«Alemania Oriental» (2023), de Alonso Izaguirre, se presenta en el CCPUCP


Escribe Manuel Siles

Alonso Izaguirre entregó su segundo largometraje de ficción, Alemania Oriental (premio a la mejor película de la Competencia Peruana del Lima Alterna Festival Internacional de Cine, 2023) y, aunque conservando en lo esencial su forma de entender la realización, podemos decir que profundiza en algunos aspectos vistos en su ópera prima El tiempo y el silencio (2020), que alcanza un manejo más firme y solvente a la vez que se muestra como un realizador con más aplomo y oficio.

Esta vez aborda la situación de una familia de clase media durante la época de la lucha armada, cuando la violencia social se sumó a la desastrosa situación económica, destruyendo las posibilidades de desarrollo de una generación y, probablemente, creando las circunstancias que explicarían las actuales.

En lo personal, me interesa distinguir su capacidad para lograr a través de un efecto acumulativo una segunda capa por medio de engarzar planos para estructurar frases y párrafos que en realidad están construyendo un espacio o universo propio, en donde sus personajes habitan deambulando, semi acorralados o acorralados, perdidos y desesperanzados, y que es el verdadero espacio en donde ocurre la épica de la película más allá de sus tenues anécdotas, como por ejemplo, un niño escuchando la radio, solo, en una casa vacía, en una ciudad que se ha quedado sin energía eléctrica a causa de la violencia social que la agrede, 

Este otro nivel de lectura no se propone como un subtexto, es decir, en la forma de un mensaje encerrado que el espectador debería descubrir. Es, por el contrario, algo evidente, en el sentido de estar allí como espacio construido por medio del manejo formal del lenguaje cinematográfico. Esto significa que, por ejemplo, más allá de la sobria y competente dirección de arte, que coloca la acción en una época muy bien definida, época que será fundamental para dotar de contexto preciso a Alemania Oriental, esa construcción visual supera ese objetivo primario y contribuye a la construcción del verdadero lugar de los hechos, es decir: el dolor, la soledad, el abandono, la desesperanza. Así, la película no sucede en una casa en donde se citan esos mencionados sentimientos, sino que ellos son el cimiento sobre el cual se edifica la casa. En ese otro sentido, por consiguiente, esa segunda capa no es ya tan evidente. Y no se trata de que lo sea, precisamente porque la opción del director es hilvanar planos y secuencias para que, digámoslo así, de un modo sinfónico, a medida que avanza el metraje y por medio de esa relación que se construye entre las secuencias, aparezca el tópico de la película, que tampoco es una anécdota definida y clara, sino, más bien, una tormenta de emociones y sentimientos que se confrontan entre sí, y que van desde el amanecer de las ilusiones adolescentes, hasta la desazón y la desesperanza de una vida tempranamente defraudada.

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Igual de importante y acertado es el aprovechamiento del espacio por medio de un encuadre preciso y el tino para acertar la distancia de la cámara. Esto es válido incluso para los espacios abiertos en donde no solo no se pierde la sensación de encierro, sino que esta se acentúa generando la impresión de prisioneros sin posibilidad de escape, inconscientes de su condición, como, por ejemplo, en la conversación entre las dos adolescentes en la azotea de la casa, una especie de jaula al aire libre con vista a un mundo imposible aunque, aparentemente, al alcance de la mano.  

Izaguirre desarrolla una sintaxis en donde los elementos del lenguaje tienen un peso semántico de conjunto, por lo que no se interesa por actuaciones que ilustren la escena explícitamente (ni las necesita). Por el contrario, las performances se integran a la composición en base a su calidad de presencia escénica, sumándose como un elemento más en igualdad de condiciones que los objetos de la dirección de arte, la luz, el valor del plano o el sonido. Desde luego, para eso es indispensable una forma de estar en escena sumamente contenida, que no rompa con el tono taciturno, sombrío, desesperanzado de la película e Izaguirre tiene mucho cuidado en que así sea, dibujando con pocos trazos lo estrictamente necesario para ello, con la confianza (confirmada por el resultado) de que la composición se hace cargo del sentido, convirtiendo en vulgar y redundante cualquier intento explícito al respecto. 

