“El extraño caso de Chavín de Huántar, la película peruana que es muy zurda para los fachos, pero muy facha para los zurdos”. Este mensaje relativamente viral en redes sociales despierta la curiosidad y es un indicio de que estamos ante un filme interesante. Al menos es una eficaz película de acción que reconstruye el exitoso operativo de rescate de los rehenes del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) en la casa del embajador japonés en 1997 en Lima; a la vez que un homenaje a los comandos que ejecutaron esta acción.
Enfoque castrense
Ópera prima de Diego de León, un joven cineasta español afincado en Perú desde hace más de una década, quien además es autor del guion y coeditor de una cinta que se focaliza casi totalmente en los aspectos militares del operativo. En tal sentido, es una versión oficiosa de las Fuerzas Armadas peruanas sobre este hecho que marcó la derrota definitiva del terrorismo en el país.
En su breve mensaje luego de la presentación de la obra en el auditorio de la Comandancia General del Ejército, Carlos Maguiña, uno de los productores ejecutivos, enfatizó que su objetivo fue ofrecer un agradecimiento a los comandos por la liberación de los rehenes; luego de recordar su anterior pertenencia a la institución para posteriormente desarrollarse en el mundo del espectáculo.
Estamos, pues, ante una versión oficiosa, pero no apologética, del operativo militar. La película muestra las tensiones en la relación entre el comandante Juan Valer (Rodrigo Sánchez Patiño), líder de los comandos y su esposa Marina (Connie Chaparro); incluso, ella llega a decirle –medio en serio y medio en broma– a su hija: “nunca te enamores de un comando”. Asimismo, se presenta un fuerte conflicto entre algunos integrantes del destacamento militar, aunque por razones puramente profesionales.
Sin embargo, lo principal ocurre durante el propio operativo. Para empezar, en el mismo momento de su inicio apareció un helicóptero de la policía sobrevolando la embajada e, inmediatamente después de su partida, falló la detonación de la primera carga de dinamita que sería el toque de diana para el comienzo de la acción.
Estos imprevistos no fueron meras anécdotas sino que pudieron haber ocasionado la suspensión del mismo ya que –de acuerdo con lo mostrado en el filme– se mitigó en alguna medida el efecto sorpresa. No obstante, superadas estas fallas, la orden se mantuvo, lo que evidenció los grandes riesgos que se corrieron en el terreno y es consistente con la focalización casi total de la obra en los comandos.
Durante todo el filme se exhiben sus constantes ejercicios en espacios de dimensiones similares a las reales de la casa del embajador japonés, así como la logística de la construcción de los túneles subterráneos y las acciones de inteligencia (con apoyo de algunos rehenes) que serían claves para el éxito del operativo que logró la liberación de 71 rehenes vivos (uno falleció).
De tal forma que las espectaculares escenas de la intervención en sí, sin dejar de mostrar el caos reinante, se sienten como ordenadas según una secuencia diseñada con antelación. Si bien prima la acción externa en el filme, este bloque no resulta puramente efectista sino que es presentado como la culminación de toda una preparación compleja, con errores, imprevistos y víctimas; pero también con heroísmo y sacrificios dolorosos.
Estos componentes de la acción dan verosimilitud a la película. No estamos ante un ejercicio de auto bombo maniqueo sino de la explicación de una operación militar minuciosamente planeada y ejecutada con los mejores resultados posibles, dadas las circunstancias. Aunque siempre dentro del marco de una película de acción destinada al gran público, objetivo que también parece estar logrando.

Limitaciones inevitables
El enfoque castrense del filme es una decisión legítima, pero tal restricción –como siempre que se descartan contenidos– tiene consecuencias. Desde el punto de vista dramático, por ejemplo, las tensiones familiares son señaladas pero no profundizadas. De igual forma que la obsesión profesional de Valer, al punto que incluso sus desahogos personales con su segundo, el mayor Rivera (André Silva), en la cancha de básquet, son tomadas en planos abiertos y algo lejanos. Todo ello para destacar la acción externa y el énfasis en lo militar, antes que la intimidad de un conflicto interno apenas insinuado.
En esa línea, en el grupo los rehenes, solo se aprecia al almirante Rinaldi (Carlos Thornton) y al coronel Ortiz (Cristhian Esquivel), quienes coordinaron la instalación de micrófonos y el contacto con los mandos militares encargados de la operación; así como el personaje del canciller Francisco Tavera (Alfonso Dibós), funcional a la orden que le dan a Valer. De las varias historias posibles sobre este grupo se escogió quizás una de las menos conocidas, la del embajador de Bolivia (Nicolás Fantinato). Todos soportes puntuales a la acción militar y a la mantención de la moral de los rehenes para el momento decisivo.
De otro lado, los 14 terroristas son mostrados de manera acotada aunque equilibrada. Se les califica como “malos peruanos”, pero al mismo tiempo se advierte que –como combatientes– no deberían ser subestimados; señalando que la toma de la casa del embajador por los emerretistas fue preparada minuciosamente durante casi un año. Mientras que en la secuencia final se les muestra luchando y muriendo en un combate frente a frente. Nuevamente, todo ceñido y limitado a lo militar.

