Escribe Ricardo Mendoza
Conversamos con el director peruano Paolo Tizón sobre su primer largometraje documental, Vino la noche, incluido en la competencia oficial del 29° Festival de Cine de Lima PUCP. El encuentro tuvo lugar minutos después de una proyección para la prensa de su película. La conversación giró en torno a los orígenes del proyecto, los desafíos éticos y estéticos de filmar en un entorno militar, y las resonancias políticas que atraviesan la obra.
Vino la noche: cuerpos en tensión, memorias en formación
En Vino la noche, Tizón se adentra en el universo militar desde una perspectiva íntima, corporal y sensorial. El documental, ganador del Premio Especial del Jurado y el Premio FIPRESCI en Karlovy Vary, así como del galardón a Mejor Dirección en el Festival de Málaga, propone una experiencia cinematográfica que incomoda, interpela y conmueve. Vino la noche acompaña a un grupo de jóvenes que aún no han cumplido los veinte años, sometidos a un exigente entrenamiento en la Fuerza Aérea del Perú. En ese proceso, sus cuerpos y emociones son moldeados por la disciplina, el dolor y la expectativa del combate. Sin embargo, en medio de la crudeza del entorno, emergen gestos de afecto, cuidado y vulnerabilidad que desafían la imagen tradicional del “hombre de guerra”, y que la cámara de Paolo Tizón registra con cercanía. Incluso hay momentos que resultan graciosos, íntimos y conmovedores, donde los protagonistas se muestran tal como son, lejos de cualquier estereotipo.
Paolo Tizón reside entre Perú y España. Estudió el programa de Creación en la Elías Querejeta Zine Eskola en 2023 y ha dirigido varios cortometrajes. Vino la noche es su primer largometraje documental, estrenado en 2024 en el Festival Internacional de Karlovy Vary. Su obra ha sido exhibida en festivales como DocLisboa, Morelia, MoMA’s Doc Fortnight y El Cairo, consolidando una mirada autoral que combina riesgo formal y sensibilidad política.

Ricardo Mendoza: ¿Cuál fue el punto de partida emocional o intelectual que te llevó a concebir Vino la noche?
Paolo Tizón: La conexión con el mundo militar viene de toda mi vida, sobre todo por la profesión de mi padre. Desde pequeño he tenido una curiosidad muy fuerte por saber de qué se trata realmente esa institución, que en casa siempre estuvo envuelta en cierto misterio. Quería ver de primera mano lo que hace mi padre, lo que hacen los militares en el Perú. Incluso cosas que pueden ser intolerables.
Ricardo Mendoza: ¿Cómo fue el proceso de acceso y negociación con las fuerzas armadas para poder filmar dentro de sus instalaciones?
Paolo Tizón: Tuvimos que explicar mucho el proyecto, presentar la sinopsis, responder preguntas. La institución entendió que no queríamos hacer una película de denuncia, sino enfocarnos en el mundo interno de las personas. Hubo confianza mutua. También respetamos estrictamente las restricciones de seguridad: aeronaves, entrenamientos específicos que no se podían filmar. Fue una relación basada en respeto y cuidado.
Ricardo Mendoza: ¿Qué desafíos enfrentaste al filmar en espacios tan controlados y jerárquicos como los cuarteles militares?
Paolo Tizón: Vivimos dentro del cuartel. No íbamos a dormir a nuestras casas. Compartimos la vida con los reclutas. Ellos también compartieron cosas muy íntimas: sus relaciones con sus padres, con sus enamoradas. Fue una confianza recíproca. Algunos no quisieron participar y respetamos esa decisión sin insistencia. La cámara también se convirtió en un espacio de juego, de comunicación con el mundo exterior.
Ricardo Mendoza: ¿Cómo manejaste la relación con los protagonistas? ¿Hubo límites éticos que te planteaste desde el inicio?
