Un niño es un niño, para Abelardo Sánchez León


L'enfant

Hoy en la columna Rincón del autor del diario El Comercio, el escritor Abelardo Sánchez León dedica una líneas a la película El niño (L’enfant, 2005), actualmente en cartelera comercial. Y dice así:

El niño, l énfant, the child, se llame como se llame esta película belga, siempre te dejará turulato. Es una película de trama plana, cronológica, simple, transparente, como es un niño. Un niño es un niño y podría convertirse, en cualquier descuido, en un paquete si uno olvidara que debajo de aquella envoltura encontramos una piel frágil y vulnerable. Podría venderse, alquilarse, prostituirse. Podría ser un bulto que pasa de mano en mano. Que nos quita tiempo y privacidad. En esta película nunca le vemos la cara al niño. Apenas llora. Incluso, vemos con desconcierto al padre empujando su coche vacío. A veces, vemos más al coche que al niño.

La propuesta es íntima, cercana, de primeros planos. La cara del padre, la cara de la madre, la cara ajena de la ciudad. Lieja es una ciudad promedio de Europa, fría, desolada, de amplia renovación urbana. No es una ciudad como Lima donde los niños deambulan en cada esquina entre el terokal, el tráfico y la indiferencia. En Lieja los marginales delinquen, tienen celular, y no trabajan por una bicoca. En el Perú tampoco. En Lima, muchos jóvenes evalúan entre trabajar por el sueldo mínimo o ser informales, pequeños ladrones o fumones. O las tres cosas a la vez.

El niño de la película tiene días de nacido. No tiene casa, con las justas tiene padres, y lo rodea un ambiente turbio como el del café de la esquina donde se reúnen los desempleados del barrio a jugar til y donde la mafia ronda y recluta de acuerdo con sus necesidades. Detrás de esa ciudad está la mafia que trafica con los niños. Los niños, al menor descuido, tienen un precio por su cabeza. Los niños son paquetes que se pueden dejar en un pasillo a cambio de un fajo de billetes.

En la ciudad donde transcurre la película hay un río de abundante agua. No es como el Rímac. Sin embargo, en los dos se percibe una falsa sensación de paz. Ese río tiene un parecido con el río místico de aquella otra película, donde la muerte arrastra el enigma de la injusticia. Los ríos pueden ser un solaz. Pero los ríos de Lieja, de Boston y de Lima son angustiosos. El padre del niño lo frecuenta como si fuera a ser bautizado en esas aguas indiferentes y fugaces.

Esta película es una lección para las nuevas hornadas de cineastas peruanos. Es de bajo presupuesto y asume de lleno el tema. Es fresca como un niño. Concisa como su título. El tema es el niño, no el fenómeno de El Niño, es el niño a secas. El niño al que no le vemos la cara y apenas llora en un mundo de adultos.

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