Luz silenciosa (2007)

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Dir. Carlos Reygadas | 145 min | México – Francia

Intérpretes:
Cornelio Wall Fehr (Johan), Miriam Toews (Esther), María Pankratz (Marianne), Peter Wall (padre), Elisabeth Fehr (madre), Jacobo Klassen (Zacarías), Irma Thiessen (Alfredo), Daniel Thiessen (Daniel), Autghe Loewen (Autghe), Jackob Loewen (Jackob), Elisabeth Fehr (Anita)

La película nos transporta a una realidad extraña que nos exige atención por más que estemos acostumbrados a que los fenómenos del mundo cuenten con una explicación científica y razonable. Es el mundo cerrado y poco conocido de las colonias menonitas de origen neerlandés que habitan al norte de México, a ellos habremos de conocer. El particular ritmo y la sensorialidad que impone Reygadas a su film es fundamental para que el espectador logre un estado de suspensión como el de los mismos protagonistas. Experiencia que para muchos puede resultar agobiante. Luz silenciosa es la depuración formal de las búsquedas de Reygadas, de su contemplación incisiva de unos seres al borde de una crisis espiritual, que se percibe apenas en la inmensidad de esa singular galaxia inspirada en la poética de autores como Bresson, Tarkovski o el mismo Bergman. Cine que engloba distintas dimensiones de la realidad.

La tercera película del mexicano Reygadas nos confirma, a pesar de las controversias, que nos encontramos ante uno de los cineastas más importantes del cine mundial de estos últimos años. Una suerte de figura anómala, un marciano muy cercano a otros pocos que con intereses muy peculiares han reprocesado el universo tan basto y complejo de nuestra América Latina (aunque tampoco sea este un limitante) para darle forma a otro alternativo. Con todas las diferencias y puntos de contacto, el argentino Leonardo Favio es uno de ellos. Luz silenciosa significa la depuración formal de sus búsquedas, de su contemplación incisiva de unos seres al borde de una crisis espiritual que apenas se puede percibir en la inmensidad de esa singular galaxia inspirada en la poética de autores como Bresson, Tarkovski o el mismo Bergman. Cine que engloba distintas dimensiones de la realidad. Aquellas que resuenan en el exterior pero también en el interior de ese yo motivado a vivir, amar y sufrir por un influjo sentido o percibido en breves lapsos de lucidez que se delatan o simbolizan brevemente en el instante que por magia, las luces tranquilas de la aurora hacen renacer a la naturaleza y sus misterios. Cine suprarealista podríamos decir para evitar las etiquetas de toda medida que ostenta el término “fantástico”.

La película desde el contexto nos transporta a una realidad extraña que nos exige atención por más que estemos acostumbrados a que los fenómenos del mundo (antes respetados) cuenten con una explicación científica y razonable. Reygadas encuentra aquí la forma precisa para desplegar esa inquietud por la representación metafísica. Una aseveración panteísta que en tantos casos hubiera caído en el más deplorable paulocoelhismo en pantalla, pero que a través del singular tratamiento del cineasta logra su propia manifestación libre de las más diversas lecturas. El hermoso y sobrecogedor plano inicial de esa aurora partiendo de su esencia cósmica, ante nuestra vista realista, nos remite a esta naturaleza paralela en la que transitan acaso todos sus componentes inmensos y pequeños. El horizonte se expande como si se tratase de las luces de un teatro (concebido por una voluntad lejana y presente a la vez), un inicio de función como ocurre en todas las mañanas. Aquella globalizadora imagen nos permite entrever uno de sus puntos o píxeles encuadrados en medio del eterno paso del tiempo: la imagen fundamental de la familia alrededor de la mesa y en silente oración. Pequeño espacio en el que habrán de resonar aquellas señales casi imperceptibles, silenciosas que parecen controlarlo todo.

Es el mundo cerrado y poco conocido de las colonias menonitas de origen neerlandés que habitan al norte de México. A ellos habremos de conocer como representación auténtica de esa verdad que se entrevé apenas por algún signo que es capaz de detener al hombre en su camino para abstraerlo en su contemplación. El particular ritmo y la sensorialidad que impone Reygadas es fundamental para que el espectador logre un estado de suspensión como el de los mismos protagonistas. Experiencia que para muchos puede resultar agobiante con seguridad. Es quizás el reflejo de nuestra absoluta costumbre a la artificial velocidad que nos hemos impuesto y a la que ataca (al menos a ese nivel) el cineasta. La percepción de estos misterios se producen en este cine casi siempre de la misma manera que las certezas de la realidad: a través justamente de los sentidos. La serenidad (aparente también) del paisaje de esporádicas casas y negocios de granjas y campos agrícolas proporciona la claridad suficiente para alcanzarlos a diferencia de la bulliciosa y rauda metrópolis. Johan, el protagonista, es una figura maciza y patriarcal que no podrá evitar mostrar su propia fragilidad en cada instancia de su prueba, mientras se perciban y particularmente oigan los ecos de la voluntad que lo motiva, advierte y sanciona.

