Festival de Lima: «Después de un buen día» (2024), el poder de creer en lo imperfecto


A través de entrevistas y material de archivo, se explora cómo Un buen día (2010) —considerada una de las peores películas argentinas— terminó convirtiéndose en un fenómeno de culto, generando devoción entre seguidores y dejando huella en la vida de quienes participaron en su realización.

Horas antes de ver este documental, tuve la oportunidad de ver por primera vez Un buen día. A diferencia de otras películas que alcanzaron estatus de culto por ser pésimas, como The Room (2003), de Tommy Wiseau, o Plan 9 from Outer Space (1957), de Ed Wood, desconocía la fama que tenía la cinta de Nicolás del Boca. Tras verla, comprendí ese fervor con que los argentinos la recuerdan: es un trabajo de una nulidad cinematográfica sorprendente, un drama romántico desastroso lleno de momentos involuntariamente cómicos que la convierten en una de las peores películas jamás hechas.

En ese contexto, Néstor Frenkel decide adentrarse en el universo de Un buen día, no solo para indagar en cómo se hizo, sino también en por qué llegó a realizarse y cómo, pese a su precariedad, conquistó a un grupo de seguidores entusiastas. El cineasta no busca revolucionar el género documental, sino apoyarse en recursos clásicos y potenciar lo que mejor sabe hacer: conversar con las personas. Acá los entrevistados son figuras particulares, como Enrique Torres, responsable del guion, o Aníbal Silveyra, el protagonista del filme. 

Lo valioso no está únicamente en las respuestas que brindan, sino en la manera en que el director se interesa por sus vidas, sus trayectorias y la pasión con que defendieron un proyecto que para ellos siempre tuvo sentido. Ese acercamiento, acompañado por un preciso trabajo de archivo, nos permite acceder a un retrato humano y cercano, donde los personajes, lejos de ser objeto de burla, resultan entrañables y hasta admirables por su resiliencia y picardía.

La clave para que el documental sea algo más que una anécdota está en su exploración del culto en torno a la película. Frenkel retrata a fanáticos que la veneran como si fuese parte del canon cinematográfico. Aunque para muchos parezca un chiste, estas personas la analizan, la difunden y la veneran con una seriedad que sorprende. No se trata solo de reírse con ella, sino de una pasión genuina que, aunque nazca de una obra considerada “mala”, conecta a las personas a través de su disfrute compartido. En tiempos en los que se habla constantemente de “consumo irónico”, Frenkel nos invita a cuestionarnos si ese tipo de amor hacia lo fallido debe reducirse únicamente a la ironía.

Al profundizar en la vida de Torres, de la familia Del Boca y de otros involucrados, el documental muestra diferentes perspectivas sobre el impacto de la película. Incluso en los pasajes más tristes, siempre emerge un costado positivo: cómo cada uno supo encontrar en esa experiencia un motivo para seguir adelante. Esa misma fuerza puede equipararse con la de los seguidores que la celebran, tomándose el culto con la misma seriedad con la que otros asumieron la realización del filme. Lo divertido y excéntrico de los entrevistados convive con una sensación de pasión auténtica hacia el arte, que trasciende la calidad objetiva de la obra.

En definitiva, Después de un buen día es un excelente documental porque sabe ir más allá del chiste fácil y logra transmitir esa pasión en toda su dimensión. Frenkel construye un relato entretenido, empático y reflexivo que reivindica el poder de las películas, incluso de las consideradas desastrosas, para reunir a una comunidad. Termina dejando no solo carcajadas, sino también la motivación de seguir explorando el cine del director, porque se nota que aquí lo importante no es la perfección, sino la capacidad de creer y disfrutar del arte con quienes lo comparten contigo.


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