Con ese mecanismo, aparentemente sencillo,  pero que requiere de un firme manejo de las actuaciones, consigue no pocos momentos sobresalientes, como la secuencia del baile, en la que bastan la presencia y unas pocas miradas dentro de una coreografía sin excesos retóricos, donde los personajes entran y salen del encuadre de una cámara implacablemente fija, como un demiurgo insensible a las vidas de sus criaturas, para revelarnos las pulsiones del despertar sexual, los sentimientos y emociones que lo rodean, la desazón del rechazo, la rebeldía retadora de la conquista, la endemoniada floración de esos sentimientos que recién se empiezan a conocer y, quizás, su pureza e ingenuidad, todavía ajenas a un mundo que más tarde podría perseguirlos hasta la estigmatización.

A diferencia de lo ocurrido en El tiempo y el silencio esta vez la luz no ha acompañado a Izaguirre. En su primer largometraje al parecer tuvo más capacidad para administrar los tiempos de su rodaje, probablemente debido a una mayor facilidad en el manejo de las locaciones, cosa que se extraña en Alemania Oriental, en donde una fuerte luz aplasta demasiadas secuencias y atenta contra una atmósfera de matices lumínicos, que probablemente habría acompañado mejor la propuesta y potenciado el carácter expresivo de la cinta. No ha sido así y es una pena, sobre todo cuando la dirección de fotografía, a cargo de Natalia Grande, se mostró más que competente en todo lo que estuvo bajo su control.

Impresiona la capacidad de Izaguirre para incorporar a sus películas desde el fuera de campo un espacio vivo que da contexto, peso y sentido al que se edifica por medio del encuadre. Para la mayoría de directores el fuera de campo suele referirse a un hecho específico y puntual, para Izaguirre es todo un universo de la misma importancia que lo que cae dentro del metraje. Incluso podríamos decir que lo precede narrativamente como una suerte de introducción, luego envuelve la narración y continúa una vez terminado el metraje, puesto que en su cine los elementos no solo se integran a la composición contribuyendo a la edificación del contexto de la película, sino que lo hacen arrastrando uno propio, que se suma a su vez al nuevo espacio en donde se le ubica y que es lo que finalmente termina llevando mucho más allá de la anécdota el universo ficcional de la cinta. En Alemania Oriental se distingue nítidamente, pero no es lo único, el relato, por parte del padre ausente, de un cuento en donde el zorro protagonista que vive en un penoso encierro y ansía la vida en libertad, luego de alcanzarla, vuelve por decisión propia a su antigua cárcel.

Y así llegamos a la formidable secuencia final. Vista aisladamente, solo es la representación de un antiguo y entrañable juego de niños. Además, rodado, no podía ser de otra manera, sin aspavientos ni sobrecargas dramáticas, sino, por el contrario, con un tono lúdico y sencillo, propio de lo que se representa, respetando hasta el último momento el tono narrativo de la propuesta. Así, una secuencia ejecutada desnuda de todo elemento dramático alcanza, más bien, un alto contenido dramático, más allá de su tono anticlímax, precisamente por esa forma aséptica de realizarse y porque se ha llegado hasta allí burilando con éxito todo lo que la dotará de sentido. Una familia prisionera de su casa-encierro; un padre ausente que habla sobre la prisión desde, quizás, su propio encierro y prisión: el sueño utópico de una arcadia social; una madre-abuela de esa familia que vive angustiada por las circunstancias que encarcelan a su hija, desde su propia aceptada y grata prisión; un mundo exterior que acecha y acorrala ese refugio-prisión y a sus sueños de huida, acercando cada vez más un peligro latente: el peligro de la violencia social, la falta de oportunidades de desarrollo, la inseguridad, el hambre, el sinsentido; una madre-nación que juega con sus hijos y es burlada y abandonada por ellos y que los llama inútilmente y que se queda sola, en silencio, incapaz de ver y de ponerse de pie.

Nota del editor: Luego de su paso por el Festival Lima Alterna el 2023, Alemania Oriental tuvo su estreno en salas alternativas el 12 de agosto pasado en la Sala Umbral, de Arequipa; luego de exhibió en el Cineclub Incontrastable de Huancayo. Ahora se podrá ver en Lima, en el CCPUCP, en San Isidro, este 19, 22 y 28 de septiembre y el 1 de octubre. Entradas en Joinnus.

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