Festival Inkafest: «Hijas de la montaña» (Perú, 2025), de Michael Net


En un mundo donde la tecnología y la vida urbana han suavizado el contacto directo con la naturaleza, aún persiste una pulsión humana profunda: la necesidad de enfrentarse a lo indómito. Escalar montañas, atravesar desiertos o adentrarse en territorios extremos no responde únicamente a una sed de aventura, sino a una búsqueda interior. Alejarse de la comodidad conquistada por la civilización es, paradójicamente, una forma de acercarse a uno mismo. En este contexto, la montaña no es solo un reto físico, sino un espejo que confronta al ser humano con su propia fragilidad, su resistencia y sus verdaderas motivaciones.

En Hijas de la montaña, segundo largometraje del joven director Michael Net (Cusco, 2001) acompaña a cinco mujeres peruanas en su travesía hacia la cima de su primer ochomil (un pico de más de 8000 metros sobre el nivel del mar). Más allá del reto físico y técnico de escalar una montaña de esa magnitud, el documental intenta retratar la complejidad de sus motivaciones personales, familiares y espirituales. ¿Qué las impulsa a subir? ¿Qué buscan al alcanzar esa altura?

La propuesta parte de una premisa poderosa: mujeres reunidas por una misma pasión, desafiando no solo a la montaña, sino también los roles y expectativas impuestas por la sociedad. Cada una carga una historia distinta —madres, hijas, luchadoras—, y el intento de hilarlas en una narrativa común resulta conmovedor en intención, aunque no siempre logrado en ejecución.

Durante gran parte, el documental oscila entre el retrato íntimo y el reportaje tradicional. Y es allí donde Hijas de la montaña parece perder parte de su fuerza. A pesar de la disposición de las protagonistas a abrirse frente a la cámara, el montaje y la constante presencia de música de fondo entorpecen esa búsqueda de cercanía emocional. Las declaraciones sobre sus miedos e inseguridades suenan genuinas, pero visualmente están desconectadas; el documental nos dice lo que sienten, pero raras veces nos lo muestra.

Paradójicamente, es cuando el ascenso se vuelve más físico, cuando la temperatura cae y el oxígeno escasea, que la narrativa encuentra su centro. La montaña —silenciosa, imponente— ordena lo disperso. El frío obliga al foco. La cámara deja de buscar metáforas y se convierte en testigo del esfuerzo, del compañerismo, del respeto por lo simple y lo esencial.

En ese tramo final, Hijas de la montaña logra transmitir aquello que parecía esquivo al inicio: la verdadera dimensión del reto no está solo en conquistar la cima, sino en el proceso de encontrarse a una misma en medio de la inmensidad. Aunque la película no alcanza a explorar del todo la vulnerabilidad de sus protagonistas, sí logra capturar un mensaje que resuena: que cada paso hacia arriba también es una afirmación de identidad, de lucha y de libertad.


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