[Crítica] «Hard Truths» (2024): una película sobre la ira


Al ver Hard Truths, la nueva tragicomedia que firma Mike Leigh, es razonable pensar que otra película del cineasta británico, Happy Go-Lucky (2008), un optimista retrato de la clase trabajadora de Reino Unido en el que la protagonista, Poppy, sorprende -y a veces hasta molesta- con su actitud positiva y su entusiasta, aunque ingenua mirada de la vida. En Hard Truths, por el contrario, la protagonista, Pansy, vive atormentada por la ansiedad, la obsesión y la ira. Ante cualquier estímulo externo -una puerta abierta en su casa, las risas de transeúntes en la calle, la mirada alegre de trabajadores en negocios y tiendas- Pansy reacciona con cierto desprecio y total apatía. Tiene sentido que una película se refleje en otra, como espejos opuestos de emociones dominantes y sus efectos en la vida de las personas. Pero me atrevería a pensar que esta le debe más a otra película de Leigh, Another Year (2010), la emotiva historia de una familia a lo largo de las cuatro estaciones del año y los desdichados personajes que buscan refugio en ella. Entre ellos, está Mary, solitaria trabajadora de un banco con tendencias melancólicas, de comentarios inoportunos y cierta esperanza ingenua que suele derivar en una inesperada acidez, que comúnmente aleja a las personas a su alrededor. 

Pansy y Mary se parecen bastante, en tanto que ambas suelen romper el molde social y los comportamientos esperados, e irrumpen en distintos eventos sociales con conductas incómodas y muy poca consciencia de sí mismas. Aún si Mary mantiene una débil esperanza de una vida mejor (por ejemplo, hallar el amor de verano que se transforme en su media naranja) mientras que Pansy parece haberse rendido por completo, su presencia parece generar el mismo afecto en sus seres queridos: una dificultad tremenda por comprender su dolor, y muy pocas luces de cómo tratarlas dignamente, sobre todo cuando sus conductas pueden tornarse intolerables. Aquí una similitud final entre ambos personajes, y el detalle más agudo que tiene Leigh al incluirlas en su cine: Pansy y Mary, mujeres que rozan los 50 a 60 años, de una condición económica moderada, pero estable, no parecen tener una vida que justifique ese estado de abatimiento y su autoimpuesta soledad, lo que las hace más trágicas. 

Ambos son personajes comunes en el canon de Mike Leigh, una suerte de pesimista humanista, un relator de las desdichas y aspiraciones de la clase trabajadora y la clase media en el Reino Unido, y alguien que suele ofrecer una mirada comprometida, razonablemente empática, pero nunca indulgente con sus personajes. Aquellos que protagonizan el universo de Leigh, en tanto que la mayoría de sus películas suceden en entornos muy parecidos y cercanos al mundo real, parecen condenados a una vida que puede describirse, en términos simples, como mediocre: trabajos cualquiera, pero suficientes, una familia imperfecta, pero cercana, y, en el fondo, la insatisfacción con su rutina y sus incumplidas ambiciones. Y, de vez en cuando, Leigh recurre a ciertos detalles implícitos, caracterizaciones inconclusas, que parecen sugerir cierto trauma pegado a los personajes, alguna herida del pasado de la que no se habla frontalmente, pero que moldea a las personas y a sus afectos, o la falta de estos. 

Esas pistas de trauma y dolor son constantemente sugeridas en Hard Truths, en la que Pansy, al bajar un poco la guardia y dejarse ver más vulnerable ante los otros, revela un amargo pasado del que no puede huir con facilidad. Pansy, la hermana mayor, le confiesa a Chantal, su hermana menor, que nunca se sintió a gusto con su madre. Han pasado cinco años desde que ella falleció, se nos indica en el primer acto de la película, y es tanto su memoria como su ausencia lo que parece motivar parte del dolor de la protagonista. Y es la celebración del día de la madre luego de años de su pérdida lo que supone el débil hilo conductor del film. A Mike Leigh se le conoce por apostar por la improvisación y la fluidez en sus películas, las cuales diseña en estrecha colaboración con el elenco que ha seleccionado para protagonizarlas. En este caso, el día de la madre supone un disparador para Pansy, pero también una razonable válvula de escape: es el día de la madre y su madre está muerta, por lo que, al menos por ese domingo, es legítimo que ella esté tan enojada como siempre. 

