Críticas

[Crítica] «Los asesinos de la luna», de Martin Scorsese

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Admirable película de Martin Scorsese, tanto por su despliegue audiovisual como por evidenciar rasgos insospechados del exterminio indígena hasta los inicios del siglo XX en los Estados Unidos, atizado por la codicia que generaba en la población blanca de Oklahoma, Estados Unidos, la explotación petrolera en territorio de los nativos Osage, aunada a una historia de amor gradualmente envilecida por lo anterior. 

Lo que sorprende desde el comienzo es la existencia misma del pueblo Osage y un hecho hasta hoy casi desconocido de la historia estadounidense. Lo que Scorsese aprovecha para mostrar el entorno cultural híbrido de los indios y mestizos, reflejado –de un lado– por sus atavíos, ritos y tradiciones, y –de otro– mediante su vestimenta, hábitos y viviendas, propios de los blancos. Soportado por un gran trabajo de reconstrucción histórica y dirección artística.

Este es uno de los principales atractivos de la película ya que las ceremonias de matrimonio, defunción, así como las escenas de vida hogareña e interacción social interraciales sostienen el interés del espectador al menos en el primer tercio o en buena parte de la cinta.  

Esta presentación de los Osage se refuerza con el hecho de ser los propietarios de ricos campos petroleros y, al mismo tiempo, ser tratados legal y paternalistamente como personas inferiores; que requerían el emparejamiento con la población blanca mediante tutores legales encargados de administrar su riqueza y propiedades. Mientras que sus problemas de salud, expresados –aparentemente– en su menor esperanza de vida en aquella época, son consecuencias de una situación anterior de extrema pobreza, desarraigo y marginación. 

Se trata, entonces, de una integración forzada, en la cual el pueblo indígena se encuentra en una posición de subordinación, relativamente mediatizada por los considerables beneficios que obtenía del petróleo. Las tensiones apenas ocultas de este peculiar contexto, mutuamente aceptado, se manifiestan por dos líneas narrativas. La primera es la secuencia de asesinatos y muertes (principalmente de mujeres nativas) para apropiarse de sus bienes y, la segunda, el desarrollo de una historia de amor entre Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio) un joven blanco recién llegado a casa de su tío William ‘King’ Hale (Robert De Niro) y una adinerada doncella indígena, Mollie Kyle (Lily Gladstone).    

Toda la fuerza de la puesta en escena son las múltiples manifestaciones de la avaricia y la apetencia (apenas controlada) de dinero por parte de los blancos, ante una nación aborigen cuyos pares habían sido exterminados. En el filme se muestra la continuación de este exterminio mediante una gradual secuencia de asesinatos con el fin de apropiarse de su riqueza; mientras que se  menciona también –fugaz pero significativamente– la masacre de una población afrodescendiente en circunstancias y con fines similares. Esta adicción al dinero me parece tan estadounidense como el gusto por el espectáculo mediático, que hace inesperadamente su aparición en el desenlace de esta cinta, a cargo del propio realizador.  

Scorsese se esfuerza por develar y transmitir este profundo conflicto a través de las acciones que se construyen a partir de sus tres protagonistas principales. El más siniestro es el veterano William ‘King’ Hale, quien evoluciona desde un aparente respeto y amistad con los Osage, hasta su contrario. Haciendo gala de sutileza, manipulación y embustes sobre sus sobrinos Ernest, Byron (Scott Shepherd) y otros personajes locales, busca capitalizar los asesinatos para quedarse con todo. Mientras que Ernest, lenta y progresivamente, va siendo funcional a las intenciones de tu tío, hasta caer finalmente en sus redes, atizado también por la avaricia. 

De otro lado, la tercera protagonista principal, Mollie, esposa de Ernest, simboliza el papel de víctima del pueblo Osage, y su vida va siendo lenta y gradualmente apagada, cual Napoleón en Santa Elena. Sin embargo, este enfoque victimista se contrapesa en parte con la actitud reactiva de las autoridades y líderes Osage, quienes viajan hasta Washington y llegan a reunirse con el presidente Calvin Coolidge. Como resultado, la lenta maquinaria policial se pone en marcha, a través del envío de un equipo del entonces Bureau of Investigation (BOI, que pronto se convertiría en FBI), liderado por el agente Thomas Bruce White (Jesse Plemmons).

De esta forma se desarrollan, en el marco de una secuencia lineal, tres narraciones entrelazadas: la de los asesinatos (que proveen la mayor parte de la acción externa), la relación entre Mollie y Ernest (donde se incide más en los conflictos internos de la pareja) y la pesquisa policial-judicial (que ahondan en las motivaciones de los protagonistas y el desenlace de estas tres líneas). Siendo la más interesante –ligeramente por encima de los asuntos de racismo e hibridación cultural– la historia de amor auténtico que une a la pareja protagonista. Ello porque el filme muestra el lento y doloroso desmoronamiento emocional del matrimonio provocado por el aplastante peso del dinero y el poder sobre los sentimientos.

Lo que nos conduce a la construcción de los personajes por parte de las notables actuaciones de sus intérpretes. Está claro que De Niro y DiCaprio son dos monstruos de la actuación que cumplen con creces sus papeles. Especialmente De Niro compone a su personaje como un proto gangster, es decir, un antecesor de los grandes roles que lo han hecho merecidamente famoso. Su versión de Hale es menos vulgar y más refinada que la del pandillero de los bajos fondos, más intuitivo y menos calculador en sus maquinaciones, combinando en dosis justas (creíbles) cinismo y zalamerías; y, aunque va mejorando su desempeño criminal, termina atajado por la acción de la ley.

