Los primeros minutos inquietantes de Contraluz (2025) podrían convencernos de que se trata de una cinta de posesión demoníaca. Aunque incluye una referencia explícita al horror humano del suicidio y su puesta en escena parece sacada de un antiguo comercial traumático contra las drogas, el largometraje de Giuseppe Guerrero en realidad representa una película experimental con matices de terror que rechaza el convencionalismo narrativo. En ese sentido vendría a ser lo opuesto de la reciente Punku, de Juan Daniel Fernández Molero, una docuficción de terror con matices experimentales. Contraluz sin embargo comparte con esta última la intención de generar momentos recurrentes de desconcierto e incertidumbre, no solo mediante sonidos e imágenes aleatorias sino también aprovechando todos los ángulos de cámara posibles dentro de su modesta locación.
La película gira principalmente en torno a dos personas que habitan en una casa: una mujer mayor (Yolanda Zegarra) y su hijo adulto (César Zegarra). La película se enfoca sobre todo en el segundo mientras come, duerme y realiza otras rutinas mundanas. La mujer mayor protagoniza una de las secuencias más accesibles: un monólogo inspirado en el cuento “Suicidas” de Guy de Maupassant. La relación con su hijo permanece ambigua durante el resto del filme, pero al final es posible entender la razón del encierro de ambos, especialmente tras la intervención telefónica de la novia del hijo.

Podría decirse que Contraluz se ubica a medio camino entre una historia de fantasmas y una potencial alegoría sobre la depresión, pero también incorpora componentes audiovisuales tan eufóricos como violentos. Entre estos destacan planos totalmente cubiertos de un rojo incandescente, cambios de relación de aspecto intermitentes, una banda sonora compuesta de cánticos y sonidos perturbadores, y la narración en off de palabras y frases ambiguas por parte del actor Pietro Sibille. La variedad de encuadres y movimientos de cámara a lo largo de la casa tétrica reflejan la vena experimental del filme pero también complementan la atmósfera taciturna de la casa y refuerzan la aparente angustia de los personajes.
Aunque se niega a plantear una historia cohesionada y clara en relación a sus personajes, el filme de Guerrero sí que plasma un estado emocional oscuro que puede resultar familiar. No representa un mero garabato audiovisual sin sentido sino que ofrece pedazos desperdigados de una experiencia trágica que el propio espectador debe descifrar. Aparte de ofrecer un cine experimental relativamente accesible, Contraluz demuestra que es posible construir un proyecto ambicioso partiendo de ideas y elementos básicos, y que la creatividad por ende no conoce de restricciones de presupuesto ni de infraestructura.
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