[Crítica] «Las horas más oscuras» trae a un extraordinario Gary Oldman


“En estos días oscuros, el primer ministro agradecería que todos sus colegas (…) mantuvieran alta la moral en sus círculos; y que, sin minimizar la gravedad de los acontecimientos, mostraran confianza en nuestra capacidad y determinación inflexible de proseguir la guerra hasta haber destruido la voluntad del enemigo de someter a toda Europa bajo su dominio”.
– Winston Churchill, Orden General del 28 de mayo de 1940. En: Best, Geoffrey, Churchill: Un Estudio de Grandeza, Barcelona: Vergara, 2006; p.241.

Más que un biopic, «Las horas más oscuras» es un estudio del carácter y la personalidad del primer ministro inglés Winston Churchill. Al igual que Jackie, el filme del chileno Pablo Larraín sobre la viuda de John F. Kennedy –y que transcurre en poco más de una semana luego del magnicidio–, esta cinta también se desarrolla en un corto periodo temporal –entre el 10 y el 29 de mayo de 1940–, es decir, desde el nombramiento de Churchill como primer ministro (y la invasión alemana a Holanda e inicio de la guerra en el frente occidental) hasta poco después del rescate del ejército anglo francés en Dunkerque (24 al 26 de mayo); con breves episodios adicionales en junio y agosto de ese año. Contextos históricos distintos –uno público y notorio, el otro más bien oculto y reservado en su momento– pero muy difíciles tanto para los personajes citados como para sus respectivas naciones.

Darkest Hour

La diferencia entre ambos es que el episodio central de la película dirigida por Joe Wright es, en el fondo, una pequeña (aunque desagradable) anécdota en medio de un cúmulo de sucesos terribles que ocurrieron durante la citada conflagración mundial. De hecho, se trató de “un breve y tenso episodio que tanto Churchill como Halifax, los principales interesados, se alegraron de ocultar a sus coetáneos, aunque una generación posterior menos enardecida por el sentimiento patriótico podría pensar que no debieron haberlo hecho” (Best, op. cit., p. 228). Según este biógrafo, Churchill ocultó el episodio “en su historia de la guerra, que, pese a que admitía que era su versión, se convirtió en la (versión) aceptada de forma generalizada mientras vivió…” (Best, op. cit., p.230). No obstante, posteriormente, fue motivo de debates entre historiadores. La película se basa en una minuciosa investigación histórica del escritor Anthony McCarten, un destacado novelista, guionista y dramaturgo.

Otra diferencia con «Jackie» es que «Las horas más oscuras» no recurre a flashbacks que muestren los antecedentes históricos y personales de los protagonistas; ni tampoco pone el énfasis en las escenas bélicas (que las hay, pocas pero buenas), sino en el debate político al interior del Gabinete de Guerra diseñado para conducir el conflicto armado, así como al menos un par de famosos discursos de Churchill ante el parlamento: el de su ratificación en el cargo de primer ministro (en el cual dijo que solo podía ofrecer –en su versión simplificada– “sangre, sudor y lágrimas”) y el que pronunciara semanas después –el 20 de agosto– al inicio de la batalla (aérea) de Inglaterra (donde reconoció que “nunca en el ámbito del conflicto humano tantos debieron tanto a tan pocos”). Estamos, pues, ante una película verbosa; pero esta primacía de los diálogos y de algunos discursos obedece también a una razón histórica: fueron días en los que Inglaterra –Churchill dixit– solo tenía “lenguas” (o sea, palabras) para enfrentar al arrollador avance alemán en el continente.

Hace algunas semanas escuché uno de los memorables discursos del personaje, el cual también aparece en esta película. Uno esperaría un despliegue de oratoria inflamada, arrebatada, épica. Sin embargo, salvo por alguna inflexión, comprobamos que se trata de una voz casi uniforme, arrastrada y una pizca rutinaria (pese a la música implícita en el texto, que Churchill leía). Y es que nos falta el contexto histórico y presencial, el cual convertiría ese discurso (y otros del protagonista) en un estímulo extraordinario a la moral y temple de los británicos en los varios momentos difíciles que vivieron durante los cinco años de esa guerra total. De igual forma, cuando hoy vemos y escuchamos algunos fragmentos de los discursos de Hitler o Mussolini, a muchos les parece estar viendo espectáculos de payasos histéricos o siniestramente cómicos, mientras que a millones de alemanes e italianos de entonces –en cambio– inspiraban sentimientos y emociones muy diferentes. Nuevamente, nos falta conocer o vivir el contexto histórico concreto, en cada caso.

