[Crítica] «Judas and the Black Messiah»: entre la traición y la lucha

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Judas and the Black Messiah tuvo su estreno hace poco más de un mes y ya está posicionándose como una de las mejores producciones de esta temporada de festivales. Es el segundo film del director Shaka King y cuenta con los protagónicos de Daniel Kaluuya, interpretando al líder de los Black Panthers en Illinois, Fred Hampton; y de Lakeith Stanfield interpretando al infiltrado del FBI,  William O’Neal. El largometraje también cuenta con las apariciones de Jesse Plemons, quien es el que infiltra a O’Neal y Martin Sheen, interpretando a nadie más que el jefe del FBI, J.Edgar Hoover. Tremendo cast y tremenda historia.

La película llevaba siendo trabajada desde el 2014, año en el que casi se concreta su realización con un director distinto pero no se logró hacer. Luego de reescribir el guion, se añadió a King al proyecto y hacia el 2019, y con la bendición de la familia de Hampton, se inició el rodaje.

La cinta cuenta con productores de alto calibre, ellos son el mismo Shaka King, junto con Ryan Coogler (director de «Black Panther») y Charles D. King (director de «Sorry to Bother You»). De llevarse el premio a “Mejor película” en su reciente nominación al Oscar, sería la primera vez que un equipo enteramente conformado por afroamericanos se llevase este premio.

Pese a contar con un equipo tan reconocido en el medio hollywoodense y con actores de tal envergadura, el equipo tuvo muchas dificultades en encontrar inversores interesados en el proyecto. Los estudios no deseaban invertir en el largometraje. De hecho, Charles D. King financió la mitad del mismo. Para sorpresa de Shaka King, tuvieron que luchar por encontrar un estudio que respalde el proyecto y que apoyara su realización. Esperemos que tras sus recientes nominaciones en los premios Oscar la industria dé más oportunidades a producciones afroamericanas.

El largometraje cuenta la historia de la traición que llevó a la muerte de Fred Hampton, presidente de los Black Panthers en Illinois en los años 60, por parte de William O’Neal, un joven infiltrado del FBI a raíz de un crimen que cometió previamente. La película cumple un rol interesantísimo en situarnos en eventos históricos desde los ojos de un joven outsider, el personaje interpretado por Lakeith Standfield, William O’Neal,  un hombre aparentemente alejado de los movimientos por los derechos civiles de los afrodescendientes en Estados Unidos y que se ve obligado a estar en medio de la acción y de acercarse al emblemático Hampton. Poco a poco se comienzan a hacer borrosas las líneas que diferencian el espionaje y la creencia real en la causa en la que se ve involucrado O’Neal.

O’Neal se siente constantemente al borde de un ataque de nervios, la interpretación de Lakeith le da un matiz brillante de angustia contenida que ningún otro actor de su generación podría lograr, uno tiene la sensación de que durante las dos horas del largometraje él está temblando, sus ojos parecen vibrar cada vez que habla y sus acciones son todas hechas con miedo, es un retrato brillante de alguien en una situación imposible.

En su contraparte tenemos al personaje de Hampton, un líder nato con una seguridad imponente y una visión clara de su propósito de vida. Hampton, a través de la interpretación de Daniel Kaluuya, brilla en cada habitación en la que entra y la maneja con total naturalidad, todos a su alrededor quedan encantados con su presencia, emana la seguridad de los líderes de esa época como Malcolm X y Martin Luther King, Hampton es una leyenda en proceso de consolidarse y todos a su alrededor lo saben. Esto se nos presenta desde las primeras escenas de la película, Hampton, parece ser inalcanzable para los nuevos integrantes de los Black Panthers pero cercano y humilde para quienes forman su círculo más cercano y, como cualquier gran líder en su momento, sufre una persecución por sus ideas por parte de diversos grupos, inclusive estando en prisión. Él es el líder y debe ser eliminado.

King opta por empezar el largometraje con el interrogatorio a O’Neal décadas después de lo ocurrido, un O’Neal que no ha superado los eventos de sus días como infiltrado del FBI, el chantaje al que fue sometido durante años, y claramente aún perturbado por sus acciones e incapaz de dar justificaciones sobre lo que pasó. Pronto entramos en la década de los años 60 y de cómo se vió atrapado entre ser infiltrado o ir a la cárcel, siendo chantajeado por años y viviendo una doble vida que constantemente está a punto de ser revelada, O’Neal se maneja en un mundo de dobles agentes y torturas a quienes traicionan a sus compañeros, vive en miedo constante. 

«Judas and the Black Messiah» se afronta como una película de gangsters, “The Departed” de Martin Scorsese es una película con la cual tiene muchos paralelos narrativos. El personaje de Lakeith Stanfield y el de Leonardo Di Caprio tienen el mismo perfil, así mismo vemos que los temas de traición y grupos en constante lucha son afrontados de forma similar. “Judas” usa estos elementos mezclados con los biopic inusuales. Tenemos una recreación de una entrevista a O’Neal y  videos reales del verdadero O’Neal siendo interrogado sobre lo que ocurrió mientras era infiltrado del FBI.

La idea de empezar con la recreación del interrogatorio y terminar con el interrogatorio real produce una sensación de realismo a esta historia que pocas películas históricas logran, este realismo no se siente tedioso sino que le da más valor a lo que el espectador acaba de vivir por dos intensas horas. Sabemos que estamos frente a una historia con consecuencias muy reales.

Una característica interesante de «Judas and the Black Messiah» es la manera en que nos vamos acercando hacia los personajes, primeros planos en los apasionados discursos de Hampton y en el rostro de O’Neal desesperado, aprovechan muy bien la actuación de Lakeith. Esto se aprecia particularmente cuando O’Neal es puesto en apuros y cuando Hampton habla de su vocación, emociones muy distintas pero para las cuales el recurso de la cercanía que se nos propone funciona a la perfección. En cuanto a la fotografía, el director sabe muy bien cuando debe acercarse a los protagonistas y cuando debe observarlos con distancia, y a si mostrar la fragilidad de ellos y de su entorno.

Otro gran acierto del filme es contraponer a alguien con tanto carisma y presencia como Kaluuya con alguien tan enigmático e hipnotizante como Lakeith, quienes han sido recientemente nominados a los premios Oscar, muy merecidamente, por sus interpretaciones. Este es además un acierto en dirección, ya que, la manera en la que se maneja la potencia de Kaluuya está siempre contrapuesta con la ansiedad que expira Lakeith. Son dos interpretaciones que equilibran completamente la narración, sostienen un tema histórico y complicadísimo de tratar y lo hacen brillar.

Es sorprendente enterarse luego de la edad de los protagonistas de la historia, Hampton tenía 21 años cuando murió y O’Neal empezó a trabajar como infiltrado del FBI en los Black Panthers desde los 17 años, este impactante dato solo es reforzado por la crueldad que es mostrada en el filme, especialmente hacia hombres tan jóvenes. Lakeith mismo ha comentado a la revista Level que tuvo que acudir a terapia luego del rodaje debido a que la interpretación de la traición que su personaje debía cometer se sintió “muy real”.  Es justamente esa escena la que catapulta a Lakeith como uno de los mejores actores de esta generación, una brillante interpretación de un personaje complejo que toma una decisión y se arrepiente antes, durante y después de su ejecución. 

«Judas and the Black Messiah» es una excelente película que merece todas sus nominaciones, es un retrato brillante, con una dirección espectacular y protagonizado por algunos de los mejores actores que viven en la actualidad. No hay excusa para no mirarla y disfrutar dos horas de talento puro.


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