Dir. Tamara Jenkins | 113 min. | EEUU

Intérpretes: Laura Linney (Wendy Savage), Philip Seymour Hoffman (Jon Savage), Philip Bosco (Lenny Savage), Peter Friedman (Larry), David Zayas (Eduardo), Gbenga Akinnagbe (Jimmy)

Estreno en España: 04 de abril de 2008

Qué difícil es encontrar películas de sello estadounidense cuya temática y personajes sean una ventana abierta a la realidad del vivir, el nuestro, tal cual es, con sus miserias cara a cara expuestas al espectador, más acostumbrado a fantasiosas superficies, dramaturgias que no nos alcanzan o necedades con catálogo de armas en mano. Con la nominación a mejor actriz, a la par que Julie Christie por la cinta de Polley, Laura Linney es uno de esos bellos pájaros de la fauna cinematográfica que exhala retratos y honduras remarcables en la composición de sus personajes. Y qué decir de Philip Seymour Hoffman, monstruo de la escena. Ambos dan réplica a un padre decrépito y medio demente, Philip Bosco, que va a necesitar, Ay!, cuando la vejez envejece, que alguien se ocupe y decida qué hacer con este paquete umbilical.

La vejez existe, la muerte también

Qué difícil es encontrar películas de sello estadounidense cuya temática y personajes sean una ventana abierta a la realidad del vivir, el nuestro, tal cual es, con sus miserias cara a cara expuestas al espectador, más acostumbrado a fantasiosas superficies, dramaturgias que no nos alcanzan o necedades con catálogo de armas en mano. Se estrenan en nuestros cines (los que quedan) los últimos restos (que no gangas) de la reciente edición de los Oscar, barrida por los hermanos Coen, sorprendente en la calidad generalizada de sus nominaciones. Y agradecemos algunos amantes de la pantalla grande, esa de taquilla y no de mando, poder disfrutarlas, como acaba de ocurrir con Los falsificadores, a la que le sigue este buen trabajo, quinto en su filmografía, de Tamara Jenkins, The Savages (Los Savages o La familia Savages).

Junto a otra nominada Lejos de ella, de Sarah Polley, forman un tandem de vena realista sin aspavientos innecesarios ni sobreactuaciones que evitan, sin rozarla siquiera, la cursilería sentimental a la que tan aficionado es el sello USA. De lo mejor en esos festejos de alfombra roja.

Con la nominación a mejor actriz, a la par que Julie Christie por la cinta de Polley, Laura Linney es uno de esos bellos pájaros de la fauna cinematográfica que exhala retratos y honduras remarcables en la composición de sus personajes. Y qué decir de Philip Seymour Hoffman, monstruo de la escena. Ambos dan réplica a un padre decrépito y medio demente, Philip Bosco, que va a necesitar, Ay!, cuando la vejez envejece, que alguien se ocupe y decida que hacer con este paquete umbilical.

Sí, así es, de eso va esta cinta. De otra familia más o menos disfuncional. Mirando con lupa, ¿no lo son todas en alguna medida?

Casi diríamos que Jenkins ha escrito (nominación también a mejor guión) con mucha inteligencia un argumento elegiaco, en cuanto que habla de la muerte, algo que en esta sociedad tan lúdica metemos debajo de la alfombra sin el más mínimo pudor. Bien ha hecho la realizadora en mostrar el contraste entre los centros de mayores de diferentes categorías, esas urbanizaciones sin alma de enclaves pudientes que maquillan la realidad de nuestros viejitos con escenarios quasi infantiles y soleados, la Arizona donde llegan a recoger a su padre los dos hermanos Wendy (Linney) y Jon (Seymour Hoffman), frente a residencias más modestas, (no exentas por ello de un cálido trato) en urbes que tocan más de cerca la vida real e, irónicamente diríamos, pasan por todas las estaciones climáticas.

Tenemos una vida larga, y eso casi plantea un problema social y familiar, con el que las generaciones anteriores casi no tenían que lidiar. ¿Qué hacer con los mayores que pierden independencia? Jenkins no lo plantea de una manera abrupta, bien al contrario le imprime una gran dosis de humanidad a su historia, que tiene tantos trasfondos como lecturas. Los dos hermanos, a pesar de su infancia difícil, abandono de la madre y cuidado de un padre que no fue siempre muy cariñoso, cumplen con su deber de hijos, mejor de lo que lo hizo el padre con ellos. Son buena gente, lo que no evita hasta que punto sus vidas actuales, un tanto perdidas en el sobrevivir intelectual en el que se escudan, sean apáticas y bastante inanes, escondiendo cada cual sus propios traumas personales en un marco de cortés y afable relación, más unidos de lo que creen pues ambos acaban relacionándose con el teatro en su vida profesional, como si fuera una especie de terapia. Sus respectivas relaciones sentimentales no están, tampoco, como para tirar cohetes, pero también las hay peores, todo hay que apuntarlo.

Esto viene a reflejar la cineasta norteamericana, un retrato cosido con puntadas de humor sarcástico, de esa burguesía media, intelectuales con los mismos marrones vitales que todo hijo de vecino.

Y he aquí el éxito de Jenkins, conseguir que se nos presenten tan humanos, limitados, tan nosotros mismos, tan perdedores, en el fondo tan solos, al modo de lo que nos mostró Jaime Rosales con La soledad, o aquella estupenda cinta americana que me viene ahora a la mente, Half Nelson de Ryan Fleck. Un escueto y sobrio “esto es lo que hay”, un filme sin soluciones mágicas, porque no existen, sin certezas, porque tampoco existen. Sin moralejas, como no sea la de la responsabilidad que persiste, aún sus tristes vidas, (que repito no son las más tristes ni las más desgraciadas del mercado), en estos dos seres y que les humaniza extraordinariamente, responsabilidad que se extiende a los animales de compañía.

Hay honestidad en The Savages y mucho mensaje en el detalle pequeño lo que supone todo un reto para una detenida observación del espectador. ¡Qué afortunados somos! por tener estas opciones cinematográficas aparentemente inocuas que encierran tanta carga emotiva.