La obra que le ha dado a Chile su primer Oscar en la categoría de mejor película extranjera es la historia de una mujer transexual, protagonizada, como debe ser, por una mujer transexual, Daniela Vega, que ha volcado en su personaje buena parte de las experiencias de su propia vida. El premio a “Una mujer fantástica” reconoce evidentes e indiscutibles virtudes cinematográficas de la cinta, pero a la vez reivindica a uno de los colectivos más excluidos en América Latina y el Perú.
La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de EE UU ha premiado la historia de Marina, una joven mujer transexual que, en Santiago, una ciudad mayoritariamente conservadora, enfrenta la muerte repentina de su conviviente, un empresario veinte años mayor que ella. Con ello pierde a su pareja, pero también su casa, auto y todas sus demás pertenencias. Ninguna norma le permite quedarse con ellas y la familia de él no está dispuesta a reconocer siquiera que hubo allí una relación.
La película muestra cómo una transexual debe afrontar, incluso en sus momentos de desolación, prejuicios, desprecio, incomprensión, violencia, no solo de los familiares de su pareja sino del conjunto social. Pero muestra también cómo todas las personas, sobre todo las más excluidas, guardan dentro de sí una dignidad intocable capaz de hacerlas soportar cargas inmensas. Por eso la película es una mezcla de sentimientos que van del drama a la comedia amarga, de la realidad a la fantasía, del presente cruel al futuro halagador.
En este marco, lo que hace Daniela Vega no solo es técnicamente solvente sino humanamente verosímil. Muy verosímil. Y eso se lo debemos también a su director.
El chileno Sebastián Lelio Watt (Mendoza, 1974), ya había demostrado con «Gloria» (Chile, 2013) su gran sensibilidad para tratar la vida de mujeres marginadas sin caer en la condescendencia ni el cliché. En su película de 2013 supo retratar a una mujer que entra a la edad adulta mayor dispuesta a seguir viviendo sin bajar sus banderas ni descender al lugar de retiro que la sociedad le depara.
«Gloria» y «Una mujer fantástica» comparten esa mirada seca, a veces dura, del director que no pretende dar lecciones sino simplemente entender, ponerse en el lugar del otro o de la otra para descubrir esa humanidad que nos une a todos, pese a nuestras distintas realidades y a que gocemos o suframos diferentes vidas. Tal como lo ha comentado, Lelio le debe esta mirada a la poesía que, según él, es una marca de nacimiento en su país dada la influencia de gigantes del género como Gabriela Mistral, Pablo Neruda, o el recientemente fallecido Nicanor Parra, para nombrar a algunos, sin dejar de pensar en músicos-poetas como Violeta Parra o Victor Jara, entre muchísimos otros.
La influencia de la poesía en la obra de Lelio es patente en casi todo el metraje de «Una mujer fantástica», pero especialmente en aquellas escenas en las que Marina sale de la realidad para refugiarse y retroalimentarse en un mundo de fantasía que a veces es dulce (cuando vuela, por ejemplo) o amargo (cuando un fuerte viento casi se la lleva en cuerpo y alma).
Esa mezcla equilibrada de fantasía, realidad, ensoñación y crudeza hacen de la puesta en escena un vehículo muy eficiente para transmitir las emociones de una mujer excluida entre las excluidas.
Daniela Vega Hernández (Santiago, 1989) tuvo la suerte de contar con el apoyo incondicional de su familia cuando a los quince años decidió transitar de un cuerpo masculino a uno femenino. Esa suerte no es poco. En otros casos las personas transexuales deben huir de sus casas y en otros, los menos, acaban suicidándose, como no es inusual en nuestro país. Quienes sobreviven a todo ello deben seguir luchando contra un mundo que todavía se resiste a verlas como lo que realmente son, personas con iguales derechos, y que, por el contrario, las acosa, las violenta, les niega oportunidades y las trata muchas veces como parias o apestadas.
«Del dolor se aprende y se crece» le dijo a El País de España en febrero. «Los transexuales somos seres marginales. Se sufre mucho en la transición. Y ese dolor nos hace fuertes, duros, e incluso nos lleva a tener mal carácter».
A pesar del apoyo de su familia, Vega ha tenido que lidiar también con la sociedad. Antes de protagonizar la película que la ha puesto en la cima del cine mundial, como muchas otras transexuales ejercía como peluquera en un salón de belleza de Santiago, a pesar de haber protagonizado ya una película (“La visita”, 2014). De allí la rescató, si cabe el término, Sebastián Lelio, al convocarla, primero como asesora del guion de su película, y luego como protagonista de esta. Fue una excelente decisión, como lo prueban los cerca de treinta premios internacionales que han recibido hasta hoy, tanto la película como la actriz, entre ellos, además del Óscar, el Globo de Oro, el Goya, el Oso de Plata de Berlin, el Independent Spirit, el Fénix, y los del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, y de Lima.
