[Crítica] «Un poeta» (2025) será la candidata colombiana para los Premios Óscar


La ruptura de la solemnidad

Óscar Restrepo ha convertido su pasión por la poesía en una condena más que en un triunfo. Marcado por los años y por una vida errática, encarna el estereotipo del poeta olvidado. Su encuentro con Yurlady, una adolescente de origen humilde cuyo talento descubre casi por azar, ilumina brevemente su rutina. Sin embargo, al intentar llevarla hacia el mismo mundo poético que a él lo consume, surge la duda de si realmente ese es el camino que ella necesita.

Cuando uno piensa en el arte latinoamericano en distintas disciplinas, resulta evidente que muchas veces la validación externa, sobre todo desde miradas europeas, parece depender de narrativas muy específicas. Con frecuencia se priorizan historias que muestran nuestro peor lado, como si solo a través de esa visión negativa se pudiera alcanzar prestigio. Lo triste es que nosotros mismos terminamos aceptando esa lógica, validando la idea de que solo bajo esas formas solemnes y trágicas se puede hacer un arte considerado “elevado”, digno de premios y aplausos en festivales europeos.

Esto, a su vez, ha reducido las posibilidades expresivas, limitando las obras a un rango muy estrecho de géneros. La comedia, por ejemplo, casi nunca se contempla como un vehículo legítimo para hablar de nuestra realidad, quizá porque se considera que el humor resta seriedad a problemáticas graves. Así, pocos directores se atreven a arriesgarse con propuestas que sean a la vez divertidas y artísticamente sólidas. Por eso resulta refrescante que el colombiano Simón Mesa Soto decida tomar ese riesgo con Un poeta. Desde su protagonista, un personaje incómodo y poco simpático, la película cuestiona esa visión única del arte. Lo hace a través de un poeta que encara su obra de manera radical, casi suicida, evocando una figura bohemia y desfasada.

Óscar Restrepo intenta emular ese pacto de sacrificio con el arte, aunque lo haga desde un lugar problemático. Lo fascinante es que la película no se limita a ridiculizarlo, sino que muestra sus contradicciones. Ya desde los primeros minutos en que lo vemos, nos damos cuenta de que es un alcohólico, vive con su madre, carece de respeto incluso entre sus colegas, pero conserva el deseo de ser mejor, no solo como poeta sino también como ser humano. La cinta se burla de él, pero al mismo tiempo le concede cierta dignidad. Así, Un poeta logra evitar caer en el patetismo fácil o en golpes bajos, construyendo un retrato que resulta tan hilarante como entrañable.

En lo formal, la película también se arriesga. Mesa Soto filma en 16 mm para darle una textura menos glamorosa, más cruda, acompañada de cámara en mano y movimientos rápidos que reflejan el desajuste del propio Óscar, siempre fuera de lugar. Esa radicalidad atraviesa también la trama. La llegada de Yurlady, una joven estudiante del colegio donde Óscar enseña, refuerza ese contraste. Ella tiene una sensibilidad natural para la poesía, pero no la vive como un destino trágico ni la asocia a un sacrificio personal. Para Yurlady, la poesía surge casi sin proponérselo, como un recurso espontáneo que no necesita del aura solemne de la academia.

Ese contraste la emparenta, de algún modo, con personajes como los de Paterson (2016), de Jim Jarmusch, o Días perfectos (Perfect Days, 2023), de Wim Wenders, que encuentran belleza en lo cotidiano. Sin embargo, en el caso de Yurlady, su contexto socioeconómico hace que la poesía sea algo secundario, un lujo que no se puede permitir. La obsesión de Óscar por ella cuestiona cómo los talentos de personas humildes pueden ser instrumentalizados para reforzar narrativas sobre miseria y ascenso social que el cine latinoamericano ha repetido hasta el cansancio. Lo valioso es que Mesa Soto evita seguir ese camino, dando giros inesperados cada vez que parece que caerá en un lugar común.

Ese cambio de rumbo es uno de los mayores aciertos. La cinta apuesta por una narrativa más aterrizada, que huye de la explotación del sufrimiento y el melodrama. Incluso cuando el viaje de Óscar parece encaminarse al desastre, cuando su relación con Yurlady se complica o cuando su vínculo con su hija mejora solo para volver a desmoronarse, la película evita ser cruel con él. Prefiere mostrar que detrás de su patetismo hay un deseo genuino de ser mejor persona. Y si bien es cierto, a veces al llegar a ese límite puede caer por momentos en la hipérbole, en el exceso o incluso en una especie de parodia de lo que se entiende como políticamente correcto, rozando cierta obviedad, no deja de ser muy divertido. El mensaje que emerge no es que el arte esté por encima de todo, sino que el arte se enriquece cuando el artista busca también ser un mejor ser humano.

Esa es la virtud mayor del filme: arriesgarse constantemente, tanto en lo temático como en lo formal. Su guion filoso y dinámico, los movimientos de cámara que potencian los gags, la puesta en escena que crea humor a partir del montaje, y la magnífica interpretación de Ubeimar Ríos como Óscar, construyen una comedia que nunca teme llevar las cosas al límite. A veces puede caer en el exceso, rozar la parodia o la obviedad, pero incluso en esos momentos mantiene el pulso cómico y la vitalidad.

En conclusión, Un poeta es un filme que resulta profundamente divertido y, al mismo tiempo, conmovedor. Nos recuerda que, aunque el arte pueda alimentar el alma, lo esencial está en encontrar una luz propia, en aprender a ser mejores personas. Solo desde esa humanidad puede el arte crecer y conectar con una sensibilidad que no esté basada en la autodestrucción. Ese es el gran acierto de Simón Mesa Soto, logrando hacer una película profundamente latinoamericana, y al mismo tiempo humana y divertida, que se atreve a romper con la norma de lo que se espera del cine de la región.


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