Omisiones políticas
Pero lo que más sorprende es que se hayan omitido casi totalmente los factores políticos, no solo en relación con el grupo subversivo sino en general. No aparecen ni el entonces presidente de la República, Alberto Fujimori, ni su asesor de inteligencia, Vladimiro Montesinos, ni el jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, Nicolás de Bari Hermoza Ríos (bajo cuyo mando nominal se ejecutó el operativo), personajes que en aquellos años constituían una troika que gobernaba el país. Ni tampoco el cardenal Juan Luis Cipriani, por entonces arzobispo de Lima, quien ofició de mediador.
Todo el operativo parecería haber sido planeado y llevado a cabo por mandos medios para abajo, siendo los oficiales y técnicos operativos (y sus jefes inmediatos) los protagonistas principales y prácticamente únicos; bajo la dirección de un coronel: José Williams (Sergio Galliani). Sospecho que esta decisión de los productores obedece al deseo de no mezclar la política con el rol profesional de las Fuerzas Armadas, el que debe estar por encima de personajes políticamente controversiales, como los arriba mencionados.
En todo caso, me parece interesante que para homenajear en una película a los protagonistas de una indudable acción heroica ocurrida bajo un gobierno autoritario se omita ese dato. Esta es la mejor evidencia de que incluso los logros indiscutibles de un gobierno dictatorial terminan eclipsados y hasta desvirtuados por las acciones criminales y corruptas de tal régimen, al punto que se prefiera evitarlos.
Sin embargo, las críticas a todo lo que “quedó fuera” de la película –y especialmente los factores políticos– tienen alguna pertinencia. Así sea solo porque el gobierno se tomó su tiempo –más de cuatro largos meses de tensión permanente, tanto en Perú como en Japón– para “cansar” a los secuestradores y preparar el rescate bajo riesgos controlados. A diferencia, por ejemplo, de la actitud impulsiva y precipitada con la que se actuó en 1986, durante la toma de los penales por los senderistas, lo que condujo a la masacre de más de un centenar de presos rendidos en la isla-penal El Frontón. Ambas, decisiones políticas que influyeron en los resultados militares.
No obstante, leyendo los numerosos “faltantes” mencionados en esos cuestionamientos, no puedo imaginarme un filme que logre contar tantas historias e integrarlas en su contexto. En todo caso, una miniserie podría comprender mejor todos los personajes, relatos, situaciones y factores en juego; y, aun así, quizás se quedaría corta. Es por ello que, en términos prácticos, me parece lógico que se haga una película que se concentre principalmente en un aspecto, el castrense (después de todo, el central en este hecho), y que funcione en términos cinematográficos.
Cabe mencionar en esa línea las actuaciones, correctas en términos generales, aunque (la mayoría) encorsetadas en esa característica rigidez militar; y el trabajo eficaz de edición, sonido y fotografía. Habrá que seguir los próximos proyectos del realizador Diego de León.

Controversias visibles
Ahora bien, dentro de lo que sí se muestra en la película y pese a la intención de obviar el aspecto político, hay dos hechos controversiales que vale la pena aclarar. El primero es que al final se deja la impresión de que todos los emerretistas murieron en acción, lo cual es discutible ya que existen testimonios de personas (un médico militar, un trabajador de la Cruz Roja y un ex rehén diplomático japonés) que afirmaron haber visto emerretistas vivos tras el operativo, en hasta tres casos, los que habrían sido ejecutados extrajudicialmente. Hipótesis sostenidas en fuentes forenses (orificios de bala en la nuca) y en decisiones de organismos judiciales nacionales e internacionales (Corte Interamericana de Derechos Humanos); aunque sin poder establecer la responsabilidad específica en la línea de mando.
La posición oficial de las Fuerzas Armadas es que no hubo ejecuciones extrajudiciales, ni rendición y que los 14 miembros del MRTA murieron en combate contra un total de 140 comandos. Las heridas de bala a corta distancia en la nuca pueden haberse producido por el enfrentamiento cuerpo a cuerpo en espacios reducidos (habitaciones pequeñas con humo, polvo y fuego cruzado). En ese contexto, un disparo en la cabeza o la nuca podía ocurrir sin intención de ejecución, como parte de la reacción instintiva del soldado. Tanto la Corte Suprema como el Tribunal Constitucional han validado esta versión argumentando que los indicios son insuficientes para desvirtuar la tesis oficial.
Actualmente hay una sentencia firme de la Corte Interamericana (2015) que declara responsabilidad del Estado y lo obligó a investigar, reparar y adoptar medidas, y esa sentencia está en etapa de supervisión de cumplimiento, sin mayores resultados desde entonces.
El segundo hecho, una incidencia puntual durante la preparación del rescate fue la publicación de un titular (“El túnel sí existe”) de un periódico de oposición, que en la película aparece con el nombre cambiado (como la mayoría de los personajes); y que en realidad es un episodio relativamente menor, tanto entonces como ahora, pese a las tensiones diplomáticas que en esos días supuso con el gobierno japonés (no el titular sino el propio túnel).
Lo cierto es que esa noticia se generó en medios extranjeros y de allí saltó a los medios locales. No fue uno sino tres los diarios nacionales que lo publicaron el mismo día. Y ello no supuso ningún “aviso” a los terroristas ya que estos sabían de la existencia del túnel y el día previo a las publicaciones habían roto el diálogo con el gobierno alegando este motivo. La evidencia está disponible en internet y más precisamente en los enlaces de la reseña de mi colega Sandro Mairata.
No me deja de sorprender que, 28 años después, se siga difundiendo y defendiendo este bulo, además, como si el hecho hubiera ocurrido hoy. Este “presente perpetuo” de las redes sociales es una evidencia más de que no vivimos en épocas “normales” sino en un entorno dominado por la irracionalidad, el diálogo de sordos, la desinformación a gran escala y la creciente pérdida del principio de realidad en la esfera del debate público.
Pese a sus omisiones y puntos controversiales, Chavín de Huántar, el rescate del siglo es una eficaz película de acción, con situaciones y personajes creíbles, y las dosis de suspenso necesarias; que muestra el operativo de rescate desde el punto de vista estrictamente militar, buscando a la vez rendir un homenaje a los comandos que lo llevaron a cabo exitosamente.


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