Festival de Lima: “Ramón y Ramón” (2024): raíces sin tierra firme


Tras recibir las cenizas de su padre, con quien mantenía una relación distante, Ramón (Emanuel Soriano) conoce a Mateo (Álvaro Cervantes), un español varado en Lima, durante el confinamiento por la pandemia. A pesar de sus diferencias, el protagonista del título desarrolla una conexión profunda que lo impulsa a emprender un viaje hacia Huancayo para retornar los restos de su progenitor. 

Ha pasado exactamente una década desde que Salvador del Solar nos presentó su primera película como director: Magallanes (2015). Creo que no hay mucho que decir sobre esa cinta que no se haya dicho ya, sabiendo que fue un proyecto que nos tomó por sorpresa como un thriller bastante sólido sobre la memoria y los estragos que causa el olvido forzoso. Lógicamente, después de verla, uno esperaba con ansias el siguiente paso del conocido actor detrás de cámaras, con la expectativa de que redoble la apuesta o tome algún nuevo riesgo.

Se podría decir que terminó tomando lo segundo, pero completamente fuera del cine, al incursionar en la actividad política, la cual no fue del todo amable con él, y que le representó un periodo largo sin participación suya en el cine. Una vez terminada esa etapa, lo vimos volver a la actuación y, en el momento menos pensado, vuelve también a la dirección, exactamente diez años después de aquel gran filme.

Este preámbulo, aunque resumido, sirve para entender qué lo llevó a asumir el mando de la película que nos convoca ahora, que desde ya adelanto que está lejos de ser como Magallanes. Por lo que se sabe, Ramón y Ramón no fue un proyecto que Del Solar haya impulsado por cuenta propia en su totalidad, ya que la película surge a partir de una idea original de Miguel Valladares, productor general de Tondero, quien también debutó este año como director. Con esa idea como punto de partida, Del Solar, junto a Héctor Gálvez, puso en marcha la historia, añadiendo nuevos temas. Aun así, no deja de ser hasta cierto punto, uno de esos trabajos “por encargo” que algunos directores aceptan para mantenerse activos dentro de la industria.

Esto no es necesariamente algo negativo, ya que hay cineastas que logran entregar obras de gran calidad incluso bajo estas condiciones (James Mangold es uno de los mejores ejemplos del Hollywood moderno), sin comprometer su visión ni sus ganas de desafiar lo establecido. Lamentablemente, para haber sido una tarea cumplida de forma profesional, da la impresión de que Del Solar no tuvo ese compromiso artístico necesario para elevarla por encima de la media, aunque sin hundirse por completo, vale aclarar.

Ahora bien, antes de entrar en lo que falla, conviene señalar qué funciona mejor en la película. Mientras la veía, tenía dudas respecto al uso del contexto pandémico, preguntándome si realmente era esencial para el desarrollo del relato. Tras procesarlo, logré entender que lo que agobia a Ramón es la distancia con su padre, incluso después de su partida. En ese sentido, el director aprovecha ese periodo marcado por el distanciamiento para construir a un protagonista que, justamente ahora más que nunca, desea tener a alguien cerca. En medio de la frialdad de las mascarillas, el contacto mínimo y los toques de queda, es palpable el deseo por sentir algo que nadie, en ese momento, le puede dar.

Ahí surge otro acierto: no se recurre a una vía romántica convencional en la búsqueda de consuelo. Quizá por eso un personaje como Mateo termina funcionando mejor de lo esperado, ya que no se limita a ser un interés amoroso para Ramón, sino que representa un soporte emocional que lo acompaña en su viaje. Juntos construyen una amistad que también sabe cuándo dar paso a la distancia, porque esta es una historia de culpas, pero también de empatía, de comprender el sentir del otro. Todo eso, dentro de lo que cabe, está bien planteado.

Sin embargo, más allá de esos aciertos aislados, el problema principal del filme es que no logra dar forma coherente a ese cúmulo de ideas. La propuesta no termina de sentirse honesta ni fluida. Que no se malinterprete: no sugiero que la película sea malintencionada, pero, irónicamente, su mayor debilidad puede ser que se sostiene únicamente en sus buenas intenciones. Cuando Ramón finalmente emprende su viaje, después de haberle dado muchas vueltas a su pérdida —una que durante gran parte del film solo se exterioriza mediante palabras—, la historia se desmorona.

Aunque se alcanza la esperada resolución y ese reencuentro con sus raíces en Mito, la tierra de su padre, el momento carece del peso emocional que requería. Como mejor ejemplo de ello está lo relacionado con la danza de la huaconada, que parece destinada a ser un elemento clave, pero termina convertida en un mero adorno, sin una exploración real de su significado. Ese contexto cultural, que podría haber profundizado el vínculo entre Ramón y su padre, queda reducido a una explicación superficial. Es cierto que hacia el final se intenta resignificar la danza como símbolo de la “máscara” que marcaba la distancia entre ambos hombres, pero ese intento no resulta especialmente enriquecedor.

Sin dar mayores detalles sobre el cierre, lo cierto es que el momento no se siente catártico, como supongo que pretendía ser. Y eso aplica tanto para la relación de Ramón con su padre como para su vínculo con Mateo, cuyo mayor mérito, como ya señalé, es no quedarse en la categoría predecible de interés romántico. Sin embargo, esos pequeños logros narrativos pierden fuerza si están filmados con la misma distancia emocional que atraviesa el resto del metraje, como si Ramón nunca hubiera salido de su departamento. Esto refuerza el tono solemne que recorre el filme, que parece autoimponerse la obligación de no sentir nada más allá de un profundo pesar, sin espacio para otros matices, llegando al punto de tener dos películas distintas desarrollándose al mismo tiempo: una sobre lidiar con la pérdida y otra sobre reencontrarse con las raíces perdidas por la distancia.

Por todo lo dicho anteriormente, considero que Ramón y Ramón es una gran decepción. Ya mencioné los aspectos rescatables, entre ellos la actuación siempre cumplidora de Emanuel Soriano en el rol principal, que contribuye a dar cierta tridimensionalidad a un relato que el guion no logra sostener por sí solo. Pero más allá de eso, la película deja una sensación de vacío. Pese a que su mensaje sobre el perdón y la importancia de entender que formar vínculos no implica necesariamente depender de ellos es válido —y hasta necesario en tiempos marcados por la distancia—, sigo pensando que el director pudo haberse acercado más a la historia, encontrar la forma de apropiársela y darle ese giro necesario para que encajara mejor. Solo queda esperar que no pasen otros diez años, y que un cineasta tan prometedor como él, ahora reencontrado con el oficio, nos vuelva a entregar una gran película.


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