En la película que comentamos, ese “contexto histórico” –que nos provee de emociones y sentimientos que el simple y verídico audio no nos comunica– viene dado por el soberbio manejo del lenguaje cinematográfico que se despliega a lo largo de esta obra. Sin este soporte audiovisual, el impacto de la igualmente sobresaliente actuación de Gary Oldman como Churchill quizás hubiera sido menor. Aunque más correcto sería decir que ambos componentes están en pie de igualdad, son complementarios y se funden de tal forma que resulta imposible separarlos.

Para empezar, Wright crea toda una atmósfera de encierro gracias a la iluminación en penumbra, de texturas grisáceas (muy británicas), con pálidas entradas de luz que sugieren personajes en su hora crítica; especialmente, en ambientes caseros y en los interiores del palacio de Buckingham. Buena parte del debate al interior del Gabinete de Guerra y las discusiones en el centro de comando ocurren en locaciones subterráneas, muchas veces opacas, transitadas y algo claustrofóbicas (para no hablar de los acalorados debates en el hacinado parlamento inglés); encierro que es enfatizado por primeros planos y planos cerrados de los personajes generalmente ocupados en tensos diálogos. El extremo ocurre cuando Churchill es tomado de cuerpo entero, pero encajonado en una angosta y alargada cabina telefónica (aislado dentro de un encuadre parcial, rodeado de un fondo negro) durante una descorazonadora conversación con Franklin D. Roosevelt, el presidente estadounidense. Por si fuera poco, la cinta es pródiga en picados verticales que refuerzan la situación de fuerte desventaja y fragilidad (política y militar) del protagonista y de la alianza anglofrancesa. A ello se suma un eficaz –aunque convencional– trabajo de ambientación, reconstrucción histórica y vestuario. Esta puesta en escena ilustra literalmente “las horas más oscuras” de la participación inglesa en la Segunda Guerra Mundial.

Para conjurar un posible estatismo derivado de los componentes antes mencionados, el director utiliza constantes movimientos de cámara, por ejemplo para seguir a Churchill y otros personajes por los recovecos de centro de comando, las calles o también en un escena bélica en la que la cámara se eleva de manera espectacular desde un sitiado destacamento militar británico hasta concluir en un picado vertical desde uno de los bombarderos alemanes. A lo que se suma un Churchill agilito, pese a sus 66 años de edad, que se mueve con felina rapidez en medio de algunas aglomeraciones urbanas y ajetreos políticos. Estos procedimientos mediatizan el peso de la palabra hablada, la cual –en muchos casos– se desagrega en parlamentos cortos y hasta puntuales, con gran economía de medios. Un buen ejemplo es cuando en un plano general del amplio segundo piso de la sede del Parlamento británico, el Palacio de Westminster, diversos personajes entran y salen lateralmente por los balcones interiores amplificando y enfatizando con sus diálogos el efecto producido por las excentricidades y errores del protagonista.

Gracias a estos componentes, el escenario de catástrofe incluye paralelamente las desesperadas reacciones –inicialmente torpes y luego efectivas– para contener las tendencias contemporizadoras en el Gabinete que Churchill heredó de su antecesor, Neville Chamberlain. De esta forma, también, esta movilidad de la cámara es un excelente soporte a la creciente intensificación dramática que precede a los esclarecedores debates culminantes, en los que se resuelven los conflictos políticos que definirían esas oscuras horas.

Conflictos políticos que son, al mismo tiempo, dramáticos; y no se trata de un adjetivo: las acciones de los personajes son casi siempre políticas y la estructura dramática es fiel a los hechos históricos. La estructura es sencilla: el protagonista debe vencer diversos obstáculos para enfrentarse, de un lado, a la desconfianza de los miembros de su propio partido y, de otro, al arrollador avance alemán que había derrotado al ejército francés y al cuerpo expedicionario británico. Desconfianza basada en su zigzagueante carrera política, los errores que le atribuyeron en el pasado (Gallípoli) y el pasado reciente como Primer Lord del Almirantazgo (Narvik). Además, por sus excentricidades, mal genio y alcoholismo; características que –sumadas a sus problemas financieros personales– son descritas con detalle en el filme y que incrementan las dudas sobre su capacidad de liderazgo. Pero lo principal es su completo desconocimiento e incomprensión –iniciales y compartidos por la elite política anglofrancesa– sobre las modernas tácticas de guerra estrenadas por los nazis, basadas en el uso intensivo de blindados de gran movilidad, el arma aérea, fuerzas aereotransportadas y el efecto sorpresa: la “guerra relámpago” (blitzkrieg).