Paolo Tizón: Hubo confianza mutua. El peligro de ser extractivista está siempre presente. Ir a un lugar, tomar imágenes, irse, sin devolver nada. Nosotros tratamos de construir vínculos reales. Algunos de los personajes han visto la película, otros la verán por primera vez en el estreno nacional.

Un dato sobre el equipo técnico es que fue mínimo: tres personas. Paolo Tizón estuvo a cargo de la cámara, acompañado por un sonidista y un asistente. El rodaje se realizó en diversas regiones del país —Moquegua, Tacna, Lima, San Ramón, Chiclayo y Arequipa— utilizando una cámara económica, de apenas 500 dólares, equipada con un lente vintage. Para Tizón, fue también una prueba personal: demostrar que no se necesitan equipos costosos para hacer una buena película.
Ricardo Mendoza: La cámara en Vino la noche tiene una presencia muy física, casi táctil. ¿Cómo concebiste el lenguaje visual del documental?
Paolo Tizón: La cámara la hago yo mismo. Para mí era crucial estar ahí, presente, con el cuerpo. Es una película que pone el cuerpo en primer lugar: el cuerpo filmado, el cuerpo que filma, el cuerpo del espectador. No nos interesa la información, sino cómo hacemos sentir al espectador. Hay decisiones arriesgadas, como la ausencia total de imagen o de sonido en ciertos momentos.
Ricardo Mendoza: ¿Qué papel juega el silencio —literal y simbólico— en la narrativa del filme?
Paolo Tizón: El silencio es fundamental. Hay momentos de pantalla negra, de ausencia total de sonido como digo. Es una forma de representar lo que no se puede mostrar, lo que no se pudo filmar. También es una forma de invitar al espectador a sentir, más que a entender.
Uno de esos momentos ocurre durante una escena de entrenamiento nocturno en el mar, donde la pantalla permanece en negro y solo escuchamos los gritos de los reclutas. Es una propuesta audaz que, sin mostrar nada, logra transmitir una sensación de tensión creciente. El diseño sonoro nos sitúa casi físicamente en ese lugar, y a partir de allí, la película parece entrar en otro estado. Para mí, ese es un punto de quiebre: lo que viene después ya no se puede mirar con la misma distancia. El horror se insinúa sin caer en el morbo. Pero el espectador, desde su propia sensibilidad, juzgará por sí mismo lo que esa escena le revelará.
Ricardo Mendoza: Por otro lado, ¿qué referencias cinematográficas o artísticas influyeron en la estética del filme?
Paolo Tizón: Sokurov hizo una película en la línea de combate del ejército ruso, donde los soldados parecen monjes meditando: Spiritual Voices: From the Diaries of War (Aleksandr Sokurov, Rusia, 1995). Hay una aproximación estética y sensible, con mucho amor. Eso traté de mantener con la gente que filmé. Beau travail (Claire Denis, Francia, 1999), también La familia chechena de Martín Solá (Argentina, 2015), que viene del cine ruso y fue montajista de la película. Vimos cómo trabajar con lo que no se controla frente a la cámara. La peruana Mujer de soldado (Patricia Wiesse Risso, Perú, 2020) no fue exactamente una referencia para esta película, pero pienso que dialoga con Vino la noche, como un ejercicio de pensar películas que abordan el tema militar. Sería interesante programarlas juntas.
Ricardo Mendoza: A lo largo del proceso, ¿cómo fue tu relación con los jóvenes soldados durante el rodaje? ¿Hubo resistencia, complicidad, transformación?
Paolo Tizón: La relación se construyó con el tiempo. Filmamos durante un año. Compartimos momentos personales. Ellos también se apropiaron del dispositivo cinematográfico. Grababan mensajes para sus familias, para sus novias. Se generó una complicidad muy fuerte.
Ricardo Mendoza: ¿Qué te sorprendió o conmovió más de los protagonistas durante el proceso?
Paolo Tizón: Lo que más me ha conmovido es cómo la fragilidad puede convivir con la violencia. En algunos casos, la violencia es una respuesta al miedo, a heridas profundas que vienen de la infancia.