Asimismo, Daniela Vega ha tenido el honor de ser la primera mujer transexual en ejercer como presentadora en la ceremonia del Oscar, y en el Perú, en ser la primera en ser reconocida como mejor actriz del Festival de Lima. Actualmente escribe un libro para la editorial Planeta y se prepara para el estreno de una nueva película en donde hará un papel femenino (“Un domingo de julio en Santiago”). Ha sido también la primera transexual en aparecer en entrevista y portadas en su país y el extranjero. Se ha vuelto ya un ícono no solo cultural sino también de la igualdad, no solo de su colectivo sino de todos los grupos marginados. No solo de Chile sino también del mundo.
Cuando «Una mujer fantástica» fue estrenada en Chile, Vega recorrió buena parte del país con un mensaje que debe haber llegado a miles de mujeres y hombres, transexuales o no: «Quiérete, amate y respétate de la manera más digna. Todos nuestros cuerpos transitan; yo lo hice desde el género, otros, lo hacen envejeciendo».
El Perú debe de ser uno de los países más atrasados de la región en cuanto al reconocimiento de los derechos de las personas LGBTI. Si ya la situación del colectivo de gays y lesbianas es difícil, la situación de las personas transexuales (femeninas o masculinas) es intolerable, pues son marginados incluso al interior del colectivo LGBTI. No hay políticas públicas efectivas para proteger su vida e integridad, y siguen siendo víctimas de crímenes que les producen lesiones graves e incluso la muerte. Ni siquiera hay consenso para tipificar como crimen de odio los cometidos en base a la orientación o identidad sexual de las víctimas. Asimismo, la discriminación contra ellas está fuertemente arraigada en el país, inclusive en los agentes estatales, especialmente los serenos y los efectivos policiales; pero también en el ámbito escolar, donde el bullying homofóbico es uno de los más recurrentes.
El Perú tampoco cuenta con una ley de identidad de género que facilite el cambio de nombre y de sexo en el DNI y otros documentos por una vía administrativa u otra rápida equivalente. Actualmente la única forma de realizarlo es a través de un proceso judicial, caro y de difícil acceso, en el que además debe justificarse el cambio con pruebas médicas. En Bolivia y Argentina, para citar ejemplos cercanos, esto se hace ya por vía administrativa y no requiere prueba alguna, porque de lo que se trata, como lo ha sostenido la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Opinión Consultiva 24), es de respetar el derecho al libre desarrollo de la personalidad que nos asiste a todos por igual.
Nuestro país también carece de políticas públicas suficientes, no contamos con datos confiables sobre el número de personas trans y su situación en relación con los derechos a la salud, educación y trabajo, por citar los más afectados. Lo que sabemos de algunas fuentes privadas es que los problemas de salud mental (causados, entre otras razones, por el grave estrés que les produce la discriminación) no son atendidos debidamente por el Estado, y que el impacto del VIH/SIDA es mucho más fuerte en ellas debido a factores particulares. Por otro lado, su acceso a la educación superior y universitaria y al trabajo es casi imposible, lo que empuja al sector más vulnerable de ellas a dedicarse a algunas labores que la sociedad les deja, entre ellas, la peluquería y, en el peor de los casos, la prostitución.
Es una muy buena noticia que Daniela Vega, Sebastián Lelio y «Una mujer fantástica» aporten de un modo tan potente para poner en la agenda pública un tema central de derechos humanos que nos interpela éticamente como personas y como país. El premio, por ejemplo, ha servido para que el Parlamento chileno vuelva a poner en debate una ley de identidad de género que ya había sido rechazada. Pero servirá también para hacer más visible a un colectivo que los latinoamericanos solemos esconder, negar o reprimir estructuralmente.
Las personas trans son seres extraordinarios, fantásticos en muchos sentidos. Valientes hasta el exceso, capaces de enfrentar el peso de tradiciones que buscan aplastarlas, muchas de ellas han sabido superar obstáculos que para la mayoría serían paralizantes. Ni excluidos ni víctimas, esperan ser tratados, sin ambages, como ciudadanos con iguales consideraciones y derechos que los demás. Por ello es imprescindible que las acompañemos en su lucha, para que lo más pronto posible el éxito personal y profesional de alguien como Daniela Vega deje de ser excepcional y se vuelva regla. Para que no sea necesario ser excesivamente valiente para ser fiel a uno mismo y, como tal, digno. Sería una forma concreta de construir de verdad un país justo para todos.
(Publicado originalmente en el suplemento “Semana” del diario El Tiempo de Piura, y en el blog Colpacwual).
Esta entrada fue modificada por última vez en 14 de marzo de 2018 19:36
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