Películas como Lovely Day (2025) de Philippe Falardeau en el Festival de Toronto y Peak Everything (2025) de Anne Émond en la Quincena de Realizadores en el Festival de Cannes, nos hacen pensar que las rom-com que tanto están siendo buscadas últimamente, se pueden encontrar en Canada.
Lovely Day es una comedia romántica ligera que trabaja desde la ironía. Lo que parece un día maravilloso, la boda del protagonista, pronto se ve invadido por la lucha interior de Alain: una ansiedad que reaparece a cada paso, no por el matrimonio en sí, sino por su propia incapacidad de avanzar, los recuerdos de errores pasados y de futuros no vividos lo desbordan, creando un retrato de lo que significa vivir con un trastorno de ansiedad.
Sin embargo, la película no se limita a hablar de enfermedad, sino de expectativas, decepciones y de esa ceguera autoimpuesta que nos impide ver el “día hermoso” en el que estamos. Falardeau, que es mayor que los millennials, capta con sorprendente precisión la angustia de esta generación: Alain no enfrenta una catástrofe, pero se encuentra atrapado en un bucle en el que sobrepensar le impide disfrutar de las pequeñas alegrías a su alrededor. “Es muy difícil ser tu amigo”, le dice otro personaje, una frase que difumina los límites entre memoria e imaginación, pero que resuena como expresión de lo asfixiante que puede ser el ensimismamiento.

Peak Everything de Anne Émond funciona en paralelo. También situada en Quebec, la película ocurre en un presente semiapocalíptico donde el protagonista enfrenta depresión y una sensación de inutilidad en medio de crisis climáticas cotidianas. En este contexto absurdamente intensificado, el romance se convierte tanto en alivio cómico como en salvavidas. Al igual que Falardeau, Émond usa el humor para desarmar, anclando el miedo existencial en la ternura de la conexión.
Ambas películas abordan temas profundos, salud mental, soledad, desplazamiento cultural, pero los procesan a través de la estructura de la comedia romántica o dramática. El resultado no es trivialización, sino accesibilidad. Esa ironía ligera, asociada con la sensibilidad millennial, permite a la audiencia enfrentarse a verdades incómodas sin quedar aplastada por ellas. Reímos, porque no queda otra forma de seguir adelante.
En Lovely Day hay además otra capa que cubre la historia: la migración y la identidad. Alain, aunque nacido en Canadá, experimenta una distancia incómoda con la comunidad de sus padres. Falardeau muestra cómo persisten las expectativas generacionales: cómo los nombres, las tradiciones y las identidades se resguardan como símbolos de supervivencia, incluso cuando las generaciones más jóvenes buscan integrarse y simplemente existir sin etiquetas. La película toca este tema con sutileza, integrándolo de manera natural en la búsqueda más amplia de equilibrio del protagonista.

Vistas en conjunto, estas dos películas sugieren algo más que coincidencia. Apuntan a la posibilidad de un regreso de las comedias románticas y dramáticas de presupuesto medio, un género ausente en los últimos años pero que el público aún anhela. Con su combinación de ingenio, vulnerabilidad y cercanía emocional, Falardeau y Émond parecen señalar que la industria cinematográfica canadiense está en una posición única para liderar este renacimiento.
Lovely Day es dulce, enérgica y engañosamente ligera, se cuela en el corazón mientras parece flotar en la superficie. Su cálida acogida en el TIFF está más que justificada, del mismo modo en que la ovación a Peak Everything en Cannes confirmó que la comedia romántica, en su forma más contemporánea, podría estar lista para un regreso en serio.
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