[Reestreno] «Volver al futuro» (1985), de Robert Zemeckis


Hace una semana se produjo el reestreno de Back to the Future (1985), con motivo de su 40º aniversario. Esta cinta cumbre de Robert Zemeckis aparece en un momento clave tanto para el cine como para la audiencia de los años 80: en pleno auge de nuevas modas, de un contexto hiper consumista y de un contenido televisivo exprés. Frente a esto, la película propone un regreso al pasado para tomar consciencia del presente — del paso del tiempo, de las decisiones arrepentidas y de un destino que se evidencia más fuerte a través de la fe.

Desde el inicio, la película presenta una premisa potente: una familia con una vida que no ha funcionado del todo y que podría haber mejorado si no fuera por la convicción de cambiar las cosas. Este elemento —más fantástico que de ciencia ficción— permite a la ficción soñar con retroceder para luego volver a avanzar.

El director Robert Zemeckis sugiere, a través de sus planos, el peso del tiempo en la historia. Los relojes, los círculos, los números que rodean al protagonista Marty McFly (Michael J. Fox), adolescente y músico, ilustran esa carga temporal. Marty no solo es poco comprendido por los demás: ni como músico adolescente, ni como hijo que no entiende a sus propios padres.

En uno de los muchos visionados que he tenido de la cinta, me llamó especialmente la atención cómo Marty, al viajar al pasado, se coloca en los zapatos de sus padres: los roles se invierten. Él cuida de ellos, los comprende cada vez más, ve sus frustraciones y sus miedos —un talento poco valorado en su padre como escritor, una madre con sexualidad recatada debido al acoso que sufrió.

Así, el viaje físico que emprende Zemeckis se convierte también en un viaje psicológico para Marty. No se trata solo de volver al pasado: se trata de entenderlo, de reconciliarse con él, para luego avanzar.

Otro punto importante de la cinta —y donde quiero detenerme— es en la revalorización del pasado. Los años 50, a diferencia de los 80, no estaban aún saturados por las marcas ni por el consumo. Zemeckis rescata esta diferencia a través del cine mismo: las marquesinas y locaciones que en 1955 aparecen como espacios de encuentro y grandes eventos, en 1985 sobreviven convertidas en iglesias evangélicas o cines porno. No se trata de una crítica directa, sino de un detalle que subraya el paso de una época “mejor” para el séptimo arte a otra dominada por el auge del blockbuster. Ese contraste resulta fundamental, sobre todo en una película que marca simbólicamente la mitad de una década clave para la cultura popular.

Volver al futuro es, además de una cinta icónica cuyos elementos conforman hoy parte de una cultura retro, una reflexión sobre el paso del tiempo y la reivindicación del pasado. Comprenderlo —como hace Marty— permite también comprender las acciones del presente. Zemeckis, heredero del Nuevo Hollywood, demuestra aquí su respeto por lo clásico y su entendimiento del cine como un arte que avanza mirando hacia atrás: moldeando el futuro a partir del pasado.

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