Chullachaqui en la ciudad (II)


Estreno de Chullachaqui en Iquitos

Miércoles 03 de enero; 08.52 p.m.: Trescientas personas repletan la sala principal de Multicines Star. Autoridades, periodistas, amigos, críticos, criticones camuflados y seres buena onda dispuestos a pasar un buen rato en el avant premiere de Chullachaqui, que el estrenado alcalde Salomón Abensur y su equipo de trabajo ha decidido incluir dentro las actividades por el 143º aniversario de este puerto llamado canción (sic). Dorian Fernández y el equipo de producción nos encontramos medianamente sorprendidos de la convocatoria y del lleno que luce el lobby del cine. Sabíamos que la expectativa podía desbordarse, aún cuando no habíamos calculado su magnitud.

En la madrugada, todos estaban listos, expectantes ante cualquier detalle, entre ellos los actores (Frescia Ortega, Miguel Gonzales, Marcos Vargas, Ángela Vargas, Fernando Mendez, Gabriela Monsalve,el chato Christian Calampa) ante cualquier posible detalle que pudiera ser corregido, y los amigos de producción (Jeff Calmet, Darwin Arévalo, Aldo Lozano, Raquel Poblete, Lupe Muñoz, Marimar Vásquez, Diego Lozano, Kike Palacios), los cuales iban a ser complementados por el staff de producción (Luisa Briceño, los hermanos Herrera, Mayro Gatty, Gaby Flores, Nataly Orbe, James Vega, etc.). Todos recordaban tras bastidores el apoyo de gente valiosa y ausente en esos momentos como el productor inicial Paul Lewis y el camarógrafo Martín Mendiola. En procura de un resultado decoroso, se sumaron como espectadores asesores Douglas Flores, Gregoire Ross y Giancarlo Scavino, camarógrafos, publicistas y amigos de Audiovisual Films.

La difusión en prensa sobre el trabajo había sido importante (generosísimos todos aquellos que nos apoyaron), además de la publicidad estática que se había colocado en algunos puntos estratégicos (nunca la cara llorosa de Frescia Ortega inspiró más temor que en aquella gigantografía colocada al frente de la Plaza Bolognesi). Sin embargo, tener expectativas al día siguiente sobre la convocatoria contabilizada en boletos vendidos era un asunto muy diferente. La misión principal era generar una dinámica que pusiera atención en la naciente corriente cinematográfica amazónica, y sin ninguna duda, había sido pensada en lograr que las cosas improbables se convirtieran en posibles. Autocríticos al extremo, con mucho respeto por las opiniones ajenas y con mucha humildad, el equipo de producción había captado que la ciudad se merecía también un momento de legítima distracción a través de la expurgación de la esencia de alguno de sus mitos orales más arraigados.

Estreno de Chullachaqui

Era la primera vez que el formato digital había captado en su exacta dimensión el rostro oscuro y sombrío de la selva loretana. Y además, era la primera vez que se usó todo el arsenal y visión sobre esta ciudad sorprendentemente bella cuando le llega la noche. Eso lo experimentamos más de una vez, pero sobre todo una sensación de vértigo cuando el equipo de producción en pleno pudo llevar un estrado, generadores eléctricos, material audiovisual, humo, fuego y diez mil litros de agua al último piso del desvencijado y vetusto edificio propiedad de EsSalud, en la Plaza de Armas –sin ascensores ni poleas– para grabar el videoclip de Mundo Raro. Estoy seguro que uno de los momentos personales más emocionantes de todo este proceso fue aquel en que junto a Marko Heysen y TRAN-C, teniendo a nuestra disposición las luces titilantes de Iquitos durmiendo –su anatomía imperfecta en perfecto reposo– pudimos coronar desde las antenas, desde lo más alto a lo que un iquiteño puede aspirar sin tener que volar por estos lares, el rodaje de la primera estrofa de la canción-insignia del cortometraje.

Cuando uno baja al llano y abandona el discurso incendiario o la flamígera impotencia de criticar desde las galerías, su perspectiva cambia radicalmente. Porque el trabajo es inédito en cuanto a producción de ficción realizada íntegramente en Iquitos, en cuanto a trabajo de logística para mover equipos y canibalizar todos los elementos posibles de lo que había al alcance del productor. En términos reales, quizás Chullachaqui no haya costado más de 20 mil dólares, incluyendo auspicios y préstamos de amigos y colaboradores, pero lo encantador del proyecto es cómo con poco dinero y escaso apoyo institucional se obtuvo un resultado decoroso y medianamente competitivo.

Estreno de ChullachaquiEvidentemente, la gran pérdida de toda esta marejada fue el extravío del buen Astro, mascota oficial de Audiovisual. En medio de la locura del avant premiere, nadie sabe cómo pudo desaparecer del local. Aunque se tejieron diversas hipótesis, una de las que medio en serio, medio en broma se manejó como probable es que esto se debe a una venganza de la criatura paticoja por haber sido expuesto en pantalla grande. El chullachaqui se lo llevó es la frase más socorrida cuando se recuerda al gran perro guardián que esperamos vuelva pronto a casa.

El estreno finalmente fue muy auspicioso, con gente interesada y proyectos futuros que se acaban de iniciar. Para combatir la piratería, se empezó a proyectar una nueva versión más extensa, que incluye un detrás de cámaras y un par de sorpresas. El día jueves 4 de estreno se agotaron todas las entradas de las seis funciones desde muy temprano. Desde aquél día casi todas las funciones fueron proyectadas a sala repleta, incluyendo las del martes 9, que fue una locura en taquilla. Nos indican que desde el Codigo Da Vinci no había tanta expectativa por un filme. Notas publicadas en El Comercio, RPP, la página web Cinencuentro y otras dieron la alerta en la capital y finalmente hace dos días, el 15 de marzo se estrenó por todo lo alto en el importante Centro Cultural de España.

Hay también la necesidad de fundar una escuela de actores y un consorcio de producción editorial audiovisual a fin de iniciar un trabajo que compita con las grandes superproducciones de otras partes del Perú y Latinoamérica. La tarea, obviamente, recién comienza. Hay mucho que hacer por el cine loretano. Lo más importante que nos deja el Chullachaqui es habernos dado cuenta de ello y haber iniciado el camino.

Dorian Fernández señala que este es un esfuerzo por tratar de recuperar la fe. Creer que en Iquitos se pueden hacer las cosas bien y con la seriedad y los esfuerzos necesarios para que en otras latitudes empiecen a vernos y tratarnos con algún respeto. Todos, sin excepción, estamos invitados a seguir la senda y superarla. Por mi parte, compañero de ruta eventual, antes de volver a mi escritorio y mis libros, debo confesar que me sentí muy orgulloso de haber contribuido con mi pequeño grano de arena en el desenlace de esta aventura, con el Chullachaqui invadiendo nuestras pantallas con un golpe de efecto lleno de magia y legado amazónico (o, como dirían los Audiovisuales, un poderoso ¡¡¡chack, ploch, zasss!!!).

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