Críticas

Festival de Lima: «Cielo abierto» (2023), el tiempo recobrado

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Hace medio siglo Arequipa era conocida como la “Ciudad Blanca” debido a sus muchas construcciones hechas con sillar, una piedra volcánica con la que se edificó su casco histórico y buena parte de la ciudad. Hoy, Arequipa luce muy diferente con respecto a hace 50 años y, con el crecimiento urbano desordenado, moderno e informal, se ha perdido algo de aquel antiguo encanto. 

Aun así, se mantienen las canteras de sillar en Añashuayco, las que se han convertido en una atracción turística; pero también, al mismo tiempo, han sido escenario de por lo menos dos películas en años recientes. La primera se llama precisamente “La cantera” (2019) y está dirigida por el realizador Miguel Barreda Delgado y, la segunda –que comentaremos en esta ocasión– es “Cielo abierto”, de Felipe Esparza.

La diferencia entre ambas es que la de Barreda –por cierto, muy interesante y bien realizada– es una obra de ficción sobre la base de una dramaturgia clásica y teniendo este escenario natural como un espacio dramáticamente ominoso. Mientras que el filme que reseñamos mezcla documental con ficción y transcurre en similar lugar; así como en la Iglesia de La Compañía, en Arequipa. Estas dos obras relevantes ejemplifican el importante avance del cine en esta región del país, así como en otras.

Los documentales son de diversos tipos o clases, pero, por lo general, su contenido se desarrolla desde las imágenes apoyadas por testimonios. En el caso de “Cielo abierto”, hay una combinación en la que lo principal está en las imágenes y, en lugar de testimonios, se presenta un acotado relato de ficción. 

En mi crítica a “Diógenes”, la cinta que Leonardo Barbuy filma en Ayacucho, destacaba su enfoque calmado y parsimonioso; así como su contrastada y elaborada fotografía. Aquí encontramos un enfoque parecido, salvo que Esparza evita la estilización fotográfica y prefiere una mirada más bien inquisitiva, indagatoria, objetiva. Al mismo tiempo, se concentra en la duración, es decir, en fijar la mirada en el paisaje, tanto en la cantera como en la iglesia. 

Ver esta película es recuperar los momentos de observación en la vida, pero hacerlo detenida, lenta y reflexivamente, “entrenando” la mirada y dejando que lo cotidiano logre abstraer al espectador del espacio físico hasta conducirlo a un momento de observación introspectiva. 

Obras como “Cielo abierto” (y, en parte, “Diógenes”) buscan recuperar ese tiempo propio, en términos reales no virtuales, aunque en el filme que comentamos se aprecian videojuegos y se recupera la tecnología virtual poniéndola al servicio de esa observación detenida en lo real; ya no solo la imagen o la duración, sino también –por esas rutas– develar o profundizar en lo real. 

Su parte narrativa y ficticia es más bien pequeña, con casi la misma importancia que las diversas formas –trabajadas y no– del sillar o el auscultamiento detallado de la bella cúpula de una iglesia colonial. Tenemos un padre y su hijo. El primero, un trabajador manual viudo, dedicado a exclusivamente a una labor dura y rutinaria en la cantera, mientras que su hijo labora en la fotogrametría con dron, mediante la cual se consiguen medidas muy precisas para crear modelos 2D y 3D de determinados espacios, como la Iglesia de La Compañía. Esto podría ser un simple comentario de las diferencias generacionales, representadas por herramientas tecnológicas y saberes muy disímiles pero sirve para mostrar, durante buena parte del filme, la jornada de trabajo de ambos personajes. 

La otra parte de la ficción narrativa es que la separación de padre con hijo se vive en el marco de un duelo por la madre fallecida, aunque no se menciona el origen de tal separación. Además, ni siquiera se llega a conocer a la finada: su rostro aparece en un gastado cuadro cuya foto se ve borrosa por el tiempo y el polvo. Queda como tarea para el espectador imaginar cómo y por qué se produjo esta separación, así como las circunstancias de la muerte de la madre. En este tipo de películas siempre quedan cosas que el espectador debe imaginar. 

Sin embargo, esta situación apenas planteada se compagina sutilmente con algo de lo mostrado a modo documental; por ejemplo, el blanco del sillar sugiere la muerte y se relaciona (léase, se enfatiza) con el duelo, o las imágenes que “analizan” la estructura interna de la iglesia (producidas por la fotogrametría) evocan la trascendencia post mortem, en una locación religiosa. En ambos casos, la ficción penetra e impregna los espacios físicos que se exhiben en la obra.   

“Cielo abierto” es una película poco pretenciosa, clara y sencilla, que visibiliza el mundo en medio de un duelo intergeneracional entre canteras de sillar y cúpula con dron. Muy interesante esfuerzo de recuperación del tiempo y relación con el espacio, focalizándose en capturar la realidad del entorno circundante.   

Esta entrada fue modificada por última vez en 10 de septiembre de 2023 20:21

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