Intérpretes:
Ricardo Darín (Esteban Espinosa), Dolores Fonzi (Diana Dietrich), Pablo Cedrón (Sosa), Nahuel Pérez Biscayart (Julio), Jorge D’Elía (Urien), Alejandro Awada (Sontag), Rafael Castejón (Vega), Manuel Rodal (Carlos Dietrich), Walter Reyno (Montero)
Estreno en Perú:
3 de agosto del 2006 (10º Festival ElCine)
12 de octubre del 2006 (Estreno comercial)
Fabián Bielinsky había dejado en claro un incuestionable ingenio para el cine de acción. Nueve reinas era una película plagada de giros y de un ritmo intenso que demostraba la apertura del contexto latinoamericano para el género norteamericano de nacimiento. El aura confirma lo demostrado en esa aventura de correrías pero de manera distinta. Estamos a una propuesta todavía más enriquecida que la ofrecida en aquella cinta de trampas y estafas. Aquí el acercamiento al cine criminal se va por la tangente de la percepción personal, íntima. Se trata de una película densa y oscura, menos trepidante que la anterior pero más estilizada. Un film noir que comparte la gran tradición del héroe envuelto por las circunstancias, en una intriga cuyo control va más allá de sus manos, pero que a la vez remite a una crónica y observación alrededor de un personaje singular y su mirada introspectiva de lo que irá ocurriendo en un aparente viaje sólo de cacería. Allá en el bosque donde viven las presas de los entusiastas tiradores pero también los más peligrosos predadores.
El protagonista es un personaje al cual conoceremos en su labor de taxidermista, un hombre silencioso pero muy atento a cada detalle a su alrededor. A su manera es un creador que va dándole forma a su trabajo de disección tanto como a sus fantasías detectivescas, al punto de descuidar todo lo que salga de su campo de acción. Con criterio, Bielinsky nos va configurando su película a partir del ritmo flemático y la extraña curiosidad de su protagonista. Su solitaria existencia es exacerbada casi hasta el autismo, vive para sus particulares obsesiones (como debe de ser) pero insatisfechas ante su propia y frustrante realidad. La realidad que se transfigura en algún impredecible momento en el que lo rodea su propio (y maldito) aura, un ataque de epilepsia que lo mantiene como perenne sentenciado a cargar una extraño castigo. No hay lugar aquí para el festivo y despreocupado cinismo de Nueve reinas, aquí lo hay pero de otro tipo. Por ello la necesidad del cambio lo llevará a aceptar la proposición de un amigo para internarse en un trip en busca de satisfacer instintos de otro tipo.
Viaje cuya atmósfera estará impregnada por la estación emocional del protagonista recubierta de un azul que asume un clima de tristeza pero a la vez cierta frialdad que lo caracteriza. Es en este ambiente lejano a su asumida cotidianeidad donde habrá de encontrarse ante el mayor reto que no es otro que el del conflicto consigo mismo en este paisaje mágico y desconocido, que le devuelve su imagen como si fuera un espejo deformado. Este acercamiento nos instala en el terreno de la abstracción. Quiéralo o no el protagonista se verá rodeado uno a uno por los eslabones de una cadena de la cual, como al mejor de los escapistas, se le reta a liberarse. En la quietud del bosque es que sobrevendrán los incontrolables ataques que no son sino la alarma de ingreso a una percepción distinta de su realidad. El género y sus códigos se instalan entonces bajo la particular forma de operar del héroe. El crimen casual lo colocará de todas maneras en la categoría de acechante animal de presa del que huyen los ciervos a simple percepción.
El camino del crimen lo llevará entonces a someterse a la prueba absoluta ante el peligro, idea que transita todo el film y que lo obligará a dejar de lado la posición contemplativa para internarse en la cacería. Toda la parte del desenlace asume entonces el esperado look del género tratado con una intensidad admirable. Lo atractivo del film justamente radica en ese balance entre las hipotecas del estilo identificable y ese tránsito escurridizo a ellos que ha caracterizado el viaje de su personaje. Como la inquietante dualidad de éste, ambos transitan de la mano en casi siempre imperturbable armonía. Trabajo interesante que nos deja con el grato recuerdo del talento apreciable de su recientemente fallecido realizador. Quien nos ofrece esta mirada punzante y enigmática como la de su protagonista o aquella con la que se cierra el film a la que incluso después de todo no le falta también ironía.
Jorge Esponda
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