Festival de Lima: “La memoria de las mariposas” (2025), el Amazonas no olvida


Omarino y Aredomi. Dos niños indígenas que fueron extraídos de su tierra por causas ajenas, que vivieron la fiebre del caucho entre el sangrar de los árboles y de su propia gente. Revisar las narrativas, conversar con el pasado. La inquietud de la cineasta Tatiana Fuentes va más allá de la culpa o el remordimiento, habla de una deuda histórica que sana lentamente, de un encuentro súbito encaminado por el ejercicio cinematográfico, por el reconocimiento del otro, por una sensibilidad que solo el arte puede imprimir.

Encuentro. Colisión. El documental se levanta sobre el choque de opuestos, sobre formas y figuras que entran en conflicto. Está Iquitos, su vegetación frondosa, su gente marrón, su riqueza natural. Está Londres, sus edificios macizos, su gente blanca, su deseo extractivista. En medio, el sufrimiento, el dolor, años de esclavitud cuyo registro se resiste al ojo público, a los museos, entre lo que se muestra y lo que se mantiene oculto. Entonces Tatiana crea su propio diálogo, el de tres tiempos que existen simultáneamente: el pasado que cicatriza, el presente que recuerda, el futuro que se construye. 

El proyecto es extensivo y va encontrando capas mientras avanza en su búsqueda de respuestas. Hablamos de la cámara como jaula, del ojo colonizador que registra al indígena en un simulacro de su día a día, que sustrae esa corporalidad para hacerla suya. De ese mismo material de archivo usado ahora para representar el viaje de Omarino y Aredomi a Londres, de una directora que pide permiso a los fantasmas que alguna vez poseyeron dichos cuerpos. Ese respeto, ese interés genuino con el que Tatiana Fuentes emprende su investigación es, finalmente, lo que posiciona al documental como pieza sensible y consciente. Ya no se trata de llenar los vacíos de una historia, sino de devolver lo que le pertenece al Amazonas.

En medio, se lee el diario de aquel europeo que sustrajo a los niños, que los vistió de traje para “civilizarlos”, para “luchar por sus derechos”. El control es una constante que va más allá de la cámara, que se traduce en cuerpos indígenas pintados o esculpidos sin consentimiento previo, en un arte cuyo fin es oprimir. Las palabras y las imágenes se complementan en ritmos calmos o vertiginosos, la denuncia es clara y engancha sin necesidad de ser explícita. Hay tiempos para la dureza, para la empatía, el equilibrio es fundamental en este memorándum de la barbarie.

Tatiana Fuentes encontró la foto de dos chicos indígenas entre sus archivos. Ella hizo lo posible por conocer su historia, por reconstruir el camino que los llevó a Londres, que los trajo de vuelta a su hogar. La directora, su hijo, ambos ligados a esta narrativa sin previo aviso, pero La memoria de las mariposas no es una carta de disculpas, menos un acta para justificar el crimen, es un cruce de realidades que conviven alejadas, cuyo reconocimiento se da años más tarde, cuando el recuerdo sale a la luz y el sentido de humanidad florece. Aunque la desgracia parecía olvidada, es con un colegio de jóvenes indígenas, antes casa del esclavista Julio Arana, donde la justicia cobra vida. Donde presente y futuro son guiados por la esperanza.


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