The Fabelmans (2022): Arte, familia y vida

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Hablar de la carrera cinematográfica de Steven Spielberg consistiría en hacer referencia a una gran colección de filmes que van desde los mayores blockbusters hollywoodenses, pasando por propuestas mucho más ambiciosas hasta producciones menos recordadas que incluso llegaron a fracasar. Sin embargo, dejando de lado los tantos aciertos y errores que haya tenido a lo largo de su vida en el mundo del cine, Spielberg ha sido capaz de mantener vigente su sello como un director capaz de contar historias clásicas dotándolas de vida y magia propia.

Habiendo dicho esto, es posible denominar a su nuevo proyecto, The Fabelmans (2022), como una historia casi autobiográfica en la que Steven plasma no solo su visión sobre lo que es hacer cine, sino también el gran conflicto que representa para una persona joven el decidir el incierto camino hacia su futuro en medio de un caos tanto externo como interno. En otras palabras, Spielberg dibuja una historia coming-of-age que tiene al cine y al arte como principales conductores pero que, al mismo tiempo, colisiona con los problemas y las necesidades del mundo real. Más allá de romantizar la profesión de hacer películas, se decanta por mostrar con sinceridad el sacrificio y esfuerzo de entregarse a esta.

Entrando en mayores detalles, la trama principal de la película sigue a Sam Fabelman, cuya afición al cine se ve puesta a prueba frente a la inevitable separación de su familia. A partir de esto, la película se encarga de desenvolver ambas tramas orgánicamente con una puesta en escena que se caracteriza por ser agradable y hospitalaria en un principio pero que, conforme avanza la cinta, va revelando el verdadero drama que ocurre dentro del hogar de los Fabelman. Esto da paso a temas tan interesantes como la salud mental, la libertad, los problemas de pareja y el enfrentamiento de la mentalidad artística-emocional con una más lógica y eficaz, conflicto que se personifica en los padres de Sam: Mitzi y Burt.

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En relación a lo antes mencionado, se valora bastante lo bien caracterizado de los personajes en la cinta incluso si alguno de ellos llega a caer en lo arquetípico o caricaturesco como es el caso de los estudiantes de secundaria a lo largo del tercer acto. Especial énfasis en la novia de Sam quien, a pesar de sacar algunas risas con su obsesión casi fetichista por la figura de Jesús, resulta fuera de lugar a comparación de otros personajes mucho más verosímiles. No obstante y más allá de estos problemas, es en el personaje de Mitzi Fabelman (interpretada por una fantástica Michelle Williams, quien demuestra su rango actoral en esta cinta) en donde la película realmente destaca, dibujando a una madre tanto amorosa como egoísta que alguna vez se sintió libre de dedicar su vida al arte. Esto da pie al conflicto antes mencionado con Burt Fabelman y a una relación bastante polarizada que dificulta el empatizar con ella pero que, al mismo tiempo, es capaz de darle credibilidad a una situación tan delicada como la que es el engañar a la pareja en medio del matrimonio, pues se ve cómo Sam y sus hermanas tratan de entender ambas partes dando cabida a escenas emotivas y significativas para el desarrollo del protagonista. Finalmente, hacer mención especial al trabajo actoral de Judd Hirsch y el mismo David Lynch quienes, en sus interpretaciones como el tío Boris y John Ford respectivamente, logran dar vida a dos de las escenas más memorables, graciosas y relevantes del filme.

Por otro lado, el apartado visual de la cinta resulta bastante acogedor con una paleta de colores en la que destacan los tonos marrones y azules, dando espacio a una atmósfera tanto hogareña como melancólica y nostálgica. En lo que respecto a planos en sí, existe una tendencia recurrente en el filme por mostrar imágenes reflejadas en espejos y otras superficies, recurso que resulta en una analogía sumamente interesante en relación al poder del cine para reflejar la realidad o modificarla, idea que toma mayor relevancia durante ciertas escenas en específico, siendo principal ejemplo de esto aquella en la que el amorío secreto de Mitzi es descubierto por Sam en una secuencia de tomas que logran tomar potencia gracias a la edición y el soundtrack.

Entrando a estos últimos puntos en mayor detalle, la película se encuentra editada de una manera bastante coherente y lineal, cosa que tal vez no sorprenda pero permite al espectador sentirse lo suficientemente cercano a la historia y a los personajes, todo esto gracias a un ritmo que, aunque no se mantiene del todo constante, es capaz de generar interés y apego. En lo que respecta a la banda sonora de la cinta, esta no resulta del todo memorable pero está bien trabajada y va acorde al tono y atmósfera de la propuesta, siendo las piezas más destacables aquellas que pertenecen al ámbito diegético, es decir, aquellas tocadas en el piano por Mitzi Fabelman. Finalmente, el diseño de producción obviamente es capaz de recrear la época a la perfección gracias al presupuesto de la cinta; sin embargo, es al momento de dar vida a las pequeñas producciones caseras de Sam Fabelman donde realmente se diferencia, demostrando una faceta mucho más orgánica y creativa.

Habiendo hecho una revisión general, es posible concluir que The Fabelmans es una película que irradia carisma y juventud pero que, al mismo tiempo, es capaz de mostrar facetas mucho más realistas y complejas incluso si no las logra aterrizar del todo o se contradice de momentos. En pocas palabras, estamos ante una película que, incluso con sus errores, es suficientemente sincera y personal, una carta para la juventud de parte de Steven Spielberg. 

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