Festival de Lima: “Ramón y Ramón” (2024), de Salvador del Solar


“En algún momento vas a tener que decidir quién vas a ser. No puedes dejar que nadie tome esa decisión por ti”. Esta icónica frase de Luz de luna (2016) bien pudo servir de inspiración para el segundo largometraje como director del reconocido actor Salvador del Solar, no solo por su protagonista homosexual sino también por su intento de afirmar una identidad adulta frente una figura paterna ausente. Pese a sus nobles intenciones y a su condición como primera coproducción peruana de Agustín Almodovar, Ramón y Ramón se queda bastante corta respecto al oscarizado filme de Barry Jenkins y a títulos peruanos que han abordado el nexo entre paternidad y homosexualidad como Retablo (2017). Puede decirse que ningún miembro del equipo creativo de esta obra supo ver lo que podía llegar a ser.

La historia nos devuelve a la Lima del reciente confinamiento pandémico donde Ramón Alcócer (Emanuel Soriano) recibe las cenizas de su padre homónimo de manos de un repartidor motorizado, como si fuera un paquete cualquiera. Ramón extrañamente lo trata como tal, dejando el duelo a un lado mientras sigue sufriendo por una reciente ruptura amorosa. Su lamento se interrumpe con la llegada de Mateo (Álvaro Cervantes), un turista español varado por las restricciones del confinamiento que alquila un cuarto en el mismo edificio miraflorino. A medida que se hacen amigos, Ramón confiesa que la relación con su padre estaba rota desde antes de su muerte, y es por eso que busca la forma de desafiar las restricciones de transporte para trasladar sus cenizas a su pueblo natal de Mito, Huancayo.

El ritmo narrativo de la película es lento desde un inicio, en parte por la rutina de confinamiento de Ramón. Salvo por un par de secuencias creativas como las de las juergas solitarias del protagonista, el aspecto visual de la película resulta bastante monótono. Aunque se podría justificar como un intento por replicar la irritable quietud que caracterizó al confinamiento, lo cierto es que en dicho período se realizaron cortometrajes mucho más dinámicos y cautivantes pese a sus limitaciones creativas. Tampoco ayuda que Ramón se estanca en una tristeza perenne que contrasta dramáticamente con la crisis humanitaria de los migrantes internos que él mismo ve por televisión. En ese sentido el primer cuarto de hora del filme pudo descartarse.

Con la aparición de Mateo se esboza una segunda película algo más amena que se asemeja al inicio de Todos somos extraños (2023). El guion acierta en frustrar un romance instantáneo estereotipado dentro de un drama más sobrio, pero Mateo entonces termina convertido en un personaje secundario fortuito. Su rol habría sido más convincente como un familiar o un amigo de la infancia de Ramón antes que un turista español que claramente solo responde a la cuota de coproducción. El verdadero potencial narrativo del filme se desarrolla a partir del viaje de ambos hacia Mito ya que incluye situaciones emotivas convincentes como la del brindis familiar, y el espléndido patrimonio cultural de la Huaconada. 

Emanuel Soriano cumple con retratar la depresión y confusión de un Ramón parcialmente desarrollado por un guion que se conforma con señalar el distanciamiento paterno como origen de sus aflicciones adultas, lo que se traduce como un estereotipo homofóbico más que paradójico para un filme con un protagonista gay. Álvaro Cervantes sí que pudo ser reemplazado por cualquier otro actor (extranjero o peruano) con capacidad de plantear mayor complicidad con Soriano. Pero la elección de casting más desconcertante es la de Jely Reátegui como la prima huancaína de Ramón, un rol que pudo corresponder a una actriz oriunda de la región antes de recurrir a una caracterización que bordea el infame disfraz andino previamente denunciado por la crítica de cine Mónica Delgado.                  

El mayor error de Ramón y Ramón es el de haber extendido una trama que encajaba mejor en un mediometraje. Su contextualización de la pandemia termina por ser superflua e incluso ofensiva en relación a los migrantes andinos que solo sirven de recordatorio fugaz sobre la persistente y abrumadora desigualdad entre peruanos. Sorprende mucho que este título provenga del mismo director y guionista que concibió la excepcional y reivindicativa Magallanes (2015). El personaje de Ramón se queda como un chico engreído comparado con la aguerrida Celina en la ópera prima de Del Solar, y es muy desafortunado porque ambos pudieron ser igual de válidos para un cine peruano que necesita seguir rescatando personajes e historias de los márgenes y sombras de nuestra realidad.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *