[Crítica] «La La Land: Ciudad de los sueños» justifica sus 14 nominaciones a los Premios Oscar


La La Land, la nueva película de Damien Chazelle tras la sensacional “Whiplash” (2014), ha conseguido mucha repercusión en los medios y en redes sociales gracias a la gran cantidad de opiniones positivas recibidas por parte de la crítica y a los primeros premios de la temporada, y al mismo tiempo ha logrado que muchos la llamen ‘sobrevalorada’ sin haberla visto antes. Sea cual fuese el caso, hay algo imposible de negar tras ver «La La Land»: es una película llena de emociones. Es una explosión de colores y de música que toma elementos ‘de perfección’ de los musicales clásicos y los mezcla con las imperfecciones de la vida real. Es una cinta que se las arregla para ser graciosa y divertida sin dejar de transmitir los pesares de un melodrama, lo que la hace intensa y muy íntima. “La La Land” es una película imperfecta pero con mucha identidad, y para el ambiente hollywoodense acostumbrado a lo acartonado, eso es algo que resulta trascendental.

Emma Stone y Ryan Gosling protagonizan su tercera película juntos

La trama no es nada complicada. Sigue la historia de Sebastian (Ryan Gosling), un pianista de jazz que se gana la vida tocando para otros, y Mia (Emma Stone), una aspirante a actriz que trabaja como camarera. Ambas son personas con sueños y esperanzas, apasionadas y enamoradas de su arte. La película explora sus primeros encuentros, el inicio de su amor y las complicaciones para equilibrar lo que sienten y desean. Podría ser cuestionable la falta de conflictos de alta escala durante gran parte de la cinta y, por ende, la simpleza del argumento, pero lo bueno es que Chazelle es consciente de ello, y utiliza esta sencilla e identificable estructura para tejer una historia repleta de ideas y puntos de vista. Crea un universo que gana poder gracias al exquisito diseño de producción y vestuario, la dirección de fotografía de Linus Sandgren, y sobre todo a la envolvente, emotiva e ingeniosa música de Justin Hurwitz.

Emma Stone ya ganó un Globo de Oro por su papel en esta cinta.
Y es que “La La Land” irradia una sensación de compromiso personal muy fuerte, algo que poco a poco se viene convirtiendo en un factor característico del cine de Chazelle. En Whiplash logró introducirnos en la mente de un artista obsesionado con la perfección; aquí, nos impulsa a evaluar nuestros objetivos de vida, mientras busca darle un nuevo valor a un género casi olvidado y muy maltratado por la industria en los últimos años. Chazelle nos traslada al universo donde la realidad se mezcla con magia y la magia se ve enfrentada a la realidad. Un objetivo que cuenta con una gran ingrediente: la química indiscutible entre Emma Stone y Ryan Gosling (comprobada en películas como “Gangster Squad” y Crazy, Stupid, Love”). Los hemos visto enamorarse antes, pero en “La La Land”, Chazelle establece una dinámica totalmente fresca, que permite seguir el nacimiento de la relación desde muchos ángulos y con más emociones de por medio.

Al ser un musical, obviamente la película está llena de momentos icónicos en los que la música juega un papel relevante. La secuencia inicial, por ejemplo, emite energía, inquietud y una sensación de libertad fascinante. Hay homenajes a musicales clásicos, pero nunca se trata de imitarlos y ya desde ahí se demuestra que hay plena consciencia de que superarlos es imposible. Canciones como “Someone in the Crowd” y “City of Stars”, tema principal de la cinta, están llenas de vitalidad, y su impacto trasciende la pantalla. Sirven, además, para reflejar la fantasía alrededor del romance entre Mia y Sebastian. Es importante mencionar también las coreografías, que estuvieron a cargo de Mandy Moore (una homónima de la cantante). Van de la mano con las emociones de los protagonistas y, al estar basadas en la espontaneidad, su poder y alcance resultan estimulantes.

“La La Land” no intenta ser Singin’ in the rain ni Los paraguas de Cherbourg. Más allá del evidente amor a estos musicales clásicos, reflejado en muchos de los elementos visuales y narrativos de la película, Chazelle mira por encima de sus influencias y consigue centrarse en un tema propio: la creación artística. Porque “La La Land” no es solo una comedia romántica, es una cinta sobre la búsqueda de equilibrio entre el sacrificio y el compromiso alrededor de tus ambiciones artísticas. Mia quiere ser una actriz reconocida, Sebastian quiere ser el dueño de un club de jazz. Él tiene la oportunidad de ser alguien famoso de la mano de su compañero Keith (John Legend); ella puede sacarle más provecho a su talento para escribir, para lo que parece ser más buena de lo que cree. Ahí llega la pregunta: ¿Cuántos sacrificios hay que hacer para poder cumplir un sueño? Los protagonistas tienen que hacerle frente a una realidad inevitable, una en la que el amor que siente el uno por el otro parece ya no ser el factor más importante.

Las coreografías estuvieron a cargo de Mandy Moore (homónima de la cantante)
Chazelle no intenta contar un cuento de fantasía donde todo es alegría y optimismo, pero recurre a ese tono superficial para poder conectar con el público durante gran parte de la película, algo excesivo por momentos, y culpable de algunas de las principales fallas de guion, porque sí tiene, y varias. Sin embargo, como dije antes, esa estructura repetida es la que permite que el giro hacia el verdadero objetivo de la película se siente mucho más emotivo. La llegada de los verdaderos conflictos, que tarda pero ocurre, hace que la película adquiera una dimensión especial donde todos esos momentos que parecían no ir hacia ningún lugar por fin encuentran una finalidad. Sirve también para que Stone y Gosling pongan a prueba sus niveles interpretativos. Stone logra consolidarse como una actriz de gran proyección, y Gosling expone toda su vena cómica, ya vista en cintas como The Nice Guys de Shane Black. A paso lento pero seguro, la música evoluciona con la historia hasta llegar a un desenlace que involucra de forma personal al público con todo lo que ha visto y sentido hasta ese momento, y donde finalmente todo se mantiene igual. Porque así es la vida. Y ya depende de cada uno enfrentarla a su manera.

“La La Land” es una película sobre la valentía, sobre cómo manejar la alegría, la tristeza y la magia de vivir. El uso que hace de la música para evocar emociones es posiblemente su mayor virtud. Puedo apostar que como clara muestra de falso orgullo, gran parte de la crítica estadounidense y los que votan en los premios de la temporada la amaron más por su homenaje al cine clásico de Hollywood que por otra cosa, pero eso no la desmerece en ningún aspecto. Es cierto que no es la obra maestra que muchos pregonaban desde que se estrenó en el Festival de Venecia, es imperfecta en varios niveles, pero sí es una película valiosísima, que cumple y supera lo que ofrecía desde los avances. “La La Land” es una cinta hecha para esta generación. Podría tratarse tal vez de la película que revitalice la figura del musical moderno, y si lo consigue, Chazelle habrá cumplido uno de los objetivos que la llevó a realizarla en primer lugar. Y sí, “La La Land” merece verse todas las veces que sean necesarias.

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