Usar la nostalgia como eje narrativo es algo que, en los últimos años, Woody Allen ha sabido aprovechar de forma magistral en obras como “Medianoche en París”, y desperdiciar vergonzosamente en olvidables cintas como “Magia a la luz de la luna”. En “Café Society”, su más reciente película, el director neoyorquino vuelve a visitar el pasado, esta vez a los años 30 de Los Ángeles y Nueva York, explorando los grandes cambios que marcaron el futuro de estas ciudades.
“Café Society” es una comedia romántica de sabor agridulce que recorre temas como el amor, la familia, y la ironía alrededor del perfecto crecimiento personal. Nada dentro de ella es totalmente sorprendente, pero guarda un encanto muy particular gracias a las destacables actuaciones protagonistas y a su bella ejecución visual. Una película bonita en su definición más literal.
“Café Society” es una película sobre las ilusiones, sobre cómo las formamos y cómo se destruyen en su propia causa. También desmenuza la idea que gira alrededor del éxito. Es por eso que enfrenta el pasado y futuro de cada uno de sus personajes, para descubrir qué los mueve y a qué dirección apuntan realmente. La historia nos lleva por Los Ángeles y Nueva York, y nos permite conocer su lado idóneo y su lado verdadero en un vaivén donde los personajes son piezas de un rompecabezas que incluye sueños, desventuras, corazones rotos, confianza y vidas falsas. “El amor no correspondido ha matado a más gente que la tuberculosis”, se le oye decir a uno de los personajes secundarios. En “Café Society” la idea de amor no correspondido incluye también a los sueños rotos, esos que se planean con mucha anterioridad sin tener siquiera la certeza de que puedan ser posibles.
Jesse Eisenberg es Bobby Dorfman, un joven judío de clase trabajadora que decide dejar la casa de su familia (muy graciosa, por cierto) en Nueva York para probar suerte en Los Ángeles, lugar acaudalado donde planea ganarse un puesto en el negocio de su tío Phil Stern (Steve Carrell), un reconocido agente de Hollywood al que poco le importa congeniar con su familia. Ante la presión y culpa, Stern lo contrata como mensajero y le presenta a su secretaria Vonnie (Kristen Stewart), de la que Bobby se enamora de inmediato, pero sin ser correspondido. Bobby ingresa al mundo de glamour que siempre soñó, pero las conversaciones con Vonnie y con más de una estrella de cine sobre lo pretenciosa que es la sociedad hollywoodense, le hacen dudar de que ese sea el lugar en el que verdaderamente quiere estar. A pesar de eso, y siguiendo sus instintos, ingresa a un juego amoroso que le hace creer que la felicidad estará en su vida para siempre, pero casi sin percatarse, es expulsado de la ecuación y de la forma más irónica. Y no le queda otra que regresar a casa.
Nuevamente en Nueva York, Bobby se convierte en administrador y anfitrión del ‘Café Society’, un lugar lleno de glamour para estrellas y políticos, propiedad de su mafioso hermano Ben (Corey Stoll). El lugar empieza a ganar fama y Bobby inicia una nueva y muy importante etapa de su vida (ojo con Blake Lively), hasta que una sombra del pasado regresa y lo obliga a evaluar nuevamente si está en el lugar donde en verdad quiere quedarse. Los dilemas amorosos vuelven a hacer de las suyas, pero ahora con más integrantes de por medio.
Lo valioso de la propuesta de Allen es que en ningún momento juzga a los personajes ni los etiqueta. La narración nos permite conocer cada uno de sus ángulos, y eso evita que la historia se llene de dramatismo innecesario. Aunque eso no impide que, más allá de los elementos cómicos pertinentes, nos encontremos con mensajes desoladores sobre la impotencia, la soledad y ese estado común de alguien que ama a quien no le corresponde.
Y es que Allen aprovecha al máximo la química entre Eisenberg y Stewart (ya vista en las recomendables “Adventureland” y “American Ultra”), y compone personajes capaces de expresar sus sentimientos con una naturalidad única, la cual permite detectar momentos y frases con las que no es difícil identificarse. Algo importante es que esos diálogos no se disipan en debates filosóficos y con poco sentido, como en “Irrational Man”. En “Café Society”, los diálogos ilustran el avance de los sentimientos y reflejan la formación y quiebre de las ilusiones. Eisenberg y Stewart, y también Carrell, muy a pesar de lo teatrales que pueden sentirse sus performances en varios momentos, nunca se sienten como arquetipos rebuscados. Eso demuestra que existió un trabajo colaborativo entre ellos y el director para hacer que una historia que no suena del todo original pueda dar la impresión casi irrefutable de que sí lo es.
Como dije antes, la ejecución visual es uno de los puntos más fuertes de “Café Society”. Vittorio Storaro (“Apocalypse Now”) fue el encargado de la dirección de fotografía y su trabajo en esta cinta es majestuoso en varios aspectos. Storaro crea una composición distinta a la que acostumbramos ver en las películas de Woody Allen (al menos, en las más recientes), que demuestra que desde ahí ya hay un punto de vista original. El resultado nos muestra un ambiente romántico que se nutre mucho de la luz del exterior y que, en varios momentos, es tan sublime que se descubre una alegoría a lo irreal (a las ilusiones), en un claro contraste con los filtros usados en escenarios interiores, relacionados más con el secretismo y, a la vez, con la cruel realidad. En cuanto a Allen, es interesante el uso que le da a la cámara en las escenas enfocadas en marcar las diferencias entre las personas y en relación al glamour y la superficialidad, abriendo espacios y reflejando su objetivo con claridad.
Sin embargo, y como era de esperarse, hay varios momentos que sobran o que pudieron hacerse de mucho mejor forma, algo que Allen arrastra desde hace varios años, y que parece ser que ya nunca podrá resolverse. Ejemplos claros son la subtrama de la hermana de Bobby, su esposo y un vecino poco empático; y la conversación del protagonista con una aspirante a actriz que trabaja como prostituta, que no solo es desconcertante, sino que está totalmente fuera de lugar, pues no influye en ningún momento posterior de la película, ni siquiera como un factor para forjar un perfil personal de Bobby. La película funciona en varios aspectos, pero este tipo de baches en la narración son muy notorios, sobre todo en los momento que la tensión se concentra únicamente en los protagonistas.
Aun así, “Café Society” es una obra para reflexionar y disfrutar. Los personajes de Jesse Eisenberg y Kristen Stewart, a pesar de ubicarse en los años 30, cumplen con perfiles que podrían ubicarse fácilmente en la actualidad, lo que hace más valiosos sus trabajos, y evidencian una madurez en sus carreras. Esta cinta está lejos de ser tan emblemática como lo fueron en su momento “Annie Hall” o “Manhattan” (la cual se homenajea aquí), pero es un paso refrescante en la filmografía de Woody Allen, considerando lo limitadas que han estado varias de sus últimas obras. En resumen, el encanto de la historia es suficiente para brindar un momento pleno, pues su alcance no se cierra en el romanticismo. Es una cinta nostálgica y divertida sobre los recuerdos que se rompen pero que nunca mueren, de esos que nos marcan para siempre sin que sepamos si nos hacen bien o mal. Reír y llorar pueden ser complementarios, y esta película lo demuestra. “La vida es una comedia… escrita por un cómico sádico”.
Deja una respuesta