El segundo largometraje del cusqueño Franco García Becerra asciende a más de 4 mil metros sobre el nivel del mar para compartir una historia que en principio parece tan complaciente y melosa como un comercial de la Marca Perú. Sus primeros planos de una tierna alpaca blanca a contraluz y los de un niño risueño que vibra con los partidos de la selección de fútbol resultan idílicos para la mirada exotizante del extranjero y para el limeño promedio desconectado cultural y geográficamente de sus compatriotas andinos. Pero bajo esta superficie indulgente yace un mensaje de concientización social que espantaría a más de un patrocinador de la selección. Valiéndose de una fotografía espectacular y una historia conmovedora, Raíz (2024) cuestiona la unión y el amor por el Perú forjados al calor del fútbol en contraste con el abandono y la opresión que viven muchos peruanos fuera de la cancha.
La trama gira en torno a Feliciano (Alberth Merma), el pequeño pastor cuya familia se dedica a la producción de lana de alpaca como el resto de su comunidad. Pese a vivir en un entorno rural aislado y sin acceso a internet, Feliciano sigue de cerca las eliminatorias para el mundial de Rusia 2018 gracias a una radio portátil que escucha junto a sus fieles mascotas, la alpaca Ronaldo y el perro Rambo. Su fiebre por el mundial de fútbol lo distrae de la amenaza silenciosa de Auki Tayta, el demonio de la montaña, y de una mina que está contaminando el agua de su comunidad. Una noche, algunas alpacas son halladas sin vida mientras que otras como Ronaldo desaparecen. Esto desata la indignación de la comunidad que se vuelca en contra de la mina como única sospechosa del delito. Por su parte, Feliciano cree que Aiku Tayta es el responsable de la desaparición de Ronaldo y el resto de alpacas.

La centralidad de Feliciano y de su perspectiva infantil sobre el mundo que le rodea sugieren que la película es apta para niños. El mayor galardón internacional recibido por Raíz – Mención Especial del Jurado de la sección Generation KPlus de la Berlinale – lo confirma. No sorprende que la cámara de Johan Carrasco (director de fotografía) se coloque al nivel del actor Alberth Merma incluso cuando se encuentra rodeado de personajes adultos. Esto no significa que la película sea exclusivamente infantil pues, con excepción de las secuencias de juegos de Feliciano con sus mascotas y las de sus sueños, su tratamiento narrativo es suficientemente maduro como para representar la desigualdad económica entre los pobladores, las disputas orales de la asamblea comunal y la huelga contundente que se alza contra la mina. El guion de la alemana Annemarie Gunkel y la cuzqueña Alicia Quispe no se conforma con plantear una mera historia enternecedora y más bien elabora una crítica incisiva sobre los perennes problemas sociales del Perú como la precariedad de la educación que se revela indirectamente con la secuencia de Feliciano ingresando a su viejo salón de clase empolvado.
En relación a su contexto natural y a su componente de realismo mágico, Raíz parece evocar el espíritu de Kukuli (1961), el filme pionero de la Escuela de Cine del Cusco. Al igual que la protagonista homónima de aquel filme, Feliciano recorre montes y acaricia auquénidos con similar inocencia. Una gran diferencia radica en los planos generales extremos del nuevo filme que resaltan las imponentes montañas y frondosas nubes que rodean al niño y a sus mascotas y los reducen a figuras pequeñas, recalcando su vulnerabilidad ante una realidad inhóspita. Este entorno andino también sirve de escenario idóneo para Aiku Tayta, el demonio protector de la montaña que en la película se manifiesta a través de sus huellas y de fragmentos de su figura peluda como si fuera demasiado repulsivo para mostrarse por completo. Al igual que el monstruo Ukuku de Kukuli, Aiku Tayta en Raíz sirve de nexo con un realismo mágico que añade una capa de intriga a la trama de las alpacas desaparecidas. Su leyenda también reivindica el legado cultural ancestral quechua y su férrea veneración y defensa del medioambiente.

Su comparación con Kukuli también invita a una crítica sobre la evolución del cine cusqueño de exportación, y es que uno esperaría que dos películas separadas por sesenta años tuvieran menos en común a nivel narrativo y audiovisual. Aunque Raíz propone una visión más realista de la sociedad e incluye una crítica explícita sobre el abandono del Estado, ambas películas recurren a narrativas lineales sencillas que incluyen un desplazamiento del campo a la ciudad, poco desarrollo de personajes y predecibles tópicos andinos. Los reiterativos planos ralentizados de las alpacas de Feliciano pueden llegar a sentirse pesados, especialmente cuando parecen compensar vacíos de guion en la tercera parte. El filme dirigido por García Becerra, cuya producción fue liderada por Diego Sarmiento, sí que aporta una imagen excepcional en el cine peruano al situarnos en un bloqueo de carretera desde el lado de los protestantes, pero su duración es limitada. También incluye una poderosa secuencia que encapsula el contraste brutal entre la afición por el fútbol y el abandono de las comunidades andinas, pero esta no se revela hasta el final.
Raíz en ese sentido no está exenta de limitaciones, pero su mirada honesta y empática sobre los problemas y desafíos pendientes en Cusco y en gran parte del país hace que su visionado sea imprescindible para los peruanos de todas las edades. Es verdad que el cine peruano ya cuenta con destacados documentales que denuncian los mismos problemas de contaminación ambiental y represión social fuera de Lima, pero una ficción siempre tendrá mejores chances de llegar al corazón de los espectadores y de remover sus conciencias. La historia de un niño campesino que ama a la selección de fútbol como cualquier otro hincha debería recordarnos que el partido por un mejor país solo se gana si jugamos todos.
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