 1 funciona exactamente, con el énfasis que se le da a las diferentes estrategias, las innovaciones tecnológicas y, por supuesto, el trabajo en equipo. F1: la película termina siendo una experiencia audiovisual impresionante; todo un espectáculo que funciona mejor “en el momento” que en retrospectiva, pero que igual merece ser visto en la pantalla de cine más grande posible.

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