[Crítica] “Atrapado robando” (2025): entre la culpa y la redención


La ballena (The Whale, 2022) es de esas películas que, mientras más pienso en ellas, menos me gustan. La considero el punto más bajo al que Aronofsky ha llegado en su carrera, y eso lo digo sin haber visto todavía La fuente de la vida (The Fountain, 2006), probablemente la más odiada de su filmografía. No cabe duda de que desde hace un tiempo su cine no era precisamente el más querido. Personalmente no lo rechazo tanto, incluso en sus trabajos más flojos encuentro dos o tres elementos de interés, pero con La ballena esa sensación desapareció por completo, agravada por un Oscar inmerecido a Brendan Fraser. Por eso, al enfrentarme a Atrapado robando (Caught Stealing, 2025), sentí un alivio genuino al darme cuenta que nada de eso que vi hace unos años está acá.

Aquí vemos a un cineasta que vuelve a lo que mejor sabe hacer, retratar personajes con conductas autodestructivas, una constante en su obra. La diferencia es que lo hace con un pulso más certero, cercano a El cisne negro (Black Swan, 2010) o a El luchador (The Wrestler, 2008), que considero su mejor película. Pero, a diferencia de esas, no opta por el drama introspectivo, sino que se lanza de lleno al thriller, incluso rozando la comedia negra, sin perder de vista las consecuencias de vivir al límite.

Ese es el caso de Hank (Austin Butler), un hombre que parecía tenerlo todo encaminado como deportista y lo perdió de manera repentina. En la actualidad, en el film a fines de los años 90, sobrevive como empleado de bar, rodeado de un grupo variopinto de amistades, como una paramédica que además es su amante, un vagabundo o un vecino punk. La historia se enciende cuando un hecho inesperado, una suma de dinero desconocida y un conflicto con el vecino, lo empujan a una odisea frenética por Nueva York. Aronofsky convierte a la ciudad en un personaje más, una urbe sucia, desprolija y sobrepoblada, muy alejada de la imagen idealizada de la actualidad, casi como una predicción de lo que estaba por venir. La película también habla del paso del tiempo y de la posibilidad de empezar de nuevo para intentar hacer las cosas bien.

Ese trayecto, marcado por la incertidumbre, mantiene al espectador en constante expectativa, preguntándose cuál será el siguiente fracaso que enfrentará el protagonista y cuánto más puede resistir. No es casual que se la compare con Después de hora (After Hours, 1985), de Martin Scorsese, tanto por el tono como por la construcción de un personaje que parece condenado al desastre, e incluso porque aquí su actor protagónico, Griffin Dunne, aparece en un papel secundario. Esa resonancia le da fuerza al relato, que transmite que, incluso cuando todo parece estar en contra, siempre existe un resquicio de esperanza, la posibilidad de rehacer la vida y corregir errores.

Si algo se le puede reprochar es que, por momentos, uno desearía que Aronofsky vaya más a fondo con el delirio y la suciedad inicial que definían su cine, como la sociedad secreta que asfixia al protagonista en Pi, fe en el caos (Pi, 1998) o el mundo devastador de las adicciones en Réquiem por un sueño (Requiem for a Dream, 2000). No digo que aquí deba replicar esas temáticas, no hay sociedades secretas en esta historia, pero recuperar esa energía caótica y visceral habría elevado la experiencia.

Aun así, la mezcla de tensión, redención y autocrítica convierte a Atrapado robando en lo mejor que Aronofsky ha hecho en mucho tiempo. No será lo más alto de 2025, pero sí un estreno valioso que muestra a un director reencontrándose con su voz. Más que un regreso triunfal, es una muestra de madurez creativa. Y aunque me arrepiento de no haberla visto en una sala de cine, celebro al Aronofsky más preciso y humano, capaz de sacudir al espectador y recordarnos por qué alguna vez fue considerado un autor fundamental.

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