La básica historia de infidelidad y de erosión sobre la base de la convivencia en sociedad adquiere un vuelo mayor aunque a muchos pueda parecerles hasta insufrible. No es casual su admiración y referencias a aquellos cineastas espirituales, místicos que concebían la realidad como un espacio de rincones ocultos que se insinúan tan sólo a la espera de ser explorados. La presencia de Dios y sus incomprensibles designios orillan a Reygadas a citar en esta ocasión a otro espécimen de esta escueta galería: Carl Theodor Dreyer y no sólo por el dialecto nórdico en el que se comunica la sociedad protagónica. El gran cineasta danés y sus memorables pruebas de amor y de fe, se relaciona mejor que muchos al dogma de la cristiandad. En la comunidad que presenta Reygadas la presencia y el temor hacia Dios, siendo tan o más arraigados que cualquier cambiante sociedad de nuestro siglo, otorgan a cada pecado un aura singular y no solamente de culpa. El bondadoso Johan vive y siente su relación con Marianne como una inspiración del divino, como alguien que le señala el verdadero camino apenas esbozado por signos de un lirismo austero pero extremo, como la hoja de cedro que aparece cayendo en la propia habitación donde Marianne y Johan se han hecho el amor. Momento mágico en el que se desliza la posibilidad latente, más allá de la única parcela de realidad que conocemos.

Este acercamiento tan peculiar al misticismo emparenta directamente a Reygadas con ese otro cineasta barroco y tan intenso en sus mejores momentos como es Lars Von Trier, quien no se molesta en citar también de manera directa al gran Dreyer. En la apoteósica Breaking the waves nos presentaba el camino a ese sacrificio o prueba de fe como un acto inspirado según interpretación personal, por señas que a lo largo de todo el film quedaban sumergidas aún en la más absoluta ambigüedad, en la posibilidad que nunca se manifestaba más allá que para la propia protagonista. Esa espera o lucha por la bendición suprema salen a relucir también en el drama interior de Johan (si es que podemos mencionar algún tipo de género de que asirnos acá). El estilo de Reygadas, como sus maestros, impone una duración inusual al acto de percibir, ver u oír lo que se escaparía de un intento similar en una dramaturgia más convencional, más articulada. Crea su propio sentido del ritmo, su propia búsqueda de la espontaneidad dentro de la ficción, de la representación. Nuevamente el hecho de utilizar actores amateurs que dejan salir gestos y miradas fuera de la perfección se convierten en instantes de epifanía para el mismo realizador. Pero todo el control sobre esa línea difusa se deja sentir sobre Johan y su alrededor a pesar de una declarada sensualidad (manifestada aún más que en sus películas anteriores). El clima por momentos caluroso que exacerba su pasión será igual de potente que el de la insatisfacción, en especial alrededor de sus dos mujeres Marianne y Esther que son sacudidas por la inquieta búsqueda de Johan. Toda la secuencia formidable de la visita a Marianne con los niños, casi de despedida, concentra muy bien las resonancias ontológicas tan buscadas por el realizador. El padre y pareja la hace a un lado de su mundo queriendo apagar su dolor en medio del candor infantil divertido por el rostro eufórico de Jacques Brel en uno de sus clásicos espectáculos.

La imagen de Johan entonces toma la forma primigenia de un niño reprendido por estas madres/amantes. Esther siempre silenciosa, pero igual de conflictuada que su rival, habrá de estallar para llevar a su dubitativo compañero, sometiéndolo con auténtica firmeza, de verdadero jefe del hogar que preside la mesa una vez retiradas las caretas. La punición se suscita entonces precedida de la más fuerte llovizna. La luz silenciosa que la sucede (otra vez) no es más que para replantear el camino y someterse a los arrepentimientos. Aquí es entonces que se desatan en la ficción esas inexplicables fuerzas reclamadas al auxilio del ser vacilante. Toda la secuencia culminante sacada de la clásica Ordet es replanteada talentosamente por Reygadas para redondear esa visión del ser dentro del todo y del todo hecho de seres. La recomposición familiar que se suscita a través de la unificación de todos por igual, parientes y amigos; madres, hijas y amantes. Todos cantando juntos para los oídos siempre presentes de esa luz complacida con un beso (manifestación de la reconciliación, del amor). Dimensiones y pretensiones que consiguen expresarse dentro de ese grandilocuente pero coherente estilo del realizador quien sin duda seguirá generando discusión de todo tipo de intereses. Aunque personalmente me sigue impresionando más Batalla en el cielo y su intenso vía crucis a lo Dostoievski, su Luz silenciosa es una notable y más que depurada exploración hacía esos horizontes a los que muchos de estos lares y de otros se acercan no sin poco temor. Nos quedamos con esa imagen final que no es otra que la inicial, ese paisaje absorbente e hipnótico de las estrellas que nos remiten a alguna visión de los espacios inabarcables de 2001 A space odyssey de Kubrick ó incluso aquella no menos memorable que cerraba The misfits de John Huston. Una mirada más cercana que la otra pero capaz de transmitirnos con poderosa intensidad todo ese infinito.

