Festival de Lima: “Una casa con dos perros” (2025): lo que la crisis se llevó


Durante la crisis económica argentina de 2001, una familia se traslada a la casa de la abuela materna en busca de estabilidad. La convivencia forzada saca a flote viejas tensiones y roles difusos, mientras el hijo menor observa en silencio cómo el hogar se convierte en un espacio de fracturas afectivas y sociales.

Los tiempos de crisis trascienden el periodo en el que sucedieron. Podrán pasar muchos años desde entonces, o solo algunos meses, y las experiencias vividas pueden ser lo suficientemente fuertes como para dejar traumas que difícilmente se borrarán de la memoria. Eso llega al punto que, si tiempo después ocurre una crisis similar, los recuerdos vuelven también.

La ópera prima de Matías Ferreyra explora una crisis en particular: la vivida en Argentina a inicios de siglo, un hecho trágico en la historia latinoamericana reciente. El cineasta aterriza esta situación límite en una familia específica, que desde su simple traslado a la casa de la madre de Nora, conocida como Tati, deja entrever las tensiones que se irán desarrollando a lo largo del filme.

Todo parte del hecho de que Tati no es precisamente una mujer con los pies en la tierra, algo que desconcierta a su hija, ya que el desorden que reina en su casa impide que Nora también pueda poner orden en su propia familia, compuesta por un esposo desempleado y tres hijos. Estos, debido a su corta edad, son fácilmente atraídos por la curiosidad y el caos que rodea este nuevo ambiente.

Esto podría llevar a decir la típica frase de que la casa “es un personaje más”, debido a sus múltiples ambientes y a una atmósfera extrañamente siniestra, donde personas y objetos aparecen y desaparecen sin explicación. Sin embargo, esa afirmación podría justificarse mejor si hubiera algún componente fantástico que lo reforzara, lo cual no está presente. La atmósfera siniestra se origina más bien en la mirada de quienes dominan la perspectiva del relato: los niños. Con una visión inocente, incapaz de dimensionar del todo la situación que atraviesan, el cineasta aprovecha esta distancia para jugar con el gran espacio que representa la casa.

El foco se centra especialmente en el menor de los tres hermanos, Manuel, quien mantiene un vínculo cercano con su abuela. Ambos actúan como cómplices, sobre todo porque son quienes más reciben reprimendas del resto de la familia. Este vínculo permite al espectador trazar distintas interpretaciones sobre el rumbo de la película, en particular al momento de pensar en su título, que está lejos de representar algo explícito en pantalla.

Sin detallar hechos clave de la trama, quisiera proponer una lectura sobre lo que se busca transmitir. Para eso es necesario volver a lo planteado al inicio, en relación con la crisis. Al estar ambientada en ese difícil 2001, se percibe una necesidad constante por salir adelante con lo que se tenga, incluso si eso implica sacrificar algo, o a alguien, importante. Así, Ferreyra utiliza este único espacio para mostrar las grietas de un país que nacieron en ese contexto y que, quizá, hasta hoy no se han reparado.

Tati, como dueña de la casa, podría simbolizar a primera vista la indiferencia hacia los más necesitados, mientras que su cercanía con Manuel representa el acercamiento a quienes tomarán las riendas en el futuro. Pero la película sugiere que tal vez no haya nada que tomar, ya que fue esa misma falta de cuidado la que provocó una cadena de decisiones radicales para sobrevivir.

¿Significa eso que necesariamente se debe optar por un camino desolador? No del todo. Pero tampoco implica que, tras el momento más delirante de la película —resuelto en un gran plano secuencia—, la calma que sigue sea sin consecuencias. Lamentablemente, queda un sabor amargo, la sensación de que algo se quebró, de que ese mal invisible ganó. Y mientras tanto, solo queda conformarse con lo que hay, sin importar cómo quede.

Ahí radica, creo yo, la fuerza de Una casa con dos perros. Es cierto que por momentos cae en la reiteración de ciertos hechos, como si se negara a avanzar en el desarrollo de ideas que son, en verdad, muy interesantes. Aun así, funciona como una película que, desde la mirada infantil, nos muestra cómo toda una sociedad puede derrumbarse. Sin hablar de forma directa del conflicto ni tomar partido, la película revela que, cuando lo peor ya sucedió, el valor humano corre el riesgo de desaparecer, bajo la falsa idea de que dejando atrás a los más prescindibles todo estará resuelto. Con todo y sus bemoles, es una película más que interesante.


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