DiCaprio, por su parte, compone el que quizás sea el papel menos glamoroso de su carrera, hasta el momento. Su Ernest es una compilación de los comportamientos más rastreros (pusilánime, corto de miras –tanto en sus ambiciones como en la planificación de sus acciones–, de inteligencia limitada, torpe, carente de todo norte moral), pero enamorado y, por tanto, sufriente ante el destino de Mollie; en el que él cumple un rol activo. Es el papel que combina con mayor intensidad tanto los conflictos externos con los internos. Realmente notable cómo llega a insuflar una muy sutil veta trágica a un personaje tan mediocre y carente de mínimas virtudes y cualidades humanas.

Ambos son apoyados y/o acompañados por roles menores, cuya función es evitar el esquematismo. Así, Hale se apoya en Byron, su otro sobrino, para quedar encubierto como autor intelectual, mientras que manipula a los médicos y las autoridades local para que participen o ignoren los crímenes; de esa forma, puede mantener sus buenas relaciones con las autoridades indígenas. De otro lado, Ernest se relaciona con una pequeña pero variopinta galería de tipos humanos de baja estofa a los que a duras penas logra convencer para que ejecuten sus delitos, ejecutados con suficientes errores, por defecto o exceso; dejando un buen flanco abierto para las indagaciones del BOI.             

De esta forma, las acciones criminales resultan compatibles con las habilidades y, especialmente, las limitaciones y torpezas de sus perpetradores; a todo nivel. Al mismo tiempo, facilitan la acción de los investigadores y delimitan su actividad a un desempeño profesional convencional, un poco más que rutinario pero correcto y eficaz; evitando cualquier idealización o rasgo épico de su accionar policial (papel que le cae a pelo a Plemmons). Mientras que, en el tramo final, judicial, aparecen algunos roles secundarios a cargo de actores de más peso (físico o en experiencia): Brendan Fraser (como W.S. Hamilton, el abogado de Hale) y el veterano John Lithgow (como el fiscal Peter Leaward); que logran hacer más llevadero el tramo final de la cinta.

Un poco en contraposición a estos roles tenemos a Lily Gladstone, cuya Mollie cumple un papel ligeramente más simbólico que dramático. En ella convergen el amor y la enfermedad (diabetes) que terminan por volverla un personaje afligido, que ve a su madre y hermanas desaparecer, ya sea por muerte natural como por los asesinatos. En su fidelidad a Ernest, reproduce en la pareja la buena relación oficial entre Hale y los líderes Osage. Esto no quita que, en términos dramáticos, fusione una cierta pasividad con firmeza e iniciativa crecientes, pero limitadas por su doble condición subordinada, de poder y de género; y, luego, por el dilatado aunque temporal declive producido por la enfermedad.

Ella también tiene un entorno familiar variado, que incluye advertencias premonitorias de la madre y pequeñas historias de sus hermanas (una de ellas de armas tomar, literalmente); así como relaciones antiguas con algún líder nativo. Esto también colabora tanto a mostrar la diversidad de temperamentos al interior del grupo subalterno como el aporte de estos relatos y sus desenlaces para convertir a Mollie en un símbolo de la opresión a los Osage; mitigando hasta cierto punto el enfoque puramente victimista que el realizador intenta evitar.

Pese a los grandes logros de esta notable cinta de Scorsese, hay que decir que está un peldaño más abajo que varias de sus obras anteriores. Aunque es difícil establecer comparaciones entre películas muy distintas, basta ver la rica estructura narrativa de “El irlandés”, por ejemplo, para colocarla por encima de “Los asesinos de la luna”. No hablemos ya de otras obras donde la avaricia también juega un rol preponderante, como “El lobo de Wall Street”. Hay otras películas del realizador que la superan, aunque por muy pequeño margen, ya que igual estamos ante una película soberbia, cuestionadora y sorprendente. 

Una pequeña debilidad del filme, que comparte con “Oppenheimer”, la monumental cinta de Christopher Nolan, es que en su tramo final asume gran preeminencia un esquema de interrogatorio más oral que visual. En el caso del biopic sobre el creador de la bomba atómica, luego del estallido del artefacto en Los Alamos, el filme se centra en los procedimientos seudo judiciales tanto a Oppie (en una comisión investigadora ad hoc) como a su enemigo Strauss (en el Congreso yanqui). Mientras que en la obra sobre los Osage, el tramo final se extiende principalmente a los interrogatorios policiales y judiciales, algo enrevesados con sus idas y vueltas, aunque con ciertos rasgos intimistas.

La diferencia entre ambas obras es que la de Nolan mantiene el recargamiento formal (manejo de varios puntos de vista, montaje fragmentario, saltos de tiempo, música insidiosa, etc.), con su típicos sobre énfasis, subrayados y verbosidad para entrar con detalle a refutar el intento de desacreditar al ilustre científico. Mientras que Scorsese más bien elige, mediante un tempo relativamente calmo, el camino del desnudamiento emocional, sobre todo de Ernest y Mollie, como resultado de lo descubierto por la acción del BOI; apostando por describir el derrumbe emocional de la pareja. Más que intensidad, hay un sobrio y algo contenido apagamiento, siendo el episodio final un desenlace adecuado. 

Si Nolan busca reivindicar y rehabilitar a su protagonista, Marty nos deja más bien una sensación descorazonadora sobre el destino de los Osage, un caso revelador de la sociedad y cultura materialista yanqui, obsesionada por el dinero y la codicia, que busca exterminar a una población racializada aunque paradójica e insólitamente enriquecida. Notable película, interesante, sorprendente y cuestionadora en más de un sentido.

Esta entrada fue modificada por última vez en 13 de noviembre de 2023 11:37

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