La ópera prima de Germán Tejada, de coproducción peruano-mexicana, es un golpe de aire fresco para una cinematografía nacional de riesgos excepcionales. No es solo por el espíritu juvenil centennial que encapsula, con sus luces cegadoras y sombras tentadoras, sino también por el estilo cinematográfico violentamente excitante que plantea y que materializa esas luces y sombras intensas. Pocas son las veces que un director logra representar a los más jóvenes sin sonar paternalista o superfluo, y muchas menos son las veces que lo hace con rigor, innovación y desenfreno. Salvo por su descenso algo apresurado y aparatoso, esta adaptación homónima de la obra de Oswaldo Reynoso se comporta como un vuelo casi perfecto en el que la turbulencia y la incertidumbre se gozan desde el despegue.
Cara de Ángel (Diego Cruchaga Ponce de León) es un adolescente limeño que está seguro de su pertenencia en la escena cultural subterránea, plagada de música punk estridente, grafitis explícitos y atuendos oscuros y rasgados que reflejan su rechazo al sistema y su intención de vivir al máximo. De lo que no parece tan seguro, pese a su relación efervescente con Gabriela (Grecia Pino), es de su heterosexualidad. Además de ser objeto de burlas homofóbicas por su apariencia andrógina, el protagonista empieza a sentirse confundido por su cercanía con Johnny (José Miguel Chuman), el vocalista de una banda. Un día, sus acosadores le proponen robar un dinero de la casa de un anciano. En un intento por demostrarles su hombría, el protagonista acepta el desafío.

La actitud transgresora de Los inocentes (2025) se manifiesta desde los usualmente aburridos créditos iniciales mediante los gemidos de dos jóvenes y planos intermitentes de ambos en los que es imposible discernir si están peleando o teniendo sexo. Esta actitud se manifiesta a lo largo de la película tanto de forma verbal como física, con insultos o diálogos sobre sexo y escenas de peleas o de masturbación (sin llegar al desnudo frontal), un contenido habitual en el cine peruano pero rara vez encarnado por menores de edad. Pero el filme de Tejada no se conforma con ser una versión adolescente de Django, la otra cara (Ricardo Velázquez, 2002). Los inocentes también rompe con la expectativa de un estilo sobrio y gris característico del neorrealismo latinoamericano, adoptando más bien una variada paleta de colores donde destacan el amarillo y el morado en interiores nocturnos, y un gran contraste de luces y sombras. Es imprescindible pues destacar la fotografía del argentino Julián Azpeteguia y la dirección de arte de la peruana María Cristina Martínez.
Los inocentes no es solo una película sobre adolescentes sino que también está hecha por y para un grupo largamente incomprendido e ignorado por el cine nacional. Esto representa un último componente transgresor de la película, especialmente por incluir a nuevas promesas actorales antes que a un puñado de nepobabies de la argolla local. Diego Cruchaga retrata con convicción los conflictos y miedos internos del protagonista. El guion de Tejada y Christopher Vázquez le exigen un amplio rango de emociones, desde el júbilo por un concierto hasta el pavor de ser perseguido. Entre los secundarios cabe destacar a Joshua Salinas como Colorete y a Josué Subauste como Rosquita, chicos cuya emoción y chispa recuerdan mucho a los de las pandillas de las icónicas cintas del Grupo Chaski, Gregorio (1985) y Juliana (1989). También hay que aplaudir que los personajes femeninos no son dependientes de los masculinos y que tienen su propio espacio para hablar libremente de sus inquietudes como en una película digna del siglo XXI.
El retrato casi perfecto de la juventud contemporánea limeña que Tejada construye en la primera hora de película se topa con un tramo final menos acertado en el que parece querer hacer más de lo que podía. Pese a ello, Los inocentes me deja con ganas de volver a verla y de ver más de su particular universo. Personalmente animaría a su director y productores a que se atrevan a expandir las historias de estos personajes, aun si la obra original de Reynoso no ofrece más material sobre los mismos. Desde luego que es una película portentosa que merece ser gozada en pantalla grande como si fuera la última entrega de Spiderman, y es que Cara de Ángel bien podría ser el héroe juvenil urbano que no sabíamos que necesitábamos.
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