Hace no mucho tuve la oportunidad de revisitar Titane (2021), el segundo largometraje de Julia Ducournau. Si en su momento ya me parecía una gran película, en ese revisionado confirmé que estaba ante una auténtica obra maestra. Lo afirmo con total seguridad, porque lo es. En ella vimos a una directora en pleno dominio de su lenguaje, aplicando con madurez las ideas que ya venía explorando desde su ópera prima o incluso desde sus cortometrajes. Aquí esas nociones alcanzan otro nivel. También se perciben las influencias de su padre cinematográfico, David Cronenberg, quien la inspiró a tomar el concepto de la “nueva carne” y llevarlo hacia un nuevo terreno, uno donde la evolución no está en la carne, sino en algo forjado a base de metal y fuego. Y quizá todavía no estemos del todo listos para verlo. Con esa declaración de intenciones, Titane dejaba claro que ver su siguiente largometraje era casi una obligación, por la curiosidad de descubrir hacia dónde podía dirigirse después de haber alcanzado semejante cima.
Tras la recepción mixta que Alpha (2025) tuvo en el Festival de Cannes, mantuve la esperanza de que Ducournau conservara la excelencia demostrada tanto en Titane como en Crudo (Grave, 2016). Ya habiéndola visto, no puedo decir que sea un desastre ni un traspié total, pero sí representa un ligero paso atrás del que alguien con su talento puede recuperarse fácilmente. Porque, pese a todo, hay varios aciertos que vale la pena destacar.

Desde su premisa, Alpha se presentaba como un proyecto mucho más ambicioso. La historia sigue a una joven del mismo nombre que vive en una Francia situada entre los años 80 y 90, asediada por un misterioso virus mortal que nunca llega a nombrarse, aunque resulta fácil intuir de cuál podría tratarse. La diferencia está en sus efectos, propios del body horror. Todo comienza cuando Alpha (Mélissa Boros), la protagonista adolescente, se hace un tatuaje de forma poco profesional. Su madre (Golshifteh Farahani), doctora, teme que pueda haberse contagiado, ya que el virus también se transmite por agujas infectadas. A esa preocupación se suma el regreso inesperado del tío de Alpha, Amin (Tahar Rahim), quien parece padecer la misma enfermedad. Las tensiones familiares aumentan y la protagonista empieza a sentir que el mundo, tal como lo conoce, se desmorona.
Aun con mis reparos, creo que el análisis debe partir de lo que la película logra realmente bien. En primer lugar, la dimensión del horror corporal, marca característica de Ducournau, sigue presente. Si bien no es tan intensa como en sus trabajos previos —donde el canibalismo o las relaciones sexuales con autos eran más chocantes—, aquí se mantiene en un registro más terrenal y reconocible: el del contagio. La directora utiliza el virus como símbolo de la alienación que experimenta la protagonista desde que surge la sospecha de que podría estar infectada. Esa sensación de aislamiento se manifiesta tanto en su entorno escolar como dentro de su propio hogar.
Alpha pertenece a una familia de migrantes, lo que añade una capa más de distancia y desarraigo. Ella no vive la cultura de la misma forma que su madre, su abuela o sus tíos. Ducournau aprovecha esa diferencia cultural para incorporar elementos de misticismo propios de esa tradición, buscando enriquecer el relato. Sin embargo, es precisamente ahí donde los problemas comienzan a sentirse. Al intentar expandir el universo de la historia y abarcar tantas ideas, el resultado se vuelve irregular. No dudo que la directora haya realizado una investigación seria, pero algunos componentes terminan percibiéndose superficiales.
En cierto momento se introduce la creencia del “viento rojo” y su relación con el virus, con supuestas formas de sanación y significados simbólicos, pero todo parece quedarse en conceptos aislados que no terminan de integrarse. El intento de fusionar ese simbolismo cultural con la metáfora del contagio se siente forzado, como si el tema le quedara grande a la película. Y es una pena, porque si todo se hubiera concentrado en la exploración del cuerpo, en esa mirada introspectiva sobre cómo el mundo percibe y rechaza lo diferente, el resultado habría sido mucho más sólido. Esa lectura ya estaba en Titane, donde la transformación del cuerpo funcionaba como reflejo de un avance social que deja obsoleto lo distinto en favor de una homogeneización global. Alpha también aborda esa idea, tanto en lo biológico como en lo cultural, mostrando cómo la protagonista se distancia de su familia y del entorno, pero al intentar darle mayor peso, la película se vuelve excesivamente alegórica.
El relato termina inflándose, con una duración que se siente más extensa de lo necesario y un juego temporal que, si bien no es incomprensible, resulta innecesariamente complejo. Uno logra unir las piezas al final, pero la gran revelación no tiene el impacto emocional que debería. En sus anteriores películas, Ducournau conseguía ir más allá del simple shock visual; aquí, aunque conserva algunos momentos potentes —heridas, infecciones, la evolución del virus—, el efecto se queda en la superficie. Hay un intento de provocar aversión, sí, pero sin la profundidad que caracterizaba sus otras obras.
Aun así, Alpha no llega a ser una película aburrida. Incluso con sus fallas, uno termina conectando con la protagonista. De hecho, si algo rescato plenamente es su dimensión emocional: esta es, quizás, la obra donde más se refuerza la idea de la familia, del amor y la empatía. Es un tema que ya estaba presente en Crudo y Titane, pero aquí se trabaja con mayor énfasis. Las familias —de sangre o no— se encuentran y permanecen unidas pese a los cambios más bruscos. Lamentablemente, esa misma idea, tan clara a lo largo del relato, termina sobreexplicándose hacia el cierre. Los diálogos subrayan innecesariamente que se trata de una historia sobre amor y empatía, cuando eso ya se comprendía a través de las acciones.
En conclusión, Alpha no representa una caída estrepitosa en la filmografía de Julia Ducournau. Sigue pareciéndome una cineasta fascinante, con mucho por recorrer y una imaginación capaz de seguir entregando proyectos poderosos. Es cierto que esta cinta no alcanza la grandeza de sus anteriores trabajos, pero aun así sale airosa, ofreciendo ideas que invitan a pensar, incluso si se agotan pronto. Solo queda esperar qué vendrá después, con la confianza de que su cine volverá a sorprendernos con la fuerza de antes.


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