Cleaner (2007)


cleaner-posterDir. Renny Harlin | 88 min. | EEUU

Intérpretes: Samuel L. Jackson (Tom Cutler), Ed Harris (Eddie Lorenzo), Eva Mendes (Ann Norcut), Luis Guzmán (Jim Vargas), Keke Palmer (Rose Cutler), Maggie Lawson (Cherie), Jose Pablo Cantillo (Miguel), Robert Forster (Arlo Grange), Edrick Browne (Darrin Harris), Marc Macaulay (Vic)

Estreno en España: 12 de junio 2009

El caso es que Harlin ha tenido un momento de lucidez eastwoodiano con Cleaner, sugerente y pausada historia policial que se adentra, en detrimento de la acción pura, dura y ruidosa, en terrenos muy psicológicos, lo que la hace, a mi entender, un caramelo cinematográfico muy jugoso, resultando una amalgama entre cine independiente y comercial. El director finés imprime un gran poder detallista y explicativo al comienzo del film, en el que se nos comunica una realidad, el dinero que mueve la muerte, lo que da y lo que produce. Continúa proponiéndonos la ambigüedad sombría y amarga de sus personajes, indagando en miradas pausadas, primeros planos, y pequeños detalles cotidianos, donde las emociones juegan con el montaje.

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Limpiar el dolor

Les propongo un reto con la película que tengo entre manos. Una especie de cata a ciegas. Empezaré abiertamente con el convencimiento de que no van a lamentar mi recomendación, que casi siempre guardo para el final, de ir a ver esta interesante producción noir tan particular. Pero antes el reto. No lean, no miren, eviten la línea “Dirección” de los créditos de apertura. Háganse una ducha mental sobre el (cargante) puritanismo de auteur, y siéntanse libres y ligeros como espectadores para degustar Cleaner. Disfruten de la robustez, equilibrio, mesura de actuación (en cambio alcancen a visualizar la tarjeta de presentación de sus actores, un todo terreno Samuel L. Jackson, un valor seguro como es Ed Harris, el buen oficio de Luis Guzmán, o la viuda fatale Eva Mendes), austeridad, textura de caracteres, lo oculto insinuado y una limpia minuciosidad en el detalle, dejando paso y poder al argumento y la palabra, que se hace precisa. Una de policías y ladrones con madurez pausada.

Una vez finalizada, hagan cábalas sobre el director: ¿David Fincher? ¿James Cameron?, ¿Los Coen? ¿Cualquier Scott? ¿Michael Mann? ¿Danny Boyle? ¿Thomas Anderson?, ó incluso ¿Martin Scorsese o Clint Eastwood? La verdad, cualquiera de estas firmas no hubiera deslucido nada en Cleaner. Sin embargo, ninguna de ellas ha sido responsable de este thriller con clase. Cosas del mundo de la artesanía fílmica y la creación, el responsable no es otro que un mediocre realizador finés afincado hace años en Estados Unidos, Renny Harlin, ese que cortó de cuajo la cabeza a Geena Davis después de dejar la ruta 66 con Louise, y que aparte de alcanzar el aprobado con Máximo riesgo en 1993 y Deep Blue Sea en 1999, tiene en su haber un largo listado de ramplonerías prescindibles. ¿Qué hace, pues, que un mal director haya ultimado una buena película? Como afirma el crítico Antonio José Navarro, varias pueden ser las circunstancias que han logrado la convergencia perfecta entre varios factores, un mélange perfecto: un momento de motivación personal y profesional, la oportunidad de tener un buen guión entre las manos, disfrutar de condiciones laborales favorables en cuanto a presupuesto y libertad creativa, no luchar contra presiones de productoras insufribles e imposiciones del tipo que sea, (en ocasiones la imposición de ciertos actores es un auténtico lastre), la acumulación de experiencia que puede tornarse finalmente en positivo, (haber aprendido por fin a hacer cine), conseguir el equilibrio entre intuición y pragmatismo alejándose de los manidos lugares comunes y acomodaticios moralismos. O quizá Harlin ha gozado de una temporada en la que ha dormido bien. No se crean, ésto es de suma importancia para hacer milagros.

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Lo que el resultado de ciertos factores favorables pone sobre la mesa es que deberíamos separar más las obras de los autores, y si buenos autores pueden tropezar con malas obras, también a los malos puede aparecerles el “Ángel Azul”. Recientemente lo vimos con El desafío Frost/Nixon de un muy regular Ron Howard. O, más alejado en el tiempo, el caso sopórifero de Eastwood, en El jardín del bien y el mal, sin olvidar que en Infiltrados de Martin Scorsese, la chica que se entrecruza entre ambos infiltrados le da un tono farragoso e irregular a la cinta.

El caso es que Harlin ha tenido un momento de lucidez eastwoodiano con Cleaner, sugerente y pausada historia policial que se adentra, en detrimento de la acción pura, dura y ruidosa, en terrenos muy psicológicos, lo que la hace, a mi entender, un caramelo cinematográfico muy jugoso, resultando una amalgama entre cine independiente y comercial. Para ser un realizador sin personalidad ha conseguido un producto con mucha personalidad, una especie de encargo televisivo con calidad y ausencia de todos los Twists que les son propios. Teniendo en cuanta la pinta que presenta la cartelera sé que no van a demandarme por mala recomendación. Y es que la cinta de Harlin suscita un interés especial que pone en juego nuevos elementos de la investigación policial, y el mundo que genera a su alrededor. Por ejemplo la limpieza del escenario donde actúa la muerte, ya sea por medio de un crimen, o un accidente.

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El director finés imprime un gran poder detallista y explicativo al comienzo del film, en el que se nos comunica una realidad, el dinero que mueve la muerte, lo que da y lo que produce. Continúa proponiéndonos la ambigüedad sombría y amarga de sus personajes, indagando en miradas pausadas, primeros planos, y pequeños detalles cotidianos, donde las emociones juegan con el montaje.
Samuel L. Jackson es un actor elaborado a base de oficio que no siempre ha sido bien aprovechado por la variedad inmensa de realizadores con los que ha trabajado. Aquí es Tom Cutler, un ex policía que ha montado su propia empresa de limpieza de escenarios de muertes violentas. Un hombre, este Cutler, obsesionado con la limpieza tanto a nivel personal como profesional, lo que le lleva a acometer sus trabajos con la máxima eficiencia. Claro que esto tiene mucho que ver con su pasado, un tanto sucio y con su vida familiar, resquebrajada por una de sus partes principales, la muerte violenta de su esposa. Para sobrellevar el sufrimiento vivido, Tom se instala en una vida ordenada y monótona, evitando también, los contactos del pasado, como su amigo Eddie Lorenzo, un patético policía bien construido por Ed Harris. Pero hay algo que no va a poder evitar Tom, y que le da al argumento su novedad, y es que sea requerido para limpiar la escena de un crimen antes de ser notificado a la policía, lo que le convierte en sospechoso. A partir de aquí todas las manchas del pasado se extenderán monstruosamente sobre Tom, su vida triste pero estable con su hija, y sus (aparentemente) frías emociones.

Con buenas dosis de nihilismo, voluntad de estilo e inteligencia este relato trastea con los elementos de un thiller tranquilo y pulcro: la corrupción policial, los dineros, las rivalidades y mezquindades entre compañeros o el patetismo y la soledad que provocan el paso del tiempo. Un respiro para aquellos que estamos hartos de héroes unilaterales, de tópicos, convencionalismos y constantes repeticiones.

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