Ricardo Mendoza: El documental evita caer en una mirada maniquea sobre el ejército. ¿Cómo trabajaste esa complejidad?
Paolo Tizón: Ya hay muchas películas que han hablado desde lo heroico o lo monstruoso. A mí no me interesa eso. Lo que quiero es complejizar los discursos alrededor de estas instituciones. ¿Por qué expulsamos a los militares del ámbito de lo humano?
Y es que sería bastante justo decir que el documental se propone explorar las motivaciones de los jóvenes reclutas: el dinero, las deudas, la relación con los padres. Tizón no busca ofrecer respuestas definitivas, sino abrir preguntas sobre qué lleva a alguien a ingresar a una institución militar en el Perú. Desde su mirada, «Vino la noche» permite entender mejor el rol que estas instituciones cumplen en la vida de quienes las integran, y cómo se entrelazan con las condiciones sociales que los rodean.

Ricardo Mendoza: En un país con una historia militar tan cargada como el Perú, ¿cómo esperas que se lea Vino la noche?
Paolo Tizón: La película tiene que verse en Perú, donde fue filmada, con la gente que participa en ella. Puede generar un diálogo muy rico. Me parece saludable que haya distintas lecturas. Es una obra abierta que requiere atención y participación del espectador. No es para mirar pasivamente. El cine está para incomodar, no para reafirmarnos en nuestros preconceptos.
Ricardo Mendoza: ¿Crees que el documental dialoga con la memoria del conflicto armado interno, aunque no lo aborde directamente?
Paolo Tizón: Creo que sí, aunque de forma indirecta. La película abre preguntas sobre qué son estas instituciones, qué rol cumplen en nuestra historia. Pienso en películas como Mujer de soldado, que podrían dialogar con Vino la noche desde otra perspectiva.
Ricardo Mendoza: ¿Cómo ha sido la recepción del documental en festivales internacionales? ¿Qué lecturas han surgido fuera del contexto peruano?
Paolo Tizón: Ha habido comentarios muy cálidos. Personas que han tenido familiares vinculados a procesos de persecución política o tortura militar se han acercado con el corazón abierto. Me han dicho que tienen una relación muy mala con estas instituciones, pero que la película les permitió mirar desde otro lugar.
Ricardo Mendoza: ¿Qué significó para ti recibir el Premio FIPRESCI y el reconocimiento en Karlovy Vary?
Paolo Tizón: Fue muy importante. Pero lo que más me interesa es el estreno nacional. Que se vea en Perú, que se dialogue aquí. Que los protagonistas se vean a sí mismos, que se reconozcan, que se cuestionen.

Funciones en el Festival de Lima:
Vino la noche se proyectará en dos funciones:
- Viernes 8 de agosto, 9:40 p.m. – Teatro NOS
- Lunes 11 de agosto, 9:40 p.m. – Sala Azul del Centro Cultural de la PUCP
Estas funciones representan una oportunidad para acercarse a una propuesta audaz del cine documental peruano reciente. Cuando logremos observar con mayor apertura los procesos sociales y humanos que retratan nuestras producciones audiovisuales, podremos dejar atrás prejuicios y lecturas simplistas. Documentales como Vino la noche, que se aproximan con sensibilidad a la formación militar en el Perú, nos invitan a comprender realidades complejas desde dentro. No se trata de idealizar ni de condenar, sino de reconocer los matices que configuran nuestra historia contemporánea.
En ese sentido, el gesto de mirar al otro —como propone el filósofo Emmanuel Levinas— no es solo un acto de observación, sino una responsabilidad ética. “El rostro del otro me interpela”, decía Levinas, “y me llama a una responsabilidad infinita”. Vino la noche no busca explicar ni justificar, sino abrir un espacio de escucha, donde el espectador pueda sentir antes que juzgar, y donde el cine se convierte en un lugar de encuentro con lo que no siempre queremos ver.
Entrevista realizada el el 1 de agosto de 2025, en el CCPUCP, San Isidro, Lima.
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