«Aftersun» (2022): La memoria y la familia

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Hay algo particularmente incómodo y único en ver a tus padres llorar. Parece romperse un implícito acuerdo de confidencialidad; se desdibujan los roles y se difuminan las barreras y jerarquías; se establece una suerte de incómoda paradoja: aquel que debe cuidarte necesita que le cuides y probablemente no sepas bien cómo hacerlo. En Aftersun, de Charlotte Wells, Sophie, la preadolescente protagonista del film, puede que haya visto llorar a su padre, Paul, unas cuantas veces, o puede imaginar que lo vio, o solo recordar que lo hizo, aunque no sea cierto el recuerdo. Quien sí lo ve, y en primer plano, es la audiencia y, reconociendo que el film se narra desde el punto de vista de Sophie -y con exquisita naturalidad-, es evidente que nuestra reacción es muy cercana a la que ella tendría. La incomodidad ante el conflicto de Paul es evidente. La empatía hacia él, también. Aftersun, sin ser dramón ni lección narrativa, mete el dedo en la herida e indaga en lo más íntimo, con efectos devastadores.

El film juega en cuatro planos narrativos. El primero, y más evidente, es la narración de un viaje familiar: Paul y Sophie se van de vacaciones a un resort en Turquía a finales de los 90. Dado que el viaje se contrapone con escenas de una Sophie adulta, el segundo plano, queda claro que evocar este viaje responde a un emotivo ejercicio de memoria. El tercer plano viene cortesía de la propia Sophie púber, quien, cámara en mano, filma ocurrentemente lo que le sucede a ella y a su padre. “Si no es allí, será en la cámara de mi cabeza”, dice Sophie, y tiene razón, pero lo que no dice es que la cámara de la cabeza es menos creíble y, en el fondo, una herramienta peligrosa: los recuerdos pueden alterarse y suprimirse, o, peor aún, relacionarse con el trauma, como se ve en el cuarto plano narrativo, una serie de escenas sacadas de la cabeza de Sophie, una suerte de pesadilla que media entre pasado y presente.

Aftersun es cine observacional. Eso quiere decir que los eventos no suceden, en el estricto sentido de la narrativa, sino que se intuyen a partir de lo que vemos en la pantalla. Muchas de las cosas que vemos en Aftersun son memorias o fragmentos de la imaginación y no sucesos del presente, ni siquiera sucesos reales. Muchas de los conflictos en torno a los personajes son apenas suposiciones de la audiencia. Mucha de la relevancia emocional del film depende del espacio entre escenas, aquello que se deja fuera del montaje, lo invisible. Charlotte Wells, sin embargo, sí quiere que desentrañemos el conflicto, que sugiramos numerosas hipótesis en torno a lo que vemos. El tono de Aftersun, con los abruptos cortes al presente o a las pesadillas de Sophie, y la inquietante banda sonora del film nos sugiere que va a suceder algo, o, incluso más, que algo ya está sucediendo. Evidentemente, no sabemos qué es. Pero la curiosidad es notable. Y las pistas de Wells son suficientes.

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Nos disponemos a desentrañar a Paul. Los libros de tai chi, las prácticas de relajación y los comentarios en torno a la defensa personal sugieren un pasado de violencia. Su excesivo cuidado por Sophie, evidente desde la suspicacia con la que mira a amigos suyos o su énfasis en dormir en camas separadas, parece partir de una suerte de expiación: ser un mejor padre para ella y protegerla de todo, incluso de él mismo. Su pasado se revela a partir de una serie de anécdotas causales, que salen a la luz forzadas por la curiosidad de Sophie. Su juventud, señalada por los otros personajes, y su falta de estabilidad financiera, señalada por la seguidilla de proyectos económicos sin tanto futuro, sugieren barreras para Paul, objeciones a su figura paterna, una forma de incumplir su rol, al menos desde lo tradicional.

La tensión emocional en el film, entonces, surge de las contradicciones de Paul, sobre todo desde la paradoja en sus intenciones: mientras más se esfuerza en ser el mejor padre para Sophie, más se da cuenta de lo lejos que está de ese modelo ideal, lo cual dificulta su tarea y termina por cumplir la regla. Que Sophie esté dotada de una eminente curiosidad y gran capacidad inquisitiva solo parece complicar más el asunto. Cada pregunta aumenta la presión de Paul y le acerca a la frustración. Aquí Wells no solo reflexiona sobre la familia, sino que, dada la presencia de la videocámara de Sophie, se reflexiona sobre el rol del cine: el cine que, en su intento por desentrañar la verdad, somete a los sujetos que filma a una presión evidente, una suerte de incontrolable paranoia al saber que son seguidos por la lente y que todo lo que esta registre permanecerá por siempre. Por eso, ante una serie de incómodas preguntas, Paul le pide a Sophie que apague la cámara. Necesita un espacio confidente.

Este tipo de confrontaciones responden a procesos cotidianos. En Aftersun no hay giros violentos o vueltas de tuerca difíciles de seguir: tan solo, una serie de pequeños disparadores (la pérdida de una máscara de buceo, una incómoda sesión de karaoke o una pelea por una mala cara en una comida) que, tanto para Paul como para la audiencia, son incómodamente cercanos. Aquí la condición más problemática del viaje familiar, sobre todo en una familia en conflicto: los problemas cotidianos se alargan y se ensanchan ante la rutina del viaje, ante la imposibilidad de un escape, ante la restricción de la rutina y el espacio. Los problemas tienen un fondo paradisiaco, pero la crisis sigue allí, o, peor aún, parece más grave, sobre todo cuando una idílica vacación no parece resolverlos.

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El film captura con sinceridad la sensación de eminente melancolía de los viajes familiares, la incomodidad y vergüenza de viajar con tus padres, la sensación de que el viaje y el verano están por acabarse, las posibilidades y limitaciones de los centros turísticos todo-incluido. La cámara de Wells está dotada de suficientes trucos para generar este efecto: el foco nunca está en el centro de una composición -como haría un film normal- y cada rayo de sol y ruido del mar se hace más obvio en la pantalla, como si la película hubiese sido extirpada de la cabeza de Sophie directo a una sala de cine. La experiencia sensorial e íntima, incluso voyerista, se parece a la misma sensación de incómoda curiosidad de la adolescencia, misma sensación que se produce cuando ves a tu papá llorar.

En el cierre, es evidente que cierto trauma rodea la vida de Sophie. La memoria es así: un mar de respuestas a medias, de preguntas sin responder, de tramas llenas de huecos. El ejercicio de recordar, así como el cine, tratan -y no siempre con éxito- de complementar la memoria y suplir sus carencias, parchar y cubrir los vacíos con lo que se pueda, aun cuando esto no sea un recuerdo per se, sino un acto de imaginación, una manifestación cognitiva del dolor o un simple recurso narrativo. La barrera es bastante difícil de discernir. 

Y creo que conviene que así sea. De esa forma, Aftersun es más honesta.

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