Es de hecho en una escena en el cementerio en que Pansy revela que, por más que quiera, no entiende por qué no puede disfrutar de la vida, a pesar de las insistencias de Chantal. Notemos lo astuto del guion de Leigh en este punto, colocando esta escena en un punto medio del film luego de más de cuarenta minutos de ver a Pansy como una bomba de tiempo a punto de estallar. Cuando un zorrillo se mete a su casa, Pansy grita desesperada, exigiendo que Curtley, su marido, lo saque de inmediato. Cuando Pansy va de compras al centro comercial, consigue iniciar muchas peleas distintas, desde los insultos que le lanza a un desesperado conductor que quiere su sitio en el estacionamiento hasta la pelea verbal que entabla con un par de clientas en un supermercado que solo le pedían que se apure. En el medio, una desastrosa visita al dentista lleva a Pansy a atacar a todo el cuerpo médico, calificándolos de incompetentes y acusándolos de estar en su contra. 

Este es un punto muy importante en el film de Leigh, en tanto que el director y guionista, en colaboración con Mariane Jean-Baptiste como Pansy, hacen lo posible para convencernos de lo que Pansy insistirá en la escena del cementerio. Ella genuinamente cree que el mundo a su alrededor está en su contra, y su cabeza parece predispuesta, y sin remedio, a verlo todo como una intensa cruzada en demérito de sus intereses. «No sé por qué soy así», dice Pansy frente a Chantal, la única persona que todavía la escucha y quiere seguir a su lado. «Siento que todos a mi alrededor me odian». En este punto, gracias a la naturalidad de la cámara de Leigh y la brillante interpretación de Jean-Baptiste, lo que inicia como una serie de postales realistas, y ciertamente cómicas, de la cólera infundada y la violencia rutinaria se torna un descorazonador reflejo del trauma y la captura de la mente, incapaz de librarse de él. 

Leigh inteligentemente contrapone las escenas de Pansy, filmadas desde un punto de vista neutral (que aumenta su sensación de desconcierto), con escenas de la vida de Chantal, mujer increíblemente bonachona y optimista, casi como un gemelo malvado de su hermana. Chantal, dueña de una peluquería y madre de dos hijas igual de afables que ella, ha decidido virar su vida hacia la compasión, la alegría sin complicaciones y cierta indulgencia. Hard Truths se vuelve, para este momento, una mirada muy amplia a los distintos efectos del trauma, y, lejos de ofrecer una postura demasiado determinista, sugiere la diversidad de reacciones y la posibilidad de vivir a pesar de él, y no por él, como lo muestra Chantal. 

La presencia de Chantal aquí se complementa con las dos víctimas de los constantes exabruptos de Pansy: Curtley, su marido, de semblante desdichado y cierta actitud de agotamiento, y Moses, su hijo, de 22 años y sin mayores prospectos laborales y de vida, una de las tantas razones del dolor de Pansy. Hard Truths expande su exploración del trauma y sufrimiento intergeneracional al preguntarse cómo estas heridas se despliegan en diferentes miembros de la familia, y sus distintos mecanismos de soporte y escape. Mientras más avanza la película, más parece que Curtley ha perdido la batalla contra Pansy, y más parece depender de la poca satisfacción de su trabajo como dueño de una pequeña empresa de gasfitería. Moses, por otro lado, de pocas palabras, ensimismado en su música y en sus misteriosos paseos por Londres, encuentra el alivio en sí mismo, aunque Leigh decide cerrar su arco de la historia con cierta dosis de esperanza, o eso sugieren las escenas finales con su personaje.

Esto lleva a la principal cuestión moral que rodea al film. ¿Cuál es el deber moral que se tiene con una persona como Pansy, ciertamente dañada y en constante dolor, pero incapaz de mejorar en sus conductas, y dispuesta a herir frontalmente a cualquiera que se le acerque, y de hacerlo en casi todo momento? ¿Acaso este deber moral tiene un punto límite, y, de ser el caso, cuando sería este? La cuestión de Pansy se hace más compleja mientras más la conocemos y con ella a su familia. Si acaso el deber moral de su familia es mayor que el del resto, ¿en qué grado está la diferencia? ¿En algo se distinguen el deber moral de Curtley en contraste con el de Chantal, o el de Moses? ¿Es la hermana más responsable de Pansy dado que parece contener mejor sus golpes constantes? ¿Y cuál es el deber final de Pansy consigo misma? Si algo sabemos, es que parece cansada de vivir, y abrumada por cualquier exigencia. ¿Están los demás miembros de su familia en la obligación de intentar que siga viviendo? 

Estas y otras preguntas se acumulan en el final de Hard Truths, un poco abrupto y confuso en comparación con el resto del film, el cual seguramente merecía una mejor conclusión. Esto, sin embargo, no minimiza el impacto emocional de sus dos primeros actos, el enorme trabajo de Jean-Baptiste, Michele Austin (Chantal) y el resto del electo, así como la mirada empática, muy humana y dignificadora, que Leigh impone a su film. 

Si acaso una Pansy existe en la vida real, esperemos que esté rodeada de personajes como estos, y, si su historia debe ser llevada al cine, mejor que sea con la calidez y convicción moral que Mike Leigh sugiere en su cine.

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