Esta entrada fue modificada por última vez en 22 de julio de 2011 2:00

Ver comentarios

  • Precisamente Daniel, que las preferencias que tengas se conserven hacia el cine digamos clásico o tradicional al primer contacto con este otro cine es absolutamente normal. En el texto inténté expresar mucho de las sensaciones que como espectador se pueden tener al ver o descubrir un expresión como esta. Ahí esta el quid de todo y el placer de este estreno. Mucho del cine digamos de construcción "aristotélica" que es con el que hemos crecido y el que más ha sido emulado o remedado, nos ha colocado parametros y espectativas previas al menos a un nível básico. Dentro de ese cine existen muchas maravillas (gran parte de mis películas favoritas) tanto como intentos malos y verdaderamente aburridos. Lo que es de lamentar es que a diferencia de anteriores generaciones (las que vieron en cartel a Bergman, Buñuel o Godard), la nuestra a sido tan sistemáticamente bombardeada por un solo estilo o ritmo que sencillamante no concebimos ni la más mínima posibilidad de que fuera de ellos (con todo y sus expresiones más excelsas), existan otras formas de representación.

    Y me parece que dentro de su línea y tiempos Luz silenciosa es una gran película, que malas también las hay.

    Saludos!!

  • Esto lo escribi el 4 de abril y concuerdo con Geraldine, tengo exactamente la misma impresión, este cine alternativo me aburre y no llego a apreciarlo, estoy acostumbrado a lo que Jorge llama "artificial velocidad", que pienso es lo natural en el cine, teatro y hasta en la literatura.

    Comentario 4 de abril 2008:

    "Me animé a ver la película después de leer a Jorge y Juan José, además de los premios que la acreditaban, pero no me gustó. Al margen de la fotografía y su producción nada convencional, me aburrió, excesivamente lenta y con escenas que hasta desesperaban, como cuando al inicio Johan llora como una Magdalena, el espectador no siente nada, porque nadie nos interioriza con el protagonista. Es cierto que es diferente y hay detalles que apreciar pero cansa tanta parsimonia."

  • Es cierto lo que dices sobre la apreciación personal Geraldine, pero te animo a que le des una nueva mirada a un cine tan radicalmente personal como este. Precisamente se trata de un caso que rompe los esquemas propios incluso de muchas cintas independientes que con regimenes de producción distintos poseen una estructura digamos más "digerible". El caso del cine de Reygadas es el de una expresión casi fronteriza a la que se adhieren también cineastas como De Oliveira, Sokurov o yendo más atrás Bresson.

    Saludos

  • Jorge, en cierto momento pensé: ¿tan occidentalizada estoy?, pero concluí en que eso no es cierto, me encanta el cine independiente, no me importa si no están ni mencionadas en los Oscar, yo vivo el cine y mido su belleza según el grado de sensibilidad que me despierte, pero no fue así, fui al cine para descubrir la trama, pero no me intereso en lo absoluto, es mi apreciación personal y no tiene sentido ver una película que no te aporta ningún tipo de sensación o valor.

  • Geraldine, ese es el gran reto que nos propone esta película, como espectadores acostumbrados a un solo "tipo" de hacer cine. Por supuesto que la primera impresión es el desconcierto, el rechazo, pero vale la pena darle una oportunidad a este otro cine pues experiencias apasionantes las tiene.

    Eso debería ponernos a pensar aún más en esa chatura intelectual en la cual nos está envolviéndo sin compasión el cine hollywoodense, de gran tradición, pero cuyas últimas expresiones son mayormente pura chatarra. No es que sea un síndrome solo de allá, puesto que gran parte de la televisión, que ha copiado sus mecanismos, también contribuye a esa estrechez. En buena hora que llega un film como este, tan descuadrante, a nuestra cartelera. Muchos hemos nutrido nuestra afición al cine gracias a estas experiencias.

  • Fui al cine con muchas expectativas, despues de ver tan buenos comentarios, pero la pelicula me resulto una decepción absoluta, se convirtio en una tortura para toda la sala, nos mirabamos unos a otros y puedo asegurar que la gente se sintio igual de burlada que yo, no la recomiendo en lo absoluto, es aburrida, las escenas son eternas, parece que trabajaron con una sola cámara, no había ni fondo musical, la trama es espantosa, en fin, es una estafa, si la quieren ver háganlo, pero ya estan advertidos!.

  • Había visto Solaris de Tarkovski justo antes de ver este film de Reygadas...El padre aún le da una duras palmadas al hijo... Reygadas está demasiado endeudado con el genio ruso, una deuda casi escandalosa, impagable, a mi parecer.

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