La película muestra todos estos factores como obstáculos que en corto tiempo y a costa del desastre en el frente occidental tuvo que enfrentar el recientemente nombrado primer ministro. Los acontecimientos y características señaladas se van acumulando una tras otras hasta llevar al personaje prácticamente al borde del hundimiento personal, político y militar. Mientras que sus reaccione iniciales van de lo cómico a lo patético, incluyendo decisiones militares dolorosas y otras, ingeniosas (que a la postre lo conducirían a superar el momento).

La parte débil del argumento es cómo logra salir y revertir la situación, basándose en una encuesta personal –sugerida por el rey Jorge V– a ciudadanos de a pie al interior de un vagón del metro de Londres, el cual Churchill nunca antes había utilizado. No deja de ser interesante, sin embargo, que un episodio parecido ocurra en la serie «The Crown», que transcurre a mediados de los años 50 y donde un Churchill físicamente más acabado –interpretado por John Lithgow– visita un hospital y descubre un serio problema de salud pública que ayudaría también a producir un decisivo giro dramático en esta notable serie de Nexflix. Esos episodios ejemplifican el alejamiento de la clase política respecto a los problemas cotidianos de la población, ilustrada en dos momentos distintos de la dilatada carrera política de nuestro personaje. En todo caso –y volviendo a «Las horas más oscuras»–, lo cierto es que Churchill logra convencer a su partido y al Parlamento de continuar la guerra solos en un memorable discurso (citado como audio al inicio de esta crítica, el de «lucharemos en las playas») y donde la cámara finalmente lo enfoca en épico contrapicado.

Esto nos conduce a la notable actuación de Gary Oldman, actor diestro en interpretaciones de personajes excéntricos y crueles (el corrupto inspector Stansfield, en «El asesino»), malhumorados (Beethoven, en «La amada inmortal») y hasta crípticamente siniestros («Drácula»); pero que últimamente ha ofrecido buenas actuaciones en papeles relativamente sosegados (el teniente Gordon, en El caballero de la noche) y hasta ejemplarmente comedidos (como George Smiley, en «El topo»). Digamos que su Churchill se halla a medio camino entre ambos extremos, es decir, entre sus papeles más estrambóticos (útiles para componer las facetas más extravagantes y malgeniadas del personaje) y los roles más circunspectos (base para los momentos introspectivos pero también los rasgos épicos requeridos para el rol).

Entre estos polos –y ayudado por un laborioso trabajo de maquillaje– Oldman ha logrado componer un personaje muy convincente, con un autocontrol supremo (del que quizás no es ajeno la mano de Wright) para no caer en la caricatura ni la solemnidad de cartón piedra. En tal sentido, recrea un Churchill humano, con sus idiosincrasias personalísimas pero también con sus momentos de inseguridad y hasta confusión ante el peso de los acontecimientos. El trabajo corporal y con la voz colaboran decisivamente para insertar al personaje dentro de esa ambientación grisácea –calmada en las locaciones palaciegas, agitada en las locaciones militares, estresantes en las calles y ambientes públicos–, de tal forma que interactúe en esos contextos con coherencia y termine por convencernos (en la ficción y en la actuación). No debe olvidarse que la anécdota política es un aspecto de la película, el otro es presentar un estudio del carácter y personalidad del protagonista. La extraordinaria la actuación de Oldman conjuga ambos niveles a la vez que construye el personaje y describe su proceso de liderazgo en términos políticos e históricos. Gran película.

Las horas más oscuras (Darkest Hour)
Reino Unido, 2017, 125 min.
Director: Joe Wright
Interpretación: Gary Oldman (Winston Churchill), Ben Mendelsohn (rey Jorge V), Kristin Scott Thomas (Clementine –Clemmie–, esposa de Churchill), Lily James (Elisabeth Layton, secretaria privada de Churchill), Stephen Dillane (Lord Halifax), Ronald Pickup (Neville Chamberlain), Samuel West (Sir Anthony Eden), Richard Lumsden (General Ismay), David Schofield (Clement Atlee), Nicholas Jones (Sir John Simon). Maquillaje: 20 profesionales cuyos créditos pueden consultarse en http://www.imdb.com/title/tt4555426/fullcredits


2 respuestas

  1. […] es absolutamente sublime. Su Mank es incluso más interesante y verosímil que su Churchill en “Las horas más oscuras”, un hombre increíblemente talentoso e inteligente, que es utilizado por sus superiores —Mayer, […]

  2. […] Gary Oldman por Las horas más oscuras (Dakest Hour). Personaje: Winston Churchill, quien en 1940 se convierte en primer ministro